59. Pareja

Antesala de una consulta médica. Muchos pacientes a la espera de ser recibidos por el médico especialista. Sin embargo, el fotógrafo ha acotado, de entre todos ellos, una pareja, un hombre y una mujer de mediana edad que permanecen muy juntos, aunque en silencio. Ella, de faz bellísima y figura grácil, aparenta, sin duda, bastante menos edad de la que se podría calcular. Él, todo lo contrario, por el gesto grave, la mueca de autocontrol y el cuerpo un tanto encogido, aparece como un hombre envejecido, sometido a fuertes tensiones. En cambio, la expresión de ella, la atención que le presta, y una suave caricia de ánimo que hace, nos sugiere una belleza interior quizá superior a la que se ve a primera vista. Por ello, si nos fijamos más atentamente, la expresión de él también refleja un cierto alivio, una cierta seguridad en lo que podríamos definir como una «virilidad mutuamente sostenida», antes de enfrentarse al especialista en una de las enfermedades que amenazan directamente a la condición de varón.

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58. Despacio

(Con V y con U)

Despiértate despacio. Saluda con fruición, mas lentamente, al nuevo día. Dedica unos minutos a repasar tus sueños (tus sueños en el sueño o la vigilia). Levántate con calma, disfruta los momentos del aseo y canta alegremente bajo el agua; vístete con cuidado y prepara lo que debas llevarte a tu jornada… pero antes desayuna, tomándote tu tiempo, saboreando los buenos alimentos que han de cargarte de energía para iniciar gozosamente la jornada.

Trabaja sin agobio, con ahínco pero sin crispación, sin sufrimiento. Procura hacer tu mejor obra cada día pero no desesperes si no consigues la máxima eficacia.

Retorna a tu hogar sin apresuramientos y cambia allí de ritmo y de faena. Disfruta en los rincones de tu casa del placer de ser y estar sin hacer nada, de dejar que te lleguen los recuerdos impregnados de risa o de nostalgia.

En día de fiesta o de descanso, aprovecha el privilegio de elegir alegremente tu paseo. Disfrútalo con placidez, parándote a escuchar las mil melodías que el mundo nos ofrece, a mirar, deleitándote, los mil matices de la flor silvestre o del crepúsculo, los muchos horizontes que se abren a tu paso.

Lee cuanto puedas pero sin prisas, reflexiona al tiempo que degustas el lenguaje. Contempla la Belleza muy despacio. Deja que la admiración por lo creado, ya sea por la Naturaleza o por el Hombre, penetre a lo más hondo de tu alma.

Ama tranquilo. Acaricia con parsimonia el cuerpo de la persona amada, emplea todos tus sentidos, con mucha calma, conversa con sosiego y suavemente con ella, en un diálogo siempre nuevo y siempre repetido.

…………………………

Así, si vives despacio, si avanzas en la vida con mesura, podrás disfrutar de todas las bellezas del camino y llegarás a la última curva sin demasiada fatiga, sin rencores ni amargura, dispuesto a pasar al otro lado con la satisfacción de haber dejado un buen recuerdo en este mundo.

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57. La Pasión según San Mateo

(Con Uxía)

BachAuditorio Nacional. 22, 23 y 24 de marzo de 2013. Johann Sebastian Bach: La Pasión según San Mateo. Orquesta y Coro Nacionales de España, Escolanía del Sagrado Corazón de Rosales. Dirección: Ton Koopman.

Más de dos horas y media de música y canto para intentar abordar el misterio del sacrificio de Cristo (la idea secular de que alguien ha de sacrificarse para salvarnos). Una de las más importantes piezas de toda la historia de la música. Se estrenó en 1729, con muchos menos medios técnicos que los que el espectador de hoy puede contemplar. (En efecto, una magnífica sala, una orquesta pequeña, como estableció el maestro, pero selecta y dos coros excelentes.) La obra fue discutida por los puristas del pietismo y luego olvidada, como en general toda la gigantesca obra de Bach, hasta que Mendelson la recuperó un siglo después. Bach había revisado varias veces la música e incluyó, además de las palabras de san Mateo, las del poeta C. F. Henrici, su colaborador habitual, y otros textos luteranos. Un concierto extraordinario, un privilegio poder disfrutarlo, una excelente ocasión para reflexionar…

Centremos esa reflexión, para esta ocasión, en el coro infantil, en sus más de cuarenta componentes, de edades entre 6 y 14 años, muy bien preparados por Belén Sirera. Apreciemos sus bellas voces, su ordenada presencia, sus expresiones serias pero felices… Pero, ayudados por la obra del genio, vayamos más lejos, pensemos en cómo percibirán ellos (y todos los niños que puedan conocer esta impresionante obra), desde su mundo puro e inocente, la tragedia que refleja el oratorio y cómo lo vivirán cuando lleguen a la edad adulta, a la edad madura. Cuando llegue esa edad porque quiero pensar que ahora los niños tienen que verlo como una historia menos real, más fantasiosa, como tantos cuentos que llevan oídos desde la cuna, sin participar de la angustia de los adultos.

