29. Filosofía para Niños. Vera, marzo, 2012

XXIV Seminario Nacional de Filosofía para Niños. Democracia y Educación: nuevos retos. Vera (Almería), 8-10/marzo/2012.

Madrid-Almería, tan cerca y tan lejos. El tren penetra en el paisaje: España grande, hermosas tierras. Bus a Vera (joven Juani junto a mí). Hotel Valle del Este: amplios salones, palmeras y estrellas. Me he perdido la inauguración del día anterior y el interesante discurso de Federico Mayor Zaragoza, la interverción de Félix y la presentación de su nuevo (e importante) libro El troquel de las conciencias. Profesores y familias conviviendo, dialogando, discutiendo en una estimulante comunidad de indagación. Madres lactactes con bebés inquietos y niños casi adolescentes participando alegremente (mi flor para ti, Maya), libros y abrazos…

Primera sesión del sábado: error o desafío: «La filosofía de Matthew Lipman por José María de la Torre». (!) Hay que intervenir: los ojos de Lipman en el recuerdo de la ya lejana entrevista; Ediciones de la Torre acogiendo con entusiasmo el Programa de Filosofía para Niños (finales de los ochenta) que enlaza plenamente con los valores que conforman nuestro ideario, nuestra razón de ser (véanse nuestro catálago, nuestra web y, sobre todo, nuestros libros). Los valores de Lipman que más nos han ayudado (y que, en mi modestísima opinión, más pueden ayudar a los profesores de FpN): a) La búsqueda machadiana de la verdad («¿Tú verdad? No, la Verdad / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela.»); b) Confianza en los niños, o sea, en lo primigenio, lo incontaminado, lo vital… la auténtica belleza; c) Coherencia: como el maestro nos enseña, hay que pensar como se actúa y hay que actuar como se piensa. d) Modestia: trabajo esforzado sin alharacas ni aspavientos o, dicho de otra manera, nadie es más que nadie y el que quiere elevarse usando la escala de la vanidad se convierte en pelele…

Saludos a los viejos amigos: Félix, Tomás, Elena, Juan Carlos, Paco, Irene, Gloria, Viky, José Manuel, Luis, Carmen, Ángel… y tantos otros, y a los nuevos: Gaby, Pepe, Rosa, Gabriel, María, Marisa…

Sesiones y talleres, comunicaciones, charlas y juegos, teatro, canciones, ponencias… «Una construcción social y educatuva…», «Educación democrática y cambio educativo…», «Del banquete o del amor», «Evaluación del proyecto Filosofía 3/18…» «Video Killed…» (La gente del IES Mar Serena, de Cuevas del Almanzora, explica su proyecto de Filosofía para Niños a través de emocionantes videos: frente a la dureza de la vida, la alegría comprometida de la adolescencia que acaba involucrando a la sociedad entera.) «Mesa de diálogo… Pensamiento, palabras y cosas.» (El grupo en el que me integro, a la vista de una imagen con la palabra Yo, propone una reflexión sobre la dualidad y la necesidad del ser humano de mantener los pies firmes en la tierra pero, también, de atreverse a volar)…

Se acaban las jornadas: la noche se hace breve y hay que salir de madrugada para regresar a Madrid: estrellas y palmeras; horizontes, inquietudes. Hay que aprender a pensar, pero, también, hay que sentir y hay que actuar. 

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28. Carta a mis amigos peregrinos de Medjugorje

Medjugorje1Queridos amigos:

En las vísperas de vuestro nuevo viaje a Medjugorje os saludo, os agradezco una vez más que me invitarais a ir y os deseo un viaje agradable y provechoso.

Por supuesto, me hubiera encantado ir con vosotros porque me gusta viajar con amigos pero creo que habrían surgido tensiones y problemas contraproducentes. Como os he explicado tantas veces en tantas discusiones, yo no creo en seres superiores al hombre y no necesito, por ello, buscar la protección de ningún dios, de ninguna virgen ni ningún santo y mucho menos la de cualquier clérigo de cualquier religión… Sin embargo, y quizá por ello, cada día necesito más a mis amigos, a mis familiares, a mis compañeros: sin ellos me siento frágil y vulnerable y con ellos, animoso y fuerte; disfruto con su cariño y los quiero profundamente… Por eso, ¡salud, amigos! Buen viaje y nos vemos a la vuelta para que me contéis vuestras impresiones e intentéis, con fuerzas renovadas, convencerme de que la solución a todos los problemas y agobios está en aquella lejana zona de la península balcánica.

