Una quincena de personas en una casa pequeña, apelotonadas en torno a una mesa y una comida: una celebración; sin duda ha habido intercambio de regalos, tartas y velas, cánticos, juegos y bromas. Tres generaciones mezcladas: niños, jóvenes maduros y algún anciano; todas las edades. Risas, alegría… Todos se rozan con todos, todos emplean sus sentidos (la vista, el oído, el olfato, el gusto, el tacto) para interactuar, para aprender, para disfrutar. Los viejos pueden comprobar que la vida no se acaba en ellos, que muchos de sus genes, los más hábiles, caminan hacia la eternidad; los jóvenes pueden experimentar, una vez más, el valor de la familia, el grupo humano más importante; los niños no analizan pero intuyen que la historia comenzó mucho antes de que ellos nacieran y que ellos pueden y deben continuarla; todos perciben, de una manera u otra, la necesidad del amor, la felicidad posible. En ese reducido ámbito de una casa modesta, la vida se eleva por encima de los palacios y las opulencias porque desparecen los egoísmos, se estimulan los mejores sentimientos; la individualidad se potencia pero, al tiempo, el grupo se cohesiona y, con ello, cada individuo se siente protegido, parte de una unidad más grande, miembro de un colectivo indestructible. Fuera, hay múltiples dificultades y problemas, en ocasiones un mundo hostil… pero en el hogar, en familia, todo se puede resolver. Como los primeros humanos, que acondicionaron las cuevas para defenderse de los depredadores y fortalecer los lazos familiares tanto horizontal como verticalmente, las familias se reúnen en el hogar y lo celebran. La vida bulle, la fiesta continúa… Otro día quizá tengan que reunirse para el duelo pero también lo harán colectivamente, también se mezclarán varias generaciones y se rozarán y se abrazarán y todos comprenderán que la familia sobrevive a todas las dificultades, que las generaciones se enlazan, que es necesario el amor, que es posible la felicidad.
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Sí señor. Estoy muy de acuerdo. Muy bonito y muy bien escrito-Enrique Fernández de Córdoba y Calleja
Gracias, Enrique. Tú que tienes la suerte de haber podido rastrear tus orígenes familiares, bien sabes lo importante que es sentirse arropado por la familia tanto «horizontal» como «verticalmente».
Un abrazo,
José María.
Bonito texto que comparto, porque eso es la familia, el único sitio donde además se nos quiere y acepta no por ser más altos, mas guapos o más listos, sino simplemente porque somos nosotros, únicos e irrepetibles, con defectos y virtudes que cuando estamos juntos descubrimos de quien heredamos y nos ofrecen la posibilidad de aprender a superarlos, en el caso de los defectos y a utilizarlas mejor, en el caso de las virtudes, con la experiencia de quienes están en el mismo barco que nosotros.
Gran cosa la familia, bueno y sus extensiones, nuestros amigos del alma. Gracias.
Cierto, Cristina: familia y amigos… Por cierto, a ver si nos vemos y conversamos.
Besos. JM
Linda reflexión, bien narrada. Puedo ver a esa familia reunida.
Gracias, Cecilia. Recuerda/me que tenemos pendiente un diálogo de amigos…
Un abrazo,
José María