Sí, los niños no deben sentir el dolor que refleja el evangelista y que recoge (y subraya, con sus bellísimas notas) Bach. «¡Miradlo, por su gracia y su amor, / soportar la madera que forma su cruz!»; los niños no deben sentir el arrepentimiento de los «pecadores»: «Contrición y arrepentimiento / hacen que el corazón se parta en dos.»; ni, mucho menos, participar en intrigas y traiciones: «Y le ofrecieron treinta monedas de plata. Y a partir de entonces buscó la ocasión para traicionarlo»; como tampoco asumir culpas: «Soy yo quien debería expiar, / con las manos y los pies / atados en el infierno.»; ni sentirse liberados de una culpa original por el sacrificio ajeno: «El tormento de su alma / expía mi muerte; / su sufrimiento me reportará dicha.»; ni ver la pasión como inevitable: «Está listo / para beber la copa, la amargura / de la muerte, / la copa en que se han vertido los pecados/ de este mundo con su terrible hedor, / porque le agrada al amado Dios.»; no, los niños no deben recibir el mensaje, explícito o subliminal, de que hay personas que nacen para cumplir el designio de su padre, que, incluso cuando llegan a adultos, deben someterse a la voluntad de éste : «Padre mío, si no es posible que pase de mí este cáliz a menos que beba de él, hágase entonces tu voluntad.»; personas que tienen su destino escrito, que no pueden ni siquiera intentar liberarse del sacrificio porque éste es inexorable, ya que si no, «¿cómo habrían de cumplirse las Escrituras? Así es como ha de ser.» Y por ello el elegido «[…] hubo de ser sacrificado por nosotros / y llevar la pesada carga / de nuestros pecados en la cruz.»

Es seguro que estos niños que nos deleitan con sus limpias voces, no entienden, no participan de esta terrible tragedia… pero quizá debamos pedir, «a quien corresponda», que jamás lleguen a hacerlo, que nunca participen de una interpretación de la religión que se basa en un reparto profundamente injusto de las responsabilidades, un sacrificio de inocentes para que se salven los culpables… y todo el dolor, toda la pasión, que eso conlleva; que jamás tengan que depender de la voluntad de un padre todopoderoso, de los designios de las «Escrituras»; para que no mueran exclamando, con desesperación, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Pero si los niños, que son la parte más pura, más auténtica de nuestra sociedad, no deben participar de esa visión de la Pasión… ¿debemos hacerlo los adultos? Los creyentes ¿deben asumir la visión atribuida a san Mateo y los demás evangelistas según la interpretación realizada por las iglesias cristianas? Quizá tampoco los adultos deben admitir un sacrificio que no ha conseguido ni conseguirá (la historia de veinte siglos lo demuestra), la transformación de la naturaleza del hombre, su paso de «lobo» a «cordero». En efecto, las terribles palabras de Pedro «No conozco a ese hombre» serán repetidas una y otra vez hasta nuestros días por mucho que cada año rememoremos aquel terrible acontecimiento que inauguró nuestra era y que ha devenido parte sustantiva de nuestra civilización. Quizá los adultos tengamos que asumir que la humanidad no puede ser un rebaño irresponsable, por el que que deba sacrificarse ningún pastor, que no debe haber siervos amedrentados, capaces de negar su compromiso como hizo el fundador de la iglesia católica por tres veces, sino ciudadanos optimistas, responsables, valientes y liberados de las angustias del «pecado». Que nadie debe sufrir burla y escarnio por nosotros, que tenemos que aprender a convivir sin necesidad de erigir cruces y hogueras, que nuestro siglo nos está exigiendo un sentido menos trágico, más alegre de la vida, con menos sacrificios, menos amor metafísico y más amor real.