Y yo, a mi vez, os repetiré que vuestro afán por volver allí, por encontraros una vez más con María y con cuantos la festejan, es una combinación de vuestro miedo ante la vida y la muerte, de vuestra falta de confianza en vosotros mismos, y en los demás, para enfrentaros a los grandes problemas (y a los pequeños: en muchas ocasiones el creyente abusa y reza para obtener favores o privilegios relativos a naderías) del hombre… De eso y de la portentosa capacidad de las religiones para prometer mundos maravillosos (aquí y en el «más allá»), la habilidad comunicativa (hipnótica en muchas ocasiones) de los profesionales de la religión para hacer visible lo invisible, razonable lo absurdo o, al menos, para presentarse como las personas elegidas, superiores, para entender los misterios indescifrables y los mensajes incomprensibles. Esa combinación de vuestras debilidades y de las fortalezas de ellos (debilidad y fortaleza que son consustanciales a la naturaleza humana) unida a la educación que en esta parte del mundo hemos recibido desde la cuna es, estoy convencido, lo que explica vuestra ideología… pero también la mía.

Por supuesto, cuando hablo de lo que yo considero vuestras debilidades, bien sabéis que no lo hago ridiculizando vuestra fe, vuestra necesidad de sentiros meras criaturas de un Todopoderoso. Es tan inabarcable el Universo, tan misterioso y tan poderoso que desde que los primeros hombres se atrevieron a mirar a las estrellas o simplemente a enfrentarse a la montaña inaccesible, al río turbulento o al mar inmenso, es lógico que sintieran, por un lado, una admiración intensa pero, por otro, un miedo profundo, un pánico invencible, es lógico que buscaran a seres superiores, a alguien capaz de crear y dirigir todo aquello… Y, por otra parte, hay tantos problemas de convivencia, tantas personas con las que no nos entendemos, a las que sentimos más como peligro que como oportunidad de cooperación y amistad, que nos gustaría que hubiera un juez supremo que diera a cada uno su merecido, que ejerciera una justicia cierta, absoluta. Siendo así desde el origen de la civilización y a pesar de que hemos dado pasos gigantescos, merced a la Ciencia, en el conocimiento del cosmos y de nuestro propio planeta, de la Naturaleza en suma, y a pesar de que algo hemos avanzado en la lucha contra la injusticia, es comprensible que tanta gente necesite encomendarse a fuerzas superiores, y es lógico que, al pensar en ellas, se las represente a su imagen y semejanza…

Así que, a vuestro regreso, seguiremos discutiendo como buenos amigos y sé que, aunque lamentaréis mi «contumaz ateísmo», me seguiréis demostrando afecto. Porque os consta que no os acompaño al templo o al santuario pero estoy dispuesto a pelearme con cualquiera que pretenda prohibiros vuestra fe; sabéis que siempre me mostraré respetuoso con vuestras creencias y vuestros ritos y, sobre todo, que siempre me esforzaré por comprender vuestros motivos y vuestros comportamientos. En definitiva, estoy convencido de que nunca me encontraréis en los cielos ni en los infiernos pero siempre me tendréis a vuestra disposición en la tierra. No conseguiréis que busque con vosotros a Dios ni a ningún ser celestial o infernal pero siempre estaré a vuestro lado si buscáis al Hombre, a nuestra especie. Porque en esos miles de individuos, varones y hembras, niños y adultos, personas en suma, con los que nos cruzamos cada día, podemos ver todas las fuerzas del Universo, los mayores prodigios, los más increíbles milagros que se puedan imaginar; porque podemos dialogar con esos semejantes directamente, sin intermediarios, con lenguajes humanos, podemos amarlos y ser amados, ayudar y ser ayudados…

Naturalmente, también será del hombre, de los semejantes de donde recibiremos dolores y frustraciones, pero si somos inteligentes comprenderemos que esa dualidad es inherente a todo lo existente: el sol nos da luz y calor pero puede también abrasarnos; de la nube viene el agua que limpia y fecunda la tierra pero también el rayo destructor; el mar nos permite comunicar los continentes pero también, en ocasiones, nos engulle. Las personas, por tanto, nos ofrecen todos los valores y conquistas de la especie, todas sus grandezas, pero también todas sus miserias: combatir éstas y aprovechar aquéllos, enriqueciéndolos en la medida de nuestras modestas posibilidades es nuestra verdadera misión en este mundo.

Porque el Universo y el más allá son inabarcables y sólo parcialmente comprensibles pero el más acá, el aquí y ahora, nuestro mundo, tiene una dimensión humana y nos permite actuar en él con responsabilidad, con inteligencia, con amor. ¡Y hay tantas cosas que podemos hacer! Hay tantas tareas que podemos abordar y tanta gente, tan buena gente, creyentes o no, con la que nos encontraremos que merece la pena buscarlos. Y si es así, poco importa que algunos afronten esas tareas pensando que la medida de todo es el hombre y que es en el hombre, en la persona, en la sociedad, donde podemos encontrar las soluciones a nuestras angustias yMedjugorje2 que otros lo hagan encomendándose a un dios que consideran todopoderoso y justo.

