9. Ideales e intereses

Ideológos y dirigentes se esfuerzas en convencer a «las masas» de que mientras ellos y las doctrinas u organizaciones que representan tienen ideales sus enemigos tienen intereses. Pero sus enemigos responden de la misma forma, de manera que si hacemos caso sólo a una parte podemos caer en el maniqueísmo (sólo hay buenos y malos) y si escuchamos a ambas podemos dejarnos vencer por el pesimismo (los problemas de la humanidad no tienen solución). Pero, en mi modesta opinión, si analizamos bien la cuestión, desde que el hombre se constituye en sociedad lo que piensa y lo que hace está condicionado por sus intereses (lo que necesita y el deseo de obtenerlo) pero también por sus ideales (los valores que opone a las deficiencias humanas). Se trata, pues, en primer lugar, de conocer a fondo nuestros intereses e ideales y de combinar ambos en la proporción adecuada y del modo correcto y, en segundo, conocer los intereses e ideales del enemigo o el adversario, lo que nos permitirá salir airosos del enfrentamiento… Y eso, creo, era necesario hace 8.000 años, hace 800 o hace 80. Y, por supuesto, hoy.

 

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8. Austeridad – Reciclado – Mantenimiento

Austeridad – Reciclado – Mantenimiento. La mayoría de la gente que ha tenido que vivir en condiciones económicas precarias (clase social modesta, periodos de posguerra, etc.) sabe perfectamente que estos tres conceptos o valores son fundamentales para sobrevivir, para enfrentarse cabalmente a los problemas que constituyen la vida humana, para disfrutar de ella. Frente a esto la gente que, por diversas razones (clase social ociosa o privilegiada, situación de gran expansión económica, parasitismo, etc.),  goza de un nivelde vida alto, suele desarrollar tres actitudes bien diferentes: Consumismo – Ostentación – Despilfarro. Educar a los niños con unos u otros valores, significa ayudarlos, de forma decisiva, a colaborar en la sociedad (y disfrutar con ello) o convertirse en seres antisociales y necesitar cada día estímulos más artificiales (y menos éticos) para ser «felices». La sociedad entera debe resolver también ese dilema si no quiere oscilar entre etapas de juerga y derroche y etapas de ajustes violentos y penurias.

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7. El año de Carabanchel

23-05-2010-acto-antigua-carcel-de-carabanchel-foto-la-memoria-viva-fuen13¿Te pegan, hijo, te pegan? Mi madre estaba obsesionada con ese peligro, más que con la posible hambre o el frío, típicos de las cárceles. Ella sabía que en los tres días en la sede de la Dirección General de Seguridad (el histórico edificio en la Puerta del Sol que hoy, afortunadamente, se dedica a tareas mucho más democráticas) sí me habían pegado, sí me habían torturado (aquel sádico puñetazo de Yagüe que me tuvo vomitando bilis dos días, aquellas esposas retorcidas en las muñecas que me dejaron los tendones de la mano derecha heridos durante años… y, sobre todo, el terrible miedo a no poder resistir y confesar datos que llevarían a nuevas detenciones). Pero en Carabanchel, no: ella podía estar tranquila porque su hijo allí tenía un estatus especial, el de «preso político», no reconocido legalmente pero aceptado de facto en las cárceles de la Dictadura. El terrible Cayón (ex policía preso, según se decía, por haber violado a una muchacha y matado a su novio en un parque en las afueras de Madrid, mientras estaba de servicio) sí torturaba, pero a los presos por delitos comunes (de hecho, cuando en la primera huelga de hambre, al sexto día, me inyectaron a la fuerza suero mientras un grupo de presos sicarios me sujetaban, él actuó con especial cuidado). Para ellos, para los presos comunes (unos 1.500 frente a menos de un centenar de presos por motivos políticos, en 1966) sí había malos tratos, físicos y psicológicos; para ellos todavía se ejercían todas las represiones de la dictadura, que se habían venido dulcificando para luchadores o rebeldes políticos y no para los sociales ni para los que simplemente eran delincuentes.

No pegaban. Vivíamos presos, injustamente privados de libertad, pero con un nivel de vida que, en algunos casos como en el mío, era superior al de la propia casa. Se podía leer (de hecho, los mejores libros de política estaban en las cárceles, en las bibliotecas personales de los presos), estudiar, jugar en el patio, tener reuniones políticas (generalmente discretas pero en algunos casos ostensibles, como cuando entró el mítico Marcelino Camacho)… Naturalmente los «vis a vis», que luego se han generalizado en nuestras cárceles, no eran entonces posibles, de forma que los problemas de la pulsión sexual (que en muchos casos se incrementan en la cautividad) se resolvían o en los brazos de Morfeo o en las «visitas al doctor Onán».

Dos días al año, coincidiendo con el día del Carmen («Fiesta de la Caudilla») o el día de la Merced (Patrona de Instituciones Penitenciarias), los hijos, nietos o sobrinos de los presos podían visitar la prisión y ello constituía el momento más feliz para todos, incluyendo los que, no teniendo esos familiares, podían jugar y conversar con los pequeños que nos visitaban.

La alimentación era deficiente (¡aquellas espantosas lentejas que mi «comuna» en pleno, con muy buen acuerdo, decidió tirar y sustituirlas por una cena más digna con latas de nuestra modesta despensa!… Lástima que yo ya me había comido la mitad de mi plato cuando me llegó el aviso), pero la muy meritoria ayuda de las familias y los amigos nos permitía completarla.

Las comunicaciones con la familia eran muy deseadas y muy reconfortantes pero muy incómodas debido al pasillo que había entre las dos telas metálicas (tras una los presos y tras otra los familiares), pero permitían que uno se sintiera arropado por la solidaridad de familias y amigos. Las comunicaciones con la familia se hacían en esas visitas y mediante cartas. ¡Maravillosas cartas que dirigía aparentemente a mi hermana y que acababan, de hermana a hermana, en las manos de mi novia (a las novias no estaba permitido escribirles), presa también en la cárcel de Yeserías!; el censor no le prestaría mucha atención a esas cartas porque si no hubiera pensado que había un incesto apasionado por medio… Igual que no se percató de que la manía del preso por citar referencias bibliográficas, teléfonos de amigos o sumas de gastos encerraba mensajes políticos cifrados que luego la familia pasaba a «los camaradas». Tampoco miraban demasiado la ropa, porque en las chaquetas u otras prendas que se mandaban a la madre para que cosiera, zurciera o arreglara iban textos políticos (algunos muy amplios) escritos en servilletas de papel (más tarde, utilizaríamos sistemas de «tinta invisible»).

¿Fugas? En las Salesas (donde la policía, después de los tres días que la ley permitía interrogarnos en la DGS, nos presentó ante el temido juez del Tribunal de Orden Público) podíamos habernos escapado, porque era de madrugada y en Semana Santa, había pocos funcionarios y un barullo que nos habría permitido salir disimuladamente. Pero mis compañeros de expediente se negaron, temiendo que, en llegando a la calle, la policía nos estuviera esperando para ametrallarnos. En Carabanchel parecía muy difícil. Habría que esperar a Soria para proponer una fuga primero en helicóptero (que también fue rechazada) y luego mediante túnel (¿dónde se esconde la tierra que se saca del túnel en una cárcel bien vigilada?), que dejamos a la mitad cuando nos trasladaron a unos cuantos rebeldes (segunda huelga de hambre, 9 días) a otra prisión.

Un año intenso en Carabanchel, desde primeros de abril de 1966 hasta la primavera de 1967 (más otros tres en Soria y Segovia)… Una experiencia dolorosa e inolvidable pero no una palanca para el rencor y el dogmatismo sino para todo lo contrario. Estoy seguro de que mi madre, de cuya muerte se cumplen hoy 12 años, estaría plenamente de acuerdo conmigo o, aun sin estarlo, me apoyaría, como hizo en aquella difícil etapa de mi vida, plenamente y sin tener en cuenta el sacrificio que eso le acarreaba.