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56. La Primavera

Un polígono industrial en el sur de Madrid. Naves viejas y descuidadas, escasez de vehículos y transeúntes, chimeneas apagadas, poca o nula actividad; en una de las paredes, casi borrados por el tiempo y la intemperie, eslóganes anarco-estalinistas con llamadas a la huelga general: un paisaje taciturno… Pero, de pronto, una hilera de almendros, en una de las aceras, combate con sus luminosos blancos y rosas, el sombrío gris circundante: los árboles han resistido el acoso industrial y desarrollan alegremente su ciclo vital, sus flores abiertas evocan las cosechas de antaño y las que pueden venir… Sobre las paredes sucias, sobre los edificios tristes, sobre las miserias de la economía de los hombres… ¡la Primavera!

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55. Sorolla

Museo Sorolla. Madrid, 17 de marzo de 2013. Los visitantes vuelven a la Casa- Museo Sorolla. La casa que habitó en la última década creativa de su vida el gran pintor Joaquín Sorolla (Valencia, 1863-Cercedilla-Madrid, 1923). La Primavera se asoma a pesar de la llovizna y la luz, la luz que siempre invocó el maestro valenciano y que supo acoger en su inteligente y hermosa casa-museo, la luz tímida pero resuelta, ayuda a ampliar la mirada. El naturalismo del pintor, el naturalismo en el arte y en la vida, que tanto ayuda al hombre, señorea todo el espacio, desde el jardín que sobrevive al acoso de los edificios rudos y envidiosos que hoy lo rodean, hasta la más pequeña tablilla sobre la que el maestro bocetaba el futuro cuadro; señorea la casa (de arquitectura ecléctica la baratísima y excelente guía y los amables y documentados celadores nos recordarán las peleas de Sorolla con su arquitecto Enrique Repullés pero de eficacia insuperable para el fin que fue levantada) y señorea la pequeña pero bien nutrida colección de cuadros que alberga.

Los visitantes pueden recorrer unas estancias espléndidas, llenas de luz pero también y sobre todo de calor humano, de referencias familiares, de objetos valiosos de inteligente coleccionista —muebles (un brasero tan útil en su tiempo como bello hoy, ¡ese maravilloso sofá con dosel protector y librería íntima!), cerámica (Toledo se derrama en el patio andaluz), libros (¡un poemario del genio JRJ con dedicatoria entrañable!), ¡la paleta y los pinceles del maestro casi centenarios y magníficamente conservados, devenidos en objetos cuasi sagrados!… Los visitantes no pueden ver muchas de las obras mundialmente famosas (más de 2.200 están catalogadas) como los impresionantes murales que realizó para la Spanic Society of America con el nombre de «Visión de España», obras que están hoy en grandes museos del mundo (como el Prado) o en manos privadas, pero pueden contemplar otras muchas, entre ellas algunos de los cuadros más queridos por Sorolla, los más íntimos y personales, los que recogen paisajes y retratos familiares, los que contienen la luz (¡y la brisa… y el viento!) del mundo mediterráneo (una de las cunas de nuestras civilización) en el que se formó el pintor; los cuadros que su inteligente y generosa esposa-musa, doña Clotilde García del Castillo, y su hijo Joaquín (no así las hijas María Clotilde y Elena), cedieron al Estado para ponerlos al alcance de la gente normal; cuadros donde la luz funde a las personas y el paisaje en un conjunto impresionista, como Nadadores, Jávea o Instantánea y cuadros donde las personas reflejan el drama de la vida cotidiana como, por ejemplo, Trata de blancas, Madre o Una investigacióncuadros donde se concentra toda la sabiduría y sensibilidad del artista, todo su estilo, como Pescadoras valencianas y, sobre todo, los dedicados a sus hijos y a su amada esposa.

Un pequeño pero hermoso museo, bien acondicionado y pleno de arte, donde el visitante puede ver la vida y la belleza entrelazadas, el ser humano y su permanente lucha por elevarse por encima de sus miserias, como esa reproducción del poema de Juan Ramón «Mariposa de luz» que adorna una de sus paredes y que, sin duda, refleja también la personalidad de Sorolla: «La belleza se va cuando yo llego / A su rosa. / Corro, ciego, tras ella… / La medio cojo aquí y allá… / ¡Sólo queda en mi mano / la forma de su huida!» El visitante, que no puede dejar de moverse en un mundo rudo y envidioso, agradece que los grandes hombres sigan persiguiendo la luz, la mariposa, la flor, la Belleza… aunque sólo puedan retener en su mano, para compartir con nosotros, «la forma de su huida».