Abrazos y mis mejores deseos para vuestro viaje. Nos vemos a la vuelta.

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27. Carta al hijo que se va para formar una nueva familia

Ahora que sales de esta familia donde naciste y te hiciste hombre para formar otra, querido hijo, quiero darte, con mi mejores deseos, los últimos consejos paternales para tu nueva situación. No puedo decirte que hagas cuanto yo hice y omitas cuanto yo dejé de hacer porque mi ejemplo no es del todo bueno. Demasiados errores cometí (como, sin duda, tú cometerás los tuyos), pero porque he pensado en ellos y porque de ellos aprendí quiero darte estos consejos bienintencionados.

Deberás luchar con todas tus fuerzas para que tu familia tenga un hogar; hogar y familia van unidos: uno no puede mantenerse sin la otra… y viceversa. Una casa sencilla pero que sea capaz de cobijaros y donde podáis recibir a familiares y amigos es necesaria para que la familia se asiente, crezca y disfrute de la vida. Pero una casa no es un hogar sino solamente la base de un hogar. Para que una casa llegue a ser un hogar ha de ir llenando sus habitaciones de algo más que de muebles: ha de ir incorporando vivencias, emociones compartidas, un algo intangible pero que va mezclando las cosas con los sentimientos y haciendo que nos sintamos parte de un conjunto humano y material único. Los que no han tenido hogar o han tenido un hogar invertebrado, tosco, tienen grandes dificultades para formar familia…

Esfuérzate. por tanto, para que tu comportamiento transforme en hogar cada una de las habitaciones de tu casa. Y que el conjunto de todas ellas sea, al tiempo, una fortaleza inexpugnable para que nadie pueda destruir la familia y un campo abierto donde las personas y la naturaleza, la vida, penetren y enriquezcan a sus habitantes. Haz de tu hogar un sitio pacífico, placentero, limpio, humano… Evita rigurosamente los gritos y los malos modos, atempera las tensiones. Pon por toda la casa flores y adornos sencillos pero, sobre todo, llénala de sonrisas, canciones, juegos…

Cuida de utilizar bien el Aseo. Sé discreto y limpio: inicia el día aseando tu cuerpo por fuera y por dentro y luego deja bien limpia la pieza para que nadie haya de recoger tu suciedad.

Esmérate en la Cocina: lleva allí los mejores alimentos posibles y prepáralos con cuidado cuando te corresponda. Una buena alimentación, preparada con gusto y tomada con comedimiento y deleite, hace la vida muy placentera. No olvides ordenar y limpiar todos los utensilios que emplees: toda obra, sea sencilla o compleja, necesita buena planificación, ejecución rigurosa y terminación completa y puntual.

Procura que el Comedor sea una habitación acogedora y tranquila, donde se tomen los alimentos en un ambiente plácido, abierta no sólo a los miembros de la familia sino a otros familiares o amigos que siempre deben encontrar un lugar y un cubierto a su disposición para compartir la mesa por modesta que ésta sea.

El Salón es habitación importante de la casa. Lugar de reunión de la familia, tanto para actos solemnes como cotidianos, reservado cuando sea necesario y abierto cuando las visitas se acojan a vuestra hospitalidad. No ocupes nunca un lugar preferente en él sino uno discreto: te harás respetar no por el lugar que ocupes o el tono imperioso de tu voz sino por lo que digas y cómo lo digas. Procura que de vez en cuando se reciban en él visitas de gente interesante, de amigos, con los que mantener conversaciones estimulantes.

No olvides destinar una habitación de tu hogar a Biblioteca. Atesora allí los buenos libros y la buena música. Usa siempre que puedas estas joyas que nos proporcionan el contacto con la letra y la imagen impresas y los sonidos que el hombre recoge de la Naturaleza, porque ellos contienen lo mejor de la Cultura que el ser humano ha ido creando a través de siglos de evolución. No rechaces los nuevos medios de comunicación pero déjalos en el lugar que les corresponde y úsalos para vuestro beneficio y no para el de los traficantes.

Cuida especialmente el Dormitorio. No hay habitación más importante en el hogar porque en ella la familia, su núcleo central, la pareja fundadora, se recoge y se funde, sueña y goza, renueva sus fuerzas y crea vida… No dejes que nadie comparta esa habitación que sólo es para ti y tu compañera. Sólo si alguna vez viene un hijo, y en sus primeros meses o años, puesto que él es el resultado de vuestra fusión y necesitará de vuestro cuidado permanente, podrá compartir vuestro territorio sagrado. Pero el resto de la gente ha de mantenerse fuera de él: ni presente ni latente, nadie debe molestar vuestro diálogo nocturno, vuestra intimidad física y espiritual… Sé especialmente respetuoso con tu compañera en el lecho. Si en el resto de la casa has de tener en cuenta que ella es igual que tú en derechos y obligaciones pero diferente en gustos y actitudes, en el dormitorio has de extremar estos principios. No olvides nunca que su cuerpo no te pertenece y que has de acercarte a él como a un territorio al que has sido llamado como invitado, nunca como invasor: recórrelo suavemente, mirando cada uno de sus valles o colinas, sus bosques, como se miran los mejores frutos de la Creación. Escucha atentamente las palabras y la música de tu compañera, pero también sus silencios, y no olvides preparar tus canciones para susurrarle al oído tu amor cuando ella esté presta a escucharte. Si ella lo desea, deléitate con los ricos olores del cuerpo de la amada y acaricia con tus dedos y tus labios cada parte, cada poro de su piel; bebe delicadamente en sus veneros… Penetra en su cuerpo con el mayor respeto y veneración pero, sobre todo, intenta penetrar en su espíritu, intenta comprenderla… Y no olvides nunca que, por mucho tiempo que pase y por mucho que te esfuerces, jamás llegarás a hacerlo del todo, que siempre te quedarán por descubrir en ella nuevos jardines, nuevos arroyos, nuevas melodías, que siempre serás un compañero, obligado a ser respetuoso y agradecido, nunca un conquistador. Si consigues mantener esta actitud el dormitorio será tu mayor fuente de placer y de vida y cada mañana recogerás el premio de ver a tu compañera sonreír al despertarse en tus brazos y comprobar que tus promesas de amor no eran sólo fruto del ardor de la carne sino también y sobre todo fruto del amor que se hace día a día, con cada afán…

(11 de mayo de 2003)

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26. Carta a María

Anunciación¡Ave, María! Te saludo con respeto y afecto. Y con toda la solidaridad de la que soy capaz. Sé que te ha correspondido, en esta ruleta caprichosa que es la vida humana, un rol bien complicado, doloroso, y no quisiera añadir a ello con mis palabras más zozobra…
Mas debo ser sincero, María, hablarte con palabras serenas y afectuosas… pero no alejadas de la verdad. Creo que no debiste someterte a los designios de un ser superior por muy dios que lo consideraras: jamás deberías haber pronunciado las terribles palabras que te convertían en esclava, jamás debiste tolerar que tu cuerpo, tu vida fueran destinados a una misión que no era la tuya, la que tú habías pensado para ti; debiste decirle a Gabriel, con respeto pero con toda determinación, que no podías aceptar ser destinada, apenas adolescente, a ser la madre de Dios en la Tierra, a pasar mil penalidades para traer un hijo al mundo destinado a ser inmolado para resolver los problemas de otros, a sacrificar a tu esposo, a renunciar a tu cuerpo y a tu propio proyecto de persona…
Sé que es muy difícil para una joven de tu tiempo y de tu entorno familiar y social resistirse a los dictados de los poderosos. Hubiera sido un cuasimilagro que te hubieras enfrentado a toda tu familia, a toda tu gente, a tu cultura, a tu religión… ¿Lo intentaste? Quizá, sí; quizá, en un momento de rebeldía, de lucha por la libertad y, sobre todo, por la dignidad de la mujer, pensaste en negarte a ser un mero instrumento de los planes de un Dios-hombre o de un Hombre-dios, quizá te propusiste gritar tu rebeldía a los cuatro vientos y enfrentarte a todas las represalias, quizá te juraste a ti misma perder la vida antes que entregar tu cuerpo para que un ser exterior a ti decidiera lo que debería hacer ese cuerpo y lo que tendría prohibido hacer; es posible que, un instante antes de someterte, de entregarte en cuerpo y alma, te atrevieras a pensar que debías rebelarte y caer en la lucha antes de parir un hijo destinado a enfrentarse a una tarea imposible, a morir en plena juventud, víctima de las batallas de otros, de las seculares guerras de poder, de las redes de las ambiciones de los hombres…
Pero no lo hiciste, María, y, a partir de tu renuncia a cambiar el curso de la historia que te habían impuesto, tu vida fue un cúmulo de entregas, de abnegaciones, de sacrificios. Los demás, los que trafican con el miedo, los que montan estructuras a partir de los mártires, vieron cumplidas sus expectativas y pudieron realizar sus proyectos a partir de la muerte de tu hijo… pero tú, sin duda, sólo podías llorar, desgarrarte de dolor, morirte por dentro al tiempo que moría el fruto de vientre… Y así año tras año; un ciclo solar tras otro se repite la historia: el Ángel del Señor te anuncia, tu repites las palabras «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra…» Y, un año tras otro, te sometes a un destino que, sin duda, no puedes entender del todo, que te obliga a un matrimonio absurdo, una gestación arriesgada, un parto peligroso en un mísero pesebre, con la zozobra de no saber si tu hijo será víctima del infanticidio de Herodes… Y luego, año tras año asistirás a su pasión y muerte, al juicio cruel de los poderosos, al escarnio que las turbas harán con tu hijo, a una crucifixión atroz. Lo llevarás al sepulcro y sentirás el dolor más profundo que puede sentir una madre: sentirás que tu hijo, el ser que gestaste durante nueve meses, que pariste y amamantaste con dolor, que criaste y educaste con tanto esfuerzo, se muere en ti, dentro de ti, y con él se muere la Vida y te deja una oquedad, un vacío que ya nada en el mundo puede llenar… Y luego te dirán que tu hijo ha resucitado y que su muerte ha salvado a la Humanidad entera del pecado, del error, de la miseria, y que comienza una nueva era donde el hombre será hermano del hombre, donde las madres parirán hijos para la paz y no para la guerra, para la vida y no para la muerte… Pero tú verás que año tras año, ciclo tras ciclo, todos los males que combatió tu hijo y que creyó erradicar para siempre entregando su vida permanecen e incluso (en algunas circunstancias) se incrementan y verás que la Humanidad es así y que ningún dios ni ningún mesías puede salvarla desde fuera, para todos y para siempre, porque los verdaderos cambios sólo pueden producirse desde dentro y no para todos y no para siempre…
Pero los poderosos que establecieron el itinerario vital de tu hijo y el tuyo siguen instrumentalizándoos, encargándoos la tarea de seguir propagando la «buena nueva», de anunciar una y otra vez la salvación de los hombres… Y así te han enviado a Zaragoza, a Tepeyac, a Lourdes, a Knock, a Fátima, a Beauraing, a Siracusa, a Kibeho y a otros muchos lugares como, recientemente, a Medjugorje, siempre con mensajes simplistas o incomprensibles, pero siempre sin abordar los verdaderos problemas, siempre buscando la sumisión de las personas a poderes superiores al Hombre, su integración en y tributo a las estructuras religiosas…
Y tú sigues obedeciendo, María; bajas del altar una y otra vez a repetir tu mensaje, a defender los mismos valores, a glorificar un cielo y una tierra masculinos, donde la mujer es cantada con palabras lisonjeras pero apartada sistemáticamente del Poder y de la Hacienda, reservados al varón, a ese ser que se dice creado a imagen y semejanza de Dios. Y vuelves al altar sin aprovechar la ocasión de tu aparición para denunciar de una vez la injusticia que se cometió contigo en tu lugar y en tu tiempo y la que se comete cada día y en todos los lugares con todas las mujeres…
Y las mujeres que, en el mejor de los casos, ven en ti un modelo a seguir y se entregan a la crueldad de los hombres malvados o a la estulticia de los estúpidos o, en el peor, se resignan pensando que el sacrificio en este «valle de lágrimas» es el precio a pagar para alcanzar el Paraíso prometido (aunque nunca visto) siguen minusvaloradas, despreciadas, maltratadas. Millones y millones de mujeres siguen sufriendo vejaciones y malos tratos, terribles códigos o cánones religiosos donde se las declara inferiores, costumbres bárbaras como la ablación genital o la entrega de las niñas a maridos-traficante, a la prostitución, a las mil y una formas de esclavismo. Incluso en las sociedades que se jactan de haber superado esta terrible lacra, sigue habiendo discriminación implícita y generalizada y demasiados casos de violación y otros tipos de violencia hasta el asesinato machista y cobarde.
Por eso deberías rebelarte, María, deberías enfrentarte al fin al Poder patriarcal y violento. Deberías proclamar que ninguna mujer puede ser obligada a someterse a los designios del hombre, a parir hijos para la guerra y el sufrimiento; que la mujer debe participar en igualdad de derechos y condiciones en el Trabajo y en sus frutos, en su organización. Y, sobre todo, que nadie debe inmolarse al servicio de las ambiciones de los que, so pretexto de salvar a las gentes, aspiran, en el fondo, a someterlas. Sí, María, deberías rebelarte y negarte rotundamente a entregarte y, sobre todo, a entregar a tu hijo…
Sé que tú sola no puedes llevar a cabo esta titánica batalla, María. Si lo intentaras sola es seguro que serías aniquilada. Pero tú puedes ver que, después de veinte siglos, millones de mujeres y de hombres, con mayor o menor acierto pero con la determinación de defender la dignidad y la libertad, se enfrentan a la tiranía, se entregan a la hermosa tarea de acabar con el esclavismo en cualquiera de sus formas… No estás sola, María, no dependes sólo de un todopoderoso varón y las estructuras que se forman a partir de él. Hay toda una humanidad de mujeres y hombres entre los que puedes sentir, por fin, la sensación de ser mujer con todas las consecuencias, de ser persona con todos los derechos y oportunidades…
Es el momento, María. ¡Rebélate, desobedece! Por favor, baja del altar de una vez para siempre y renuncia a propagar el mensaje patriarcal y tiránico. Deja de ser la virgen sumisa para poder ser la mujer digna. No te aparezcas a seres pueriles y manipulables: mézclate con esa multitud creciente, lucha entre esos individuos, mujeres y hombres, que no quieren celebrar sacrificios humanos, que no quieren vírgenes ni mesías sino personas. Porque si no lo haces así, María, esas gentes que luchan por cerrar el periodo masculino, unilateral y grosero, brutal de la Humanidad para dar paso al tiempo humano, al tiempo de lo femenino y lo masculino complementándose y armonizándose, esas gentes, María, acabarán apartándote de la Historia y te enviarán definitivamente al mundo de la ficción y tu hijo y tú pasaréis a ser meros protagonistas de los relatos fantásticos que se cuentan a los niños o mero objeto de estudio de los especialistas que buscan cuánto hay de verdad y cuánto de mentira en la Leyenda.
Con respeto y afecto.

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25. Juguemos limpio, hermano

¡Juguemos la partida (o el combate, si te empeñas) noblemente, hermano! Mirémonos a los ojos mientras discutimos y mantengamos las manos a la vista. ¡No mintamos! Te reconozco el derecho a no querer mantener nuestra fraternidad a partir de ahora pero no admito que niegues a nuestros padres comunes, por muy discutible que fuera su personalidad ni más compleja que fuera su historia. Por supuesto, no se nos ocurra esconder un puñal en la manga. ¡Juguemos limpio, hermano, aunque sólo sea porque si uno juega sucio manchará indefectiblemente al otro y perjudicará a toda la familia! Acepto que puedas considerarte legítimo dueño de una parte de la hacienda y que desees separarte con tu parte pero no puedo admitir que establezcas tú, con el apoyo de cualquier notario desaprensivo, las nuevas escrituras de propiedad. Hemos compartido tormentas y cosechas con los demás hermanos, con toda la familia, durante tanto tiempo que, para dejar de hacerlo, tendremos que ver fanega a fanega, árbol a árbol, quién puede disponer de ellos… porque en cada una de esas fanegas hay sangre de nuestros antepasados comunes (¿podrás negarme que la historia nos enseña que fueron juntos a conquistar mundos, que pelearon codo a codo cuando sintieron amenazada la hacienda y hasta su propia diginidad y su vida?). Pero, sobre todo, en todas esas tierras cultivadas con tremendo esfuerzo por miembros de toda la familia, en todos esos edificios levantados ladrillo a ladrillo, hay sudor de otros hermanos, de tus hijos pero también de los míos. Te aseguro que no pretendo imponerte por la fuerza lo que tienes que hacer, pensar o decir pero no puedo admitir que tú me lo impongas a mí. Acepto que, en lo que nos afecta a cada uno, tengamos autonomía para decidir nuestros proyectos y nuestros comportamientos, pero no puedo tolerar que en lo que afecta al conjunto tú decidas por tu cuenta; por muchos problemas y desavenencias que hayamos tenido (sobre cuya importancia será difícil que nos pongamos de acuerdo) lo cierto es que llevamos mucho tiempo juntos, con mucha más unidad que diversidad, como para que alguien pretenda deslindar espacios e intereses abruptamente y de forma unilateral. Por otra parte es evidente que tú no puedes decidir qué otros hermanos y en qué condiciones se quedan contigo o a cuáles apartas de tu lado o los sometes a tu dominio… Estamos unidos, hermano, por el tiempo y el espacio, por la hacienda compartida y aunque te reconozco que no siempre hemos actuado con justicia, ni los unos ni los otros, estoy convencido de que es mucho más lo que nos empuja a la fraternidad, al trabajo en común, que lo que nos separa. A pesar de ello, si tú quieres separarte no te pondré un muro de fuerza y rencor para retenerte… pero habrás de hacerlo respetando escrupulosamente todas las reglas que nos han traído hasta aquí y no podrás decidir tú por tu cuenta qué parte de la hacienda o qué miembros de la familia te corresponden. Juguemos limpio, hermano, y eso hará que, pase lo pase, el peor odio de cuantos destruyen al hombre, el odio entre hermanos, no nos manche.