(Redactado, el 23 de abril de 2009, a petición de la Asociación de Vecinos de Aluche, que pugna por mantener la «memoria histórica» de la Prisión de Carabanchel. Llamábamos «comuna» a un grupo de presos con despensa propia. Había dos, entonces: la más numerosa y mejor dotada del PCE y la nuestra, minoritaria y mucho menos nutrida, que agrupaba a grupúsculos y disidentes.)

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6. Volverán a florecer los cerezos

Volverán a florecer los cerezos. Millones y millones de árboles estallarán en miriadas de sakuras anunciando, de la forma más bella que se puede imaginar, la llegada de la Primavera, la hermosa cosecha, la renovación prodigiosa de la Vida. Y así será por siglos y milenios venideros. Cada año, cada ciclo, el hombre se quedará estupefacto ante el sueño/milagro de árboles y doncellas, de personas y vida transmutándose, intercambiándose (Kurosawa)… Por encima de la furia de la naturaleza y de las aventuras del hombre, de la especie, de la sociedad. Y las gentes más honradas nos dejarán su ejemplo de trabajo, abnegación y solidaridad. Y nos enseñarán una vez más que cuando el hombre sonríe o llora sinceramente emplea un único lenguaje universal con el que nos comunicamos todos los seres humanos.

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5. Muchos años después

Muchos años después, frente a uno de los muchos avatares de la vida, Inés había de recordar aquella mañana remota en la que su abu la llevó a conocer el barro. No el barro puro y limpio de los alfareros, no la arcilla exquisita con la que los hombres han homenajeado al Dios de la Biblia sino el barro sucio de los arrabales, el barro que convive con los yerbajos, los desechos de los paseantes de perros y los residuos urbanos que el viento arrastra hacia las afueras; el barro que mancha y que, incluso, en ocasiones transmite enfermedades a los niños no inmunizados. El barro que, como le contó su abuelo, es la plastilina, el mecano y la consola de los niños que tienen su cuarto de juegos en la calle, en los andurriales. Pero también recordó cómo el abu le había explicado que había cosas más contaminadas que ese barro y suciedades más profundas y perjudiciales; que ciertas pobrezas deben ser combatidas, superadas porque degradan a la persona y hacen que sufra, pero mucho más deben ser combatidas y superadas ciertas riquezas que deshumanizan y envilecen hasta amenazar con la destrucción de la sociedad misma.

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4. ¡Gracias!

Gracias, Toney: no sólo por tus palabras de aliento y estímulo sino, sobre todo, porque sin tu ayuda no hubiera iniciado este blog.

Gracias, Ana: espero abrazarte pronto en Madrid y prometo viajar a Berlin para pasear contigo la ciudad («Las ciudades son los libros que se leen con los pies» como dijo, creo, el poeta uruguayo Fungino.)

Gracias, Vera: intentaré hacerte caso… pero sigo esperando tus comentarios críticos, tan necesarios para mí.

Gracias, Elizabeth: ya sabes que aunque nos vemos y hablamos poco, nuestra amistad está a prueba de océanos y hemisferios.

Gracias, Esther: tu aportación (discreta, oportuna y bella como tú) ha enriquecido mi comentario sobre la hermosa foto de Alfonso.

Gracias, Agustín: aunque desde distintas circunstancias, es estupendo que compartamos mucho de la Utopía.

Gracias, Jorge: tu apoyo, viniendo de alguien tan convencido de las bondades de las nuevas tecnologías, me anima mucho. Espero que nos sigamos viendo aquí y en todos los grandes eventos del Libro.

Gracías, Chema: espero seguir combinando lo tecnológico y lo literario con algún interés para mis allegados.

Gracias Mercedes: me encanta que mi fecha de nacimiento te recuerde a otras personas queridas. Espero escribir cosas que te puedan interesar, a ti que eres una de esas personas privilegiadas que leen y escriben muy bien.

Gracias, Fany: tú eres de las personas que conoces el interior de mi corazón… y sabes que siempre estarás en él.