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54. Familiar

Una quincena de personas en una casa pequeña, apelotonadas en torno a una mesa y una comida: una celebración; sin duda ha habido intercambio de regalos, tartas y velas, cánticos, juegos y bromas. Tres generaciones mezcladas: niños, jóvenes maduros y algún anciano; todas las edades. Risas, alegría… Todos se rozan con todos, todos emplean sus sentidos (la vista, el oído, el olfato, el gusto, el tacto) para interactuar, para aprender, para disfrutar. Los viejos pueden comprobar que la vida no se acaba en ellos, que muchos de sus genes, los más hábiles, caminan hacia la eternidad; los jóvenes pueden experimentar, una vez más, el valor de la familia, el grupo humano más importante; los niños no analizan pero intuyen que la historia comenzó mucho antes de que ellos nacieran y que ellos pueden y deben continuarla; todos perciben, de una manera u otra, la necesidad del amor, la felicidad posible. En ese reducido ámbito de una casa modesta, la vida se eleva por encima de los palacios y las opulencias porque desparecen los egoísmos, se estimulan los mejores sentimientos; la individualidad se potencia pero, al tiempo, el grupo se cohesiona y, con ello, cada individuo se siente protegido, parte de una unidad más grande, miembro de un colectivo indestructible. Fuera, hay múltiples dificultades y problemas, en ocasiones un mundo hostil… pero en el hogar, en familia, todo se puede resolver. Como los primeros humanos, que acondicionaron las cuevas para defenderse de los depredadores y fortalecer los lazos familiares tanto horizontal como verticalmente, las familias se reúnen en el hogar y lo celebran. La vida bulle, la fiesta continúa… Otro día quizá tengan que reunirse para el duelo pero también lo harán colectivamente, también se mezclarán varias generaciones y se rozarán y se abrazarán y todos comprenderán que la familia sobrevive a todas las dificultades, que las generaciones se enlazan, que es necesario el amor, que es posible la felicidad.

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53. Amor en Europa

amour_love-290936946-mmedAmor, de Michael Haneke (guión y dirección), con Jean-Louis Trintignant (Georges) y Emmanuelle Riva (Anne) en los papeles protagonistas. Éxito de crítica y público: taquilla elevada y elogios en todas partes. Por ejemplo: «Implacable honestidad acerca de la vejez, la enfermedad y la muerte» (Deborah Young: The Hollywood Reporter); «Quizás la película más inolvidablemente honesta sobre la vejez que se haya hecho nunca.» (Owen Gleiberman, Entertainment Weekly); «La historia de amor más auténtica del cine reciente (…) obra absoluta.» (Sergi Sánchez, La Razón); «Puntuación: **** (sobre 4)» (Jordi Batlle Caminal, La Vanguardia); «Conmociona y arrasa.» (Luis Martínez, El Mundo). Palma de Oro, Cannes 2012; Oscar a la mejor película de habla no inglesa 2013… ¿Nada que objetar, pues? ¿Nos rendimos a una historia que nos conmueve, a una interpretación excelente, a una fotografía deslumbrante y a una dirección eficaz?

Veamos. Si se trata de valorar una obra de arte que el autor presenta de forma irónica, sí, nos rendimos; si queda claro que la realidad que se refleja está bien acotada y, lejos de inducirnos al error, nos demuestra que esa realidad es más mezquina que tierna, mucho más digna de ser combatida en sus raíces que aprobada en sus consecuencias, aplaudimos sin reservas; si además de mover nuestra compasión por los que que sufren, impulsa sobre todo nuestro espíritu crítico, nuestra capacidad para invertir unas tendencias que amenazan con señorear nuestro continente, agradecemos al artista su contribución… Pero no tengo tan claro que todas esas premisas se hayan cumplido: no conozco suficientemente los motivos e intenciones últimas de Haneke (y alguna declaración que ha hecho tampoco me saca de dudas) pero parece claro que la recepción que ha tenido la obra no va en el sentido que he citado. En efecto, los elogios de la crítica y la empatía que despierta la película en muchos espectadores, parecen que conducen más a aprobar, sin reservas, el comportamiento de Georges y Anne que a criticarlos; más a considerar el final que nos ofrece Haneke como el gran triunfo del amor en vez de su gran fracaso…