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24. Fascinación

Muchos se preguntan el porqué de esa fascinación que una parte significativa de la izquierda (empleo aquí el término en su sentido más lato) ha sentido siempre por los terroristas etarras; por qué en la etapa de la Dictadura eran admirados y ensalzados y por qué en la etapa de la Transición, y ahora, cualquier paso que éstos dan alejándose tácticamente de la violencia terrorista, aunque sea un paso corto, no irreversible y con condiciones, les parece a aquéllos un paso muy valioso. Hasta donde yo sé, hay tres cosas, tres señuelos, que siempre nos han fascinado a esa izquierda boba (debo llamarla así e incluirme, puesto que en algún momento y frente a alguna situación extrema yo milité en esa izquierda, por mucho que me fueran expulsando de todos los sitios por inseguro, disidente, etc.):

La primera es el aire primigenio, ancestral, bucólico, que siempre ha intentado dar el movimiento etarra: ¡la vuelta a las raíces sagradas, el comunismo primitivo, todos iguales y felices, etc.! Pero nos olvidábamos de que, en nuestra sociedad, ya no quedan buenos salvajes, ya no hay razas puras ni paisajes vírgenes, todo ha sido mezclado y, para bien y para mal, vivimos en una civilización totalmente diferente a la tribu.

La segunda era la capacidad de matar (la violencia es la partera de la historia, Marx dixit; es preciso romper huevos para hacer una tortilla, Mao dixit, y todo eso); admirábamos en ellos, en los violentos, lo que en nuestros sueños de izquierdismo infantil querríamos haber hecho nosotros y no nos habíamos atrevido: y así, imaginariamente, hemos acompañado a los «revolucionarios» para expropiar al expropiador y ejecutar al dictador, para arrebatar la calle a las fuerzas de orden público (y a cualquier ciudadano que no se sumara a la causa), para establecer un «orden revolucionario» que amedrentaba a los acomodados y convertía en verbena la vida de los humildes…

Y, por último, la tercera fascinación era la de pensar que la gente que reclama toda la libertad, que está dispuesta a imponer por unos u otros medios el derecho a decidir, etc. son avanzados, progresistas, etc. Queríamos «avanzar» con ellos, queríamos decidir con ellos; aunque, ¡oh, paradoja!, lo que estábamos decidiendo fuera lo más contrario a nuestros intereses legítimos: una nación diversa pero unida por la historia y por el bienestar general, un Estado fuerte capaz de garantizar la libertad y los derechos de sus ciudadanos…

Desgraciadamente, en mi modesta opinión, queda todavía en nuestro país bastante izquierda boba y algunos que la utilizan para sus miserables intereses. Y, al final, unos y otros se hacen cómplices de esa política siniestra de querer imponer a los demas ―fuera de las reglas del juego que nos hemos dado, fuera de la historia y de la democracia y recurriendo a prácticas fascistas o nazis o mafiosas― una ideología totalitaria y dogmática y, con ello, aunque digan todo lo contrario, regresan a periodos oscuros y reaccionarios, caminan en el sentido contrario al que los idealistas de la izquierda nos señalaron: la libertad, la igualdad, la fraternidad…

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23. NO a la guerra

Asturias («Paraíso Natural»). Los Valles del Oso, paso entre las grandes montañas y la meseta castellana: el árbol domina prodigiosamente a la piedra y al asfalto; el hombre se adapta al entorno sin intentar destruirlo; en cualquier dirección que se mire, el paisaje sobrecoge y estimula; inteligentes empresarios de tipo medio o pequeño desarrollan un turismo (hasta ahora) humano y ecológico; la gente, afectuosa, ayuda a hacer cada lugar visitado más amable; el Desfiladero de las Xanas («Es más pequeño que el Cares pero mucho más bello», tienen razón), con excelente y baratísima comida casera en Pedroveya… ¡El oso pardo protegido, como símbolo del derecho de la Naturaleza! Arriba, rapaces; en los bosques, los jabalíes; en los ríos, truchas y salmones. Castaños centenarios con bellísimas obras de arte talladas, por el tiempo, en sus troncos. La música sublime del viento entre las ramas o del agua entre las piedras. Uno se siente vegetal, sin pasiones, y hasta mineral, con ciclos milenarios… Pero, de pronto, la realidad humana: en el borde de un pequeño túnel la pintada reclama «NO a la guerra»… De acuerdo: No a la guerra; ¿qué guerra, la primera de Iraq, la segunda, la de Afganistán, las decenas de guerras que asolan el Tercer Mundo con millones de víctimas (¡esos centenares de miles de niños asesinados que componen la alfombra que pisan los opulentos en su siniestro camino hacia el derroche!)? Gritemos con todas nuestras fuerzas: ¡NO A LA GUERRA, A CUALQUIER GUERRA, A TODAS LAS GUERRAS!… Sin embargo, hay que reflexionar: la guerra acompaña al hombre desde las sociedades más primitivas y tenemos que comprender por qué… ¡El reparto! El reparto justo y necesario o el reparto criminal que produce la codicia. Hay que completar la consigna: «NO a la guerra, SÍ a compartir.» ¡Tenemos que aprender a compartir! Tenemos que aprender a compartir el espacio y el tiempo, el trabajo y los frutos del trabajo, los abrazos y los sueños… Tenemos que aprender a hacer un nuevo reparto que supere al de los animales salvajes (quizá el animal más salvaje, hasta hoy, ha sido el hombre); no podemos aceptar que el más fuerte se reserve «la parte del león», pero tampoco podemos formar colmenas u hormigueros (nazismo, estalinismo)… Asturias va quedando atrás, hay que volver a Madrid: en el puerto de Pajares, la bruma dificulta el camino y produce un poco de inquietud; pero enseguida se abre la gran meseta: León nos recuerda que aquí se intentaron las primeras Cortes democráticas (en una u otra medida) de Europa y el famoso dicho castellano se hace presente: «Nadie es más que nadie».

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22. Sincronicidad

Mucho antes de que Carl Gustav Jung lo definiera como el fenómeno de la sincronicidad (la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero sin ninguna causa común), realmente desde los inicios del pensamiento complejo, de la civilización, el hombre se ha planteado la cuestión de la casualidad, de la causalidad, del milagro… Además del famoso escarabajo del psiquiatra suizo hay miles de «sincronicidades» registradas. Realmente, sea necesidad o azar, causa o casualidad, sea un fenómero indefinible, es especialmente estimulante que, cuando las brumas parecen vencer al sol y los duros grises imperar sobre los brillantes verdes, tu faz aparezca de pronto frente a mí, reflejada desde algún lejano punto de la Red, y sea tan bella como aquella primera ocasión en que al elevar la mirada desde el suelo al cielo vi tu cara iluminada y tu sonrisa acogedora invitándome a caminar, a grandes zancadas, hacia nuevos horizontes.

 

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21. Rebeca

No es bueno celebrar el cumpleaños deambulando por las calles de una ciudad que te tiene que resultar extaña y ajena, acompañando a tu madre en la triste profesión de la mendicidad. Tus 8 años deberían ser una fiesta colorida y ruidosa, en un ambiente modesto pero limpio y con tu fresca mirada abierta al futuro… A pesar de todo, ¡Felicidades, Rebeca! Que cumplas muchos años y cada vez en mejores circunstancias. Aquí tienes mi pequeño regalo de cumple. Y te deseo de todo corazón que seas capaz de esforzarte por superar esta situación miserable en la que la vida, tus padres, te han situado; que comprendas que tendrás que trabajar duro para formarte y crecer con perspectivas, para trazar tu propio itinerario, para no seguir los pasos que te van indicando tus progenitores. Sin perder, por supuesto, tu cariño y tu respeto por ellos (quizá no pudieron hacer otra cosa desde que decidieron abandonar su natal Rumanía y venir al mundo acomodado) pero decidida a salir del terrible círculo vicioso de la miseria… 

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20. Doctora

El paciente se pone en manos de la doctora. Pasó el tiempo en que la mujer sólo tenía el cuerpo del varón a su disposición cuando nacía y se ocupaba de su crianza o cuando moría y se ocupaba de la mortaja. Entre esos dos extremos la mujer sólo podía tener el cuerpo varonil como poseedor, sobre todo en la alcoba. Pero ahora la mujer se ha ganado, con gran esfuerzo, el derecho a entrar en el laboratorio, en el quirófano, en la cátedra, en la tribuna… y, por ello, también se ha ganado el derecho a entrar en el cuerpo del hombre: todas las especialidades de la medicina, incluida la urología, están al alcance de la fémina. Y la mujer puede auscultar, explorar, hurgar, penetrar ese cuerpo que antes le estaba vedado. El hombre, que antes hubiera rechazado esa situación o aprovechado para gallear, se encuentra ahora a merced de la mujer… Pero no siente miedo (como, a la inversa, tantas mujeres han sentido en manos de los ginecólogos) porque comprende que la mujer (rehaciendo, corrigiendo, la obra del dios bíblico) al auscultarlo, al penetrarlo, lo acaricia y al hacerlo lo moldea: lejos de destruir su virilidad la potencia al transmitirle la ternura.

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