26. Carta a María

Anunciación¡Ave, María! Te saludo con respeto y afecto. Y con toda la solidaridad de la que soy capaz. Sé que te ha correspondido, en esta ruleta caprichosa que es la vida humana, un rol bien complicado, doloroso, y no quisiera añadir a ello con mis palabras más zozobra…
Mas debo ser sincero, María, hablarte con palabras serenas y afectuosas… pero no alejadas de la verdad. Creo que no debiste someterte a los designios de un ser superior por muy dios que lo consideraras: jamás deberías haber pronunciado las terribles palabras que te convertían en esclava, jamás debiste tolerar que tu cuerpo, tu vida fueran destinados a una misión que no era la tuya, la que tú habías pensado para ti; debiste decirle a Gabriel, con respeto pero con toda determinación, que no podías aceptar ser destinada, apenas adolescente, a ser la madre de Dios en la Tierra, a pasar mil penalidades para traer un hijo al mundo destinado a ser inmolado para resolver los problemas de otros, a sacrificar a tu esposo, a renunciar a tu cuerpo y a tu propio proyecto de persona…
Sé que es muy difícil para una joven de tu tiempo y de tu entorno familiar y social resistirse a los dictados de los poderosos. Hubiera sido un cuasimilagro que te hubieras enfrentado a toda tu familia, a toda tu gente, a tu cultura, a tu religión… ¿Lo intentaste? Quizá, sí; quizá, en un momento de rebeldía, de lucha por la libertad y, sobre todo, por la dignidad de la mujer, pensaste en negarte a ser un mero instrumento de los planes de un Dios-hombre o de un Hombre-dios, quizá te propusiste gritar tu rebeldía a los cuatro vientos y enfrentarte a todas las represalias, quizá te juraste a ti misma perder la vida antes que entregar tu cuerpo para que un ser exterior a ti decidiera lo que debería hacer ese cuerpo y lo que tendría prohibido hacer; es posible que, un instante antes de someterte, de entregarte en cuerpo y alma, te atrevieras a pensar que debías rebelarte y caer en la lucha antes de parir un hijo destinado a enfrentarse a una tarea imposible, a morir en plena juventud, víctima de las batallas de otros, de las seculares guerras de poder, de las redes de las ambiciones de los hombres…
Pero no lo hiciste, María, y, a partir de tu renuncia a cambiar el curso de la historia que te habían impuesto, tu vida fue un cúmulo de entregas, de abnegaciones, de sacrificios. Los demás, los que trafican con el miedo, los que montan estructuras a partir de los mártires, vieron cumplidas sus expectativas y pudieron realizar sus proyectos a partir de la muerte de tu hijo… pero tú, sin duda, sólo podías llorar, desgarrarte de dolor, morirte por dentro al tiempo que moría el fruto de vientre… Y así año tras año; un ciclo solar tras otro se repite la historia: el Ángel del Señor te anuncia, tu repites las palabras «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra…» Y, un año tras otro, te sometes a un destino que, sin duda, no puedes entender del todo, que te obliga a un matrimonio absurdo, una gestación arriesgada, un parto peligroso en un mísero pesebre, con la zozobra de no saber si tu hijo será víctima del infanticidio de Herodes… Y luego, año tras año asistirás a su pasión y muerte, al juicio cruel de los poderosos, al escarnio que las turbas harán con tu hijo, a una crucifixión atroz. Lo llevarás al sepulcro y sentirás el dolor más profundo que puede sentir una madre: sentirás que tu hijo, el ser que gestaste durante nueve meses, que pariste y amamantaste con dolor, que criaste y educaste con tanto esfuerzo, se muere en ti, dentro de ti, y con él se muere la Vida y te deja una oquedad, un vacío que ya nada en el mundo puede llenar… Y luego te dirán que tu hijo ha resucitado y que su muerte ha salvado a la Humanidad entera del pecado, del error, de la miseria, y que comienza una nueva era donde el hombre será hermano del hombre, donde las madres parirán hijos para la paz y no para la guerra, para la vida y no para la muerte… Pero tú verás que año tras año, ciclo tras ciclo, todos los males que combatió tu hijo y que creyó erradicar para siempre entregando su vida permanecen e incluso (en algunas circunstancias) se incrementan y verás que la Humanidad es así y que ningún dios ni ningún mesías puede salvarla desde fuera, para todos y para siempre, porque los verdaderos cambios sólo pueden producirse desde dentro y no para todos y no para siempre…