Alguien puede pensar que esto que digo es producto de la osadía, de la ignorancia o de la proyección sobre el hecho social de la circunstancia personal y recibiré con humildad y gratitud cualquier refutación que se me haga. Pero hasta entonces, me reafirmo: el «Amor» de Haneke no es admirable ni envidiable, no es un amor a imitar ni a desear para nadie, para nuestros padres, para nosotros, para nuestros hijos. Y no afirmo esto por el trágico desenlace sino porque, hasta donde la cinta nos deja ver, hasta donde podemos entrar en el alma de sus excelentemente trazados personajes, el amor de Georges y Anne es un amor que quizá nació ya vuelto hacia sí mismo, blindado a los demás pero, en todo caso, se ha desarrollado en ese sentido y se ha convertido en un amor asustado, estrecho y solitario, un amor aséptico y frío, sin carnalidad, de ventanas y corazones cerrados; un amor sin comunicación vertical ni horizontal: un amor sin hijos y nietos bien educados y amorosos y en comunicación diaria, sin amigos con los que inercambiar vivencias; sin vecinos amistosos, sin niños invasivos, sin ruidos y sin olores de la gente que vienen desde la calle… un amor egoísta y, por ello, pobre.

¿Es ésta la Europa que estamos haciendo? Sería, entonces, una Europa acomodada, de alta tecnología y amplia cultura pero de personas tristes y solitarias, de parejas escondidas sin más amor que el mutuo o de individuos cuyo familia habitual es su mascota. Sabemos que algunas culturas de economía de mera subsistencia sacrifican a sus ancianos porque no pueden mantenerlos cuando éstos no son capaces de valerse por sí mismos: ¿vamos a trasladar esta terrible ley a nuestros continente sustituyendo la economía por los sentimientos? Esperemos que no sea así: hagamos todo lo que esté en nuestra mano para que Anne y Georges no pasen de ser unos representantes de una exigua parte de nuestra sociedad: ancianos sin esperanza, enfermos y solitarios. Cierto que Europa envejece y la familia se atomiza pero no estamos condenados a la soledad, a la tristeza: debemos educar a nuestros hijos en el amor, en todos los amores incluyendo el amor familiar, el amistoso, el social, el nacional, el amor universal como valor inherente, e imprescindible, a la condición humana… Debemos mantener nuestras ventanas, nuestros teléfonos, nuestros corazones abiertos al exterior, debemos cultivar lo colectivo además de lo individual, tenemos que aprender a disfrutar y a sufrir también con los demás: conciliar, compadecer, concelebrar, compartir, ¡convivir!… Eso sí será una «implacable honestidad acerca de la vejez, la enfermedad y la muerte», una lucha inteligente y generosa contra el individualismo egoísta, contra la subsiguiente soledad, contra la muerte sórdida… Y así, enlazaremos en esta Europa nuestra un tanto desorientada, debilitada, envejecida y quizá ensimismada, con el Humanismo, con ese movimiento ideológico, social y cultural que consiguió entrar en la modernidad manteniendo lo mejor de la Edad Media y reivindicando lo mejor de la Antigüedad; enlazaremos con los Dante, Nebrija, Moro, Erasmo, Vives, Montaigne… y tantos otros que nos enseñaron, mucho más que el gusto por la belleza codificada, el gusto por la vida, la lucha contra la muerte. Porque nuestro continente, que pudo superar sus imperios inhumanos, su Inquisición, sus guerras internacionales centenarias y crueles, sus guerras civiles, sus revoluciones sangrientas, sus dos guerras mundiales, tantas atrocidades que espantaron y seguirán espantando a las generaciones… Europa, que sufrió todo eso, también debe reivindicar haber desarrollado la civilización que es hoy el objetivo de la humanidad entera: las libertades civiles y religiosas, los derechos humanos, la solidaridad, la belleza, la alegría… Y así podrá enfrentarse al terrible hecho de la muerte, que nos ha de llegar a todos y cada uno de los seres humanos, sin tener que oscilar entre la religión dogmática que intenta persuadirnos de que nuestro mundo no es más que un valle de lágrimas en breve tránsito hacia un Más Allá quimérico y la eutanasia como final gris a una vida gris aunque acomodada; en ambos casos una existencia sin devenir, es decir, sin historia. Pero no puede ser así: nuestra civilización, nuestra historia es, debe ser, un enlace y una renovación permanente de las generaciones, una mejora constante de la especie, una acumulación enriquecedora de progreso tecnológico pero, sobre todo, social y moral donde la Vida y la Muerte dialogan y se enfrentan pero donde aquélla triunfa siempre sobre ésta. En esta historia debemos combatir el aislamiento y la soledad impuesta o voluntaria, debemos mezclarnos y reunirnos, apoyarnos los unos a los otros… en la vida y en la muerte.

Así, en mi opinión, debemos abordar la historia colectiva y así, también, la particular. La pregunta que hay que hacer a los familiares, y a los médicos, no es si aplicamos la eutanasia sino si están dispuestos a acompañar a los enfermos, a compadecerlos (a padecer con ellos). Además de los enfermeros o cuidadores, los hijos deben bañar a sus padres con el mismo amor que bañan a sus hijos, deben cuidarlos, acariciarlos… Sí, por encima de risas o llantos, de cantos, meramente individuales, la sociedad europea debe aprender a formar coros de ancianos, maduros, jóvenes y niños, mezclados y rozándose unos con otros, capaces de llevar la alegría a todos los rincones, capaces de abrir todas las ventanas que la gente asustada ha ido cerrando y hasta sellando… Resonarán, así, universalmente, los bellos versos de Schiller, volando en las luminosas notas de Beethoven: «Alegría, hermosa chispa de los dioses / […] todos los hombres se vuelven hermanos / allí donde se posa tu ala suave.» Así la muerte será un hecho doloroso pero no sórdido, dramático pero no miserable, concreto pero no solitario: la Muerte tendrá como aliados para ejercer su necesario e inevitable papel el tiempo, la enfermedad, el accidente pero jamás la soledad: moriremos cada uno de nosotros como hemos vivido, en colectividad, en sociedad, sabiendo que venimos de nuestros antecesores y nos perpetuamos en nuestros descendientes, biológicos o sociales, sabiendo que nuestro cuerpo, después de expirar, no será un cadáver abandonado en una habitación cerrada, que seremos velados y llorados… Moriremos como hemos vivido, como seres sociales, capaces de dar y recibir amor de muchas personas. Ese amor de vida y no el que parece presentarnos Haneke es el que ha hecho a Europa y el que necesita nuestro continente para seguir siendo la parte más avanzada de la Humanidad.

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52. Los Goya, una noche de intenciones.

¿Qué intención tenía Eva Hache cuando empezó la presentación de la 27 edición de la «Gala de los Goya» diciendo que pasábamos de Juan Carlos I a Príncipe don Felipe? Naturalmente, se refería a los edificios que albergaban la gala en los últimos años y en el presente pero la gente (casi toda importante) que llenaba el estupendo auditorio rió de buena gana la gracia y se dispuso a escuchar otras muchas alusiones, cómicas e inteligentes la mayoría, burdas y retrógradas algunas. La noche, la larga noche, prometía ser rica en gracias e intenciones tanto o más que en sonrisas estereotipadas, vestidos rimbombantes, tacones desmesurados, saludos cálidos entre gentes conocidas o desconocidas, etc. Alegrémonos de ser un pueblo que airea muchas de sus miserias, que fustiga a sus estafadores sin perder, salvo excepciones, su capacidad para la risa.

Intenciones de reivindicar la necesidad de un IVA más bajo para la cultura, y también denunciar algunas de las corrupciones que salen a la luz en estos días pero aprovechando para desgastar al ministro Wert, que aguantaba con sonrisa forzada las tarascadas, incluyendo veladas defensas del catalanismo soberanista y herido, víctima de la opresión española (por ejemplo, Candela Peña de forma emotiva pero confusa y José Corbacho de forma grosera). Intenciones de González Macho, presidente de la Academia, en su medido discurso para, sin dejar de reivindicar las mejores condiciones para la industria cinematográfica y en especial para la cultura, recordar que la cultura no puede ser patrimonio de la ceja, ni del bigote ni de la barba.

Intenciones de dos veteranos premiados: Concha Velasco y José Sacristán, reivindicando una profesión, la de los cómicos y, en general, la de cualquiera que se dedica a llevar arte y cultura a la gente, que exige una vocación a prueba de sacrificios a cambio del privilegio de sentir la admiración de los vecinos y familiares, de los compatriotas y hasta del mundo entero y el no menor privilegio de permanecer presente más allá de la muerte (muy emotivo la galería de los artistas que fallecieron en 2012). Sin olvidar el homenaje que José Sacristán dedicó al primer empresario que le dio la oportunidad de iniciar su carrera (Pedro Masó).