Gracias, Lesly: me alegra mucho que hayas visitado mi blog y me encanta tu felicitación.

Gracias a los a todos los que habéis pasado por aquí y pública o privadamente me habéis animado. Espero seguir escribiendo y dejar en este blog, al menos una vez a la semana, el testimonio de mi actividad y el de mi cariño por vosotros y espero seguir contando con vuestros comentarios para que esta modesta «red social» nos haga disfrutar a todos.

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3. La mujer casera

La mujer casera (Alfonso Sánchez García, Alfonso, 1904). Una buhardilla típica del Madrid de comienzos del siglo xx. La luz diurna, que entra por la ventana de la izquierda de la foto, ilumina la pequeña y modesta estancia; un basar al fondo con escasos utensilios caseros donde destacan dos planchas de las que había que calentar alternativamente en el fogón; en primer plano, una tinaja y un barreño de madera: la mujer, de frente, retuerce la ropa para dejarla lo menos mojada posible antes de pasarla al cubo que está a su izquierda y tenderla; se ve caer el agua sobre la tabla de lavar… Mientras el marido eleva a arte el resultado de las complicadas y pesadas máquinas de captar imágenes y fijarlas sobre el papel fotográfico, camino de convertirse en el más importante fotógrafo del siglo xx español, ella atiende la casa, pare y cría a los hijos, conservando, a pesar del duro trajín de cada día, su belleza serena y profunda de madre y esposa. Han pasado 113 años desde que la inteligente Olympe de Gouges publicara su «Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana», intentando, sin mucho éxito, que los artífices de la Revolución francesa comprendieran algo tan elemental como que la humanidad está compuesta de hombres y mujeres que deben tener los mismos derechos y deberes; y han pasado 4.000 años desde que, según los dogmáticos y torpes intérpretes de la Biblia, la mujer se presente como una inevitable pero peligrosa dependiente del varón… Pasarán siete años más hasta que se institucionalice un Día Internacional de la Mujer y llegaremos a nuestros días con inmensas zonas de esclavitud sobre la mitad de la humanidad por ser femenina y de injusticias de género más o menos evidentes en todo el mundo…

(La fotografía, de gran tamaño y perfectamente enmarcada, estaba en el estudio del hijo de Alfonso, donde un joven editor, a mediados de los setenta del siglo pasado, se quedó maravillado ante ella. La foto obtuvo el primer premio del Concurso Internacional celebrado en Nueva York en 1904 y ha sido publicada, por ejemplo, en Juan Miguel Sánchez Vigil: Alfonso, imágenes de un siglo, Madrid, Espasa, 2001. La mujer es la propia esposa del artista y el hijo se mostraba extraordinariamente orgulloso de ambos.)

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2. El hombre

El hombre, nuestra especie, nació desnudo y evidente y así se mostró a todo el mundo. En las cuevas, o en campo abierto, todos los individuos comían, defecaban, dormían, copulaban, nacían y morían «en público», a la vista de todos. En lo fundamental, miles de años después, a pesar de nuestros uniformes y nuestros disfraces, nuestros edificios «inteligentes» y nuestras leyes protectoras de la intimidad, así seguimos. E Internet, con sus millones de ventanas abiertas y sus paredes transparentes, parecería demostrar una necesidad y un deseo profundos de mantener aquellos orígenes… Y, sin embargo, igual que entonces, en el interior de cada persona millones de células, millones de conexiones desafían a cualquiera que pretenda esclavizarlas. De la misma forma que nadie podía saber qué pasaba en lo más recóndito de cada cuerpo, de cada mente, en los pliegues más inaccesibles de cada alma de nuestros antepasados, tampoco ahora podemos llegar con nuestra mirada a los lugares más profundos de su interior. Porque el hombre, como el universo, es inabarcable e indomable: depositario de todos los sonidos, todas las formas, todas las palabras, todos los horizontes, todos los sueños, también es depositario de todos los misterios.

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1. Natal

 

 

 

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