Pero los poderosos que establecieron el itinerario vital de tu hijo y el tuyo siguen instrumentalizándoos, encargándoos la tarea de seguir propagando la «buena nueva», de anunciar una y otra vez la salvación de los hombres… Y así te han enviado a Zaragoza, a Tepeyac, a Lourdes, a Knock, a Fátima, a Beauraing, a Siracusa, a Kibeho y a otros muchos lugares como, recientemente, a Medjugorje, siempre con mensajes simplistas o incomprensibles, pero siempre sin abordar los verdaderos problemas, siempre buscando la sumisión de las personas a poderes superiores al Hombre, su integración en y tributo a las estructuras religiosas…
Y tú sigues obedeciendo, María; bajas del altar una y otra vez a repetir tu mensaje, a defender los mismos valores, a glorificar un cielo y una tierra masculinos, donde la mujer es cantada con palabras lisonjeras pero apartada sistemáticamente del Poder y de la Hacienda, reservados al varón, a ese ser que se dice creado a imagen y semejanza de Dios. Y vuelves al altar sin aprovechar la ocasión de tu aparición para denunciar de una vez la injusticia que se cometió contigo en tu lugar y en tu tiempo y la que se comete cada día y en todos los lugares con todas las mujeres…
Y las mujeres que, en el mejor de los casos, ven en ti un modelo a seguir y se entregan a la crueldad de los hombres malvados o a la estulticia de los estúpidos o, en el peor, se resignan pensando que el sacrificio en este «valle de lágrimas» es el precio a pagar para alcanzar el Paraíso prometido (aunque nunca visto) siguen minusvaloradas, despreciadas, maltratadas. Millones y millones de mujeres siguen sufriendo vejaciones y malos tratos, terribles códigos o cánones religiosos donde se las declara inferiores, costumbres bárbaras como la ablación genital o la entrega de las niñas a maridos-traficante, a la prostitución, a las mil y una formas de esclavismo. Incluso en las sociedades que se jactan de haber superado esta terrible lacra, sigue habiendo discriminación implícita y generalizada y demasiados casos de violación y otros tipos de violencia hasta el asesinato machista y cobarde.
Por eso deberías rebelarte, María, deberías enfrentarte al fin al Poder patriarcal y violento. Deberías proclamar que ninguna mujer puede ser obligada a someterse a los designios del hombre, a parir hijos para la guerra y el sufrimiento; que la mujer debe participar en igualdad de derechos y condiciones en el Trabajo y en sus frutos, en su organización. Y, sobre todo, que nadie debe inmolarse al servicio de las ambiciones de los que, so pretexto de salvar a las gentes, aspiran, en el fondo, a someterlas. Sí, María, deberías rebelarte y negarte rotundamente a entregarte y, sobre todo, a entregar a tu hijo…
Sé que tú sola no puedes llevar a cabo esta titánica batalla, María. Si lo intentaras sola es seguro que serías aniquilada. Pero tú puedes ver que, después de veinte siglos, millones de mujeres y de hombres, con mayor o menor acierto pero con la determinación de defender la dignidad y la libertad, se enfrentan a la tiranía, se entregan a la hermosa tarea de acabar con el esclavismo en cualquiera de sus formas… No estás sola, María, no dependes sólo de un todopoderoso varón y las estructuras que se forman a partir de él. Hay toda una humanidad de mujeres y hombres entre los que puedes sentir, por fin, la sensación de ser mujer con todas las consecuencias, de ser persona con todos los derechos y oportunidades…
Es el momento, María. ¡Rebélate, desobedece! Por favor, baja del altar de una vez para siempre y renuncia a propagar el mensaje patriarcal y tiránico. Deja de ser la virgen sumisa para poder ser la mujer digna. No te aparezcas a seres pueriles y manipulables: mézclate con esa multitud creciente, lucha entre esos individuos, mujeres y hombres, que no quieren celebrar sacrificios humanos, que no quieren vírgenes ni mesías sino personas. Porque si no lo haces así, María, esas gentes que luchan por cerrar el periodo masculino, unilateral y grosero, brutal de la Humanidad para dar paso al tiempo humano, al tiempo de lo femenino y lo masculino complementándose y armonizándose, esas gentes, María, acabarán apartándote de la Historia y te enviarán definitivamente al mundo de la ficción y tu hijo y tú pasaréis a ser meros protagonistas de los relatos fantásticos que se cuentan a los niños o mero objeto de estudio de los especialistas que buscan cuánto hay de verdad y cuánto de mentira en la Leyenda.
Con respeto y afecto.