Intención del eufórico equipo creador de la gran triunfadora de la noche, Blancanieves (blanco y negro, mudo y con rótulos y música, como empezó el cine), quizá para recordarnos que las raíces de todas las artes no deben cortarse por mucho que los árboles que nacieron de ellas hayan desarrollado hermosas ramas. Lo mismo que debería ocurrir con los libros de hojas frente a cualquier otra tecnología que pretenda arrumbarlos. Intención de los creadores de Lo imposible (menos premiada a pesar de ser récord de taquilla) para recordarnos que los tsunamis, todo tipo de tragedias, son poderosos pero pueden ser neutralizados por los valores humanos.

Gala muy aceptable para reivindicar nuestro cine (aunque sea manifiestamente mejorable), para recordarnos que la Cultura se desarrolla sobre la base de industrias culturales pero alcanza sus mayores cumbres a partir de individuos capaces de sentir, pensar y actuar. Y fin de fiesta, hasta la alborada, en el impresionante edificio del Casino de Madrid, con buenos tentempiés, y nuevos abrazos, sonrisas, rivalidades en vestidos y tacones…

Y premios, muchos premios, agrupados en veintiocho categorías con cuatro finalistas y un ganador en cada una.

(Para ver la lista completa de los premios: http://premiosgoya.academiadecine.com/ganadores/

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51. La «Antígona» de Ochandiano y la Guerra Civil española

Naves del Español en Matadero de Madrid. Antígona, de Jean Anouilh, versión y dirección de Rubén Ochandiano y Carlos Dorrego. Intérpretes: David Kammenos, Najwa Nimri, Berta Ojea, Toni Acosta, Sergio Mur, Rubén Ochandiano y Nico Romero; piano: Ramón Grau. De 6 de febrero a 17 de marzo de 2013.

En 1942 Jean Anouilh, en plena ocupación alemana y ya presente la Resistencia, hace una versión sobre el mito de Antígona (que el gran Sófocles, creador del teatro clásico griego junto a Esquilo y Eurípides, inmortalizara, veinticinco siglos antes, en su drama homónimo) situando la acción en la época actual y con un evidente paralelismo entre Creonte, el tirano de Tebas, y el mariscal Petain, y entre Antígona y la Resistencia.

Setenta años después Rubén Ochandiano (joven y brillante actor y director) nos presenta una «Antígona de Jean Anouilh» en «versión y dirección de Rubén Ochandiano y Carlos Dorrego»: «Una Antígona atemporal, desgarradora, llena de emoción y ternura, que representa la lucha de la justicia ante las leyes opresivas y un canto a la libertad.» Atemporal pero en un lugar que nos resulta cercano: «Nos encontramos un país lleno de deudas y liderado por un gobernante corrupto que, además de subir los impuestos, ha establecido una serie de leyes absurdas e inhumanas, como por ejemplo, hacer que el cadáver del revolucionario Polinice se pudra a la intemperie». Esfuerzo meritorio aunque, como sin duda quieren los buenos profesionales del teatro, discutible. Para empezar, el texto y sobre todo el contexto de Anouilh están tan modificados que exigiría una presentación más explícita de que la obra es, fundamentalmente, algo más más que una «versión»; por otra parte, el escenario es magnífico pero el montaje me resultó un tanto abigarrado y confuso, sobre todo porque no parece necesario que ciertos parlamentos se hagan en francés y porque el uso de micrófonos deshace uno de los encantos del teatro cual es el de seguir, también con el oído, el movimiento de los intérpretes. Pero, sobre todo, me parece importante las cuestión ideológica, presente, como no puede ser de otra manera, en Sófocles, en Anouilh… y en Ochandiano: ese país en el que «nos encontramos» nos resulta familiar y por ello nos dificulta en gran manera la identificación del «gobernante corrupto», porque parece evidente que no nos encontramos, aquí y ahora, con un problema de un «gobernante corrupto» sino de un sistema político que viene degradándose y corrompiéndose desde hace tiempo, unas instituciones debilitadas, una clase política donde se cobijan tahúres y rufianes de todo tipo y una ciudadanía sumida en una compleja y profunda crisis, económica, social y, sobre todo, moral. Una situación que no se puede reducir a una persona; una situación que, en mi modesta opinión, necesita algo más que una Antígona, en cualquier versión que se presente, para ser entendida.

Pero la propia «versión» de Ochandiano tiene algo que nos puede servir en gran medida. En el brillante parlamento de Creón en el que intenta convencer a su sobrina Antígona de lo inútil de su sacrificio, el rey explica que Polinice y Eteocles se han matado en una lucha fratricida en la que ninguno tenía otro motivo que la ambición de poder, siendo por tanto despreciables ambos pero que, por razones políticas (demagógicas) ha decidido encumbrar a uno de ellos y denigrar al otro arbitrariamente… Si el autor hubiera seguido por ese derrotero esta Antígona hubiera podido ser más que la defensora de una familia (Sófocles) o la Resistencia (Anouilh), la Lucidez, que tanto necesitamos para enterrar de una vez a los muertos de la Guerra Civil, que son todos nuestros muertos. Pero Ochandiano y Dorrego abandonan esa vía y dejan que la tragedia se consume: el odio y la muerte deben seguir señoreando la escena…

En todo caso, y para concluir de la forma más positiva que se me ocurre, la obra merece la pena y quizá fuera bueno acudir al «Encuentro con el público» a celebrar el jueves 28 de los corrientes. Con una condición: que ese día no se fume; porque, hablando de corrupción, ¿qué sentido tiene que casi todos los personajes y durante casi toda la obra enciendan cigarrillos y fumen? Además de «un país lleno de deudas y liderado por un gobernante corrupto», ¿tenemos un país donde las compañías teatrales se buscan un sobresueldo haciendo publicidad subliminal de las grandes, y corruptas, compañías tabaqueras?

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50. Yerma

Teatro María Guerrero de Madrid – 10 de enero 2013 – Yerma, de Federico García Lorca – Dirección de Miguel Narros – Intérpretes principales: Silvia Marsó, Marcial Álvarez e Iván Hermes – Música de Enrique Morente.

Yerma/Federico. Quizá sea necesario tener un alma impregnada de feminidad en un cuerpo con genitales de varón para comprender el drama de una mujer que desde que se sintió tal se preparó para traer hijos al mundo y se encuentra «seca» y despreciada; quizá sea esta condición del autor, esta capacidad para comprender el alma femenina, lo que ha hecho que Yerma, junto con las otras dos obras de la trilogía lorquiana (Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba) esté considerada como uno de los más hermosos alegatos contra el menosprecio hacia la mujer, contra el dominio del machismo sobre la sociedad entera. Yerma/Federico se transforma así, alcanza a ser Yerma/Tierra (sedienta y anhelando ser anegada y fecundada); Yerma/Fuego (en la sangre y en el sueño); Yerma/Agua (alimento, cauce, luz… pero también tormenta y aguacero); Yerma/Viento (viento en campo abierto para transportar las semillas y viento en las casas cerradas para volver locos a sus impotentes moradores).

Yerma/Miguel. La labor de un director avezado, capaz de superarse a sí mismo y, coordinando y dirigiendo un equipo técnico y artístico de gran categoría, traernos a Lorca y presentárnoslo lleno de fuerza y de actualidad, en un escenario capaz de contener el mundo.

Yerma/Silvia… Yerma/belleza: cuerpo joven, claro, lleno de luz, haciéndose hueco y nido, «llaga perfecta» para recibir el cuerpo y el alma del varón, buscando desesperadamente su destino de «hacedora de hombres». Yerma/fuerza, para enfrentarse al cerco levantado por el marido y el vulgo, por el frío y la avaricia, por la envidia y la lástima, capaz de romperse una y otra vez las alas contra los barrotes de la jaula, capaz de gritar por encima de todos los muros, buscando la libertad. Yerma/fragilidad, sometida a todos los vaivenes, vilipendiada, asustada. Yerma/víctima: incapaz de revelarse a sí misma, incapaz de rebelarse plenamente y golpeando, hasta romperse las manos, la única puerta que quiere atravesar (familia, «honra») para llegar a la maternidad, incapaz de aprovechar otras puertas o ventanas que, incluso en el sórdido ambiente en el que se mueve, le son ofrecidas… Yerma/tragedia, pasando del blanco al gris, de la risa al llanto, del anhelo del hijo al asesinato del hijo… Silvia/mujer, cercana y delicada y, al tiempo, Silvia/actriz (gran actriz), transformándose en Yerma, dominando el escenario y llevando a todos y cada uno de los espectadores la tragedia para que ellos comprendan que la tragedia, cualquier tragedia que se dé en cualquier tiempo y lugar, en cualquier persona, es la tragedia de lo humano, la tragedia de todos y cada uno de nosotros.

Silvia

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