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10 respuestas a 26. Carta a María

  1. Qué preciosa carta, José María; aún tienen que cambiar mucho algunas sociedades, para que muchas niñas y mujeres puedan disfrutar de libertad de expresión, decisión y acción, y puedan escapar de destinos indeseables… Un abrazo, S.

  2. ana calle dijo:

    Magnífica, carta, José María, me ha gustado muchísimo.

    Un abrazo, Ana

  3. Enrique Perez Mengual dijo:

    Tal y como tú comienzas tu artículo, con afecto y respeto, te digo:
    No has entendido nada, amigo mío. No haces más que repetir las tonterías de costumbre: un Dios poderoso y cruel, un Jesús comportándose como un demente, una Virgen María sometida al yugo masculino, etc etc. Lamento decirlo: hacía tiempo que no leía algo tan indecoroso y cursi como lo que acabas de parir, y sobre todo, José María, tan terriblemente banal. No es extraño que aplaudan hasta con las orejas las feministas de cuota. Descuida que el Angelus seguirá en las pinturas de Giotto, recordándonos qué es el candor y la pureza y Jesús mantendrá su “Venid a mí los que estéis agobiados que yo os aliviaré”.
    También yo me despido con respeto y afecto.
    Enrique

    • Gracias por leerme, Susana. Tienes razón en señalar cuánto queda por hacer en este tema fundamental.
      Gracias por leerme, Ana. Tendremos ocasión de hablar, largo y tendido y en persona de mi carta.
      Gracias por leerme, Enrique. Lamento que te haya disgustado mi «Carta a María». Antes de publicarla, le pedí opinión a varias personas, creyentes y no creyentes, preocupado por no herir los sentimientos, religiosos o racionales, de mis amigos. Como es natural en estos casos unos se mostraron muy de acuerdo conmigo, con las preocupaciones e ideas que reflejan mi «artículo», y otros poco pero en ningún caso recibí la crítica de haberme mostrado irreverente o indecoroso y, tampoco, de haber caído en banalidades. Por supuesto, mi intención no era polemizar en torno a cuestiones de fe sino la mucho más modesta de apoyarme en la gran fuerza simbólica de la figura de María y su hijo para llamar la atención sobre problemas humanos (y, por ello, filosóficos, políticos, sociales…) que se daban en el tiempo en el que se inicia nuestra era y que, significativamente, se mantienen en nuestros días con menos cambios de los que se podría esperar. Soy de los que consideran que la discriminación de la mujer, jurídica, social, moral, etc. y las consecuencias económicas, culturales, sexuales, que ello conlleva (hasta llegar a la violencia física y psicológica, esta mañana conocíamos el sexagésimo asesinato en España de la llamada «violencia de género» en lo que va de año) es un gravísimo problema no sólo del mundo semítico sino de la especie entera en prácticamente todo el planeta pero que en ese mundo (que tanto nos afecta aquí y ahora) adquiere una formulación más refinada, más «inteligente», y por ello nos exige a todos un compromiso más profundo. Que ese compromiso pueda provocar el entusiasmo de «las feministas de cuota» (supongo que tú no incluirás en este despectivo concepto a la mayoría de las mujeres) no debe ni puede ser obstáculo para que mucha gente de bien pugne por colaborar en la liberación de las «siervas» y las «esclavas» de cualquier tipo o condición… En cuanto a las bellísimas pinturas de Giotto y otros artistas, nada que oponer salvo que debemos mirarlas intentando captar en ellas no sólo el candor y la pureza sino también el dolor (pienso, por ejemplo, en el fresco de Giotto sobre la muerte de Cristo o en la «Pietà» de Miguel Ángel). Y por supuesto que muchos millones de personas tienen todo el derecho a pensar que ese dolor no ha sido en vano, que la Humanidad ha sido redimida y que pueden acudir a Jesús de Nazaret siempre que se sientan agobiados… pero, después de veinte siglos, creo que también los que sostienen que ese dolor ha sido y sigue siendo manipulado (que también son millones) tienen el mismo derecho a expresarse y a buscar remedio a sus agobios por otros caminos.
      Abrazos

      • Enrique Perez Mengual dijo:

        Vamos a ver, José María: al guien dijo que interpretar los evangelios en clave progresista, degenera en recopilación de trivialidades éticas. A eso me refería cuando decía que tu carta me parecía banal. Creo que fue Napoleon el que, dirigiéndose a un alto prelado
        católico, dijo: “Sepa que mi principal tarea es acabar con la Iglesia”. A lo que el prelado respondió: “Dudo que lo consiga, Sire; nosotros llevamos cerca de dos mil años intentándolo y no lo hemos conseguido”. No es culpa tuya que te encares con argumentos que pertenecen a la lógica progre y te escandalices. Poner esa plantilla sobre lo que entendemos como ” lo sagrado” o “el misterio” es inúlti, no sirve más que para confundirlo todo. Sucede que cuando una razón religiosa (afirmación) es traducida a razón secular, la parte religiosa queda fuera y lo religioso se desecha como escoria. Por tanto, me permito aconsejarte que dejes de toquetear a la Virgen María con ideas más propias de un adolescenten que de una persona de tu edad y saber. ¡Ah! Eso, sí, no te inquietes,textos como el tuyo se publican cada dos por tres en El Pais.
        Un abrazo.

  4. Hola, José María. Me parecen interesantes tanto la carta como la polémica que ha suscitado. Tu texto me parece hermoso y da que pensar, pues en mi opinón no trata de ofender, sino de simbolizar, de hacer una exégesis personal y en ningún caso dogmática, aunque al señor Pérez Mengual esto le parezca “interpretar los evangelios en clave progresista”. Soy católica y no pienso abjurar de ello porque los tiempos lo manden; ese “venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré” me ha confortado muchas veces en la vida, pero también soy una persona racional que se rebela contra la manipulación y en muchas ocasiones he manifestado públicamente mi disgusto con la jerarquía de la iglesia católica, indiscutiblemente machista, oligárquica, manipuladora y viciada. También soy feminista y no me considero “de cuota”, tal y como despectivamente se refiere el señor Pérez Mengual a quienes luchamos por un mundo más justo y más equilibrado. Con todo debo decir que nada en tu carta me ha ofendido y que aunque soy capaz de extasiarme con las anunciaciones de Giotto, de rezar a María cuando necesito fuerzas y de creer en Dios, lo único que me ha hecho hervir la sangre y me ha molestado profundamente es el desprecio que Don Enrique ha mostrado hacia quienes tenemos una mentalidad progresista y deseamos profundamente que se dejen de cometer injusticias y atrocidades con la mitad de la humanidad que puebla este planeta.
    Gracias, José María, por la carta y por propiciar el debate, siempre es saludable. Un fuerte abrazo.

    • Enrique Perez Mengual dijo:

      Señora Domadoradeelefantes, no es desprecio lo que siento por la ideología progresista. Lo que digo es que es difícil el entendimiento entre catolicismo y progresismo, sin que el núcleo de las verdades cristianas palidezcan. Ya se intentó en los años 60 con aquello del “diálogo entre cristianos y marxistas”, que dio como resultado que los cristianos se volvían marxistas y los marxistas no se hacían cristianos. Luego vino la Teología de la Liberación con curas fanáticos como Ernesto Cardenal, jesuitas como Ignacio Ellacuría que defendía tesis leninistas, y veían al Che Guevara como un Cristo liberador. En fin, hay multitud de ejemplos, para qué seguir. Permítame un par de preguntas ¿qué necesidad hay de referirse a la obediencia de La Virgen María al mandato de Dios como una muestra de esclavitud ante un “poder patriarcal violento? ¿Acaso no tiene que ofender a un cristiano la visión de Dios como “un todopoderoso y tiránico varón”? Finalmente, la única sumisión que no es vil es la sumisión a Dios (Gómez Dávila). “Que no se haga mi voluntad sino la tuya” ¿no fueron esas las palabras de Jesús? Señoradomadoradeelefantes, los que no

      • Enrique Perez Mengual dijo:

        Señoradomadoradeelefantes, los que no somos progres, también deseamos y luchamos (es un decir) por un mundo más justo y más equilibrado (por cierto, sabrá usted que la doma de elefantes es una de las prácticas más crueles que existen). Acabaré con una cita que es, a mi juicio, un auténtico regalo:
        “La ley moral ordena hacer del soberano bien posible en un mundo, el objeto último de toda mi conducta. Pero sólo puedo tener la esperanza de realizarlo por medio del acuerdo de mi voluntad con la de un autor del mundo santo y bueno (…) La moral no es entonces, para hablar con propiedad, la doctrina que nos enseña cómo debemos ser felices, sino como debemos volvernos dignos de esa felicidad. Únicamente cuando la religión se suma a ello, puede entrar en nosotros la esperanza de participar algún día de la felicidad, en la medida en que hemos intentado no ser indignos de ella”. (Paul Ricoeur)
        Para terminar contaré una anécdota: Un torero famoso (no sé si fue El Gallo) llegó con el tiempo justo para vestirse en el hotel y acudir a la plaza, debido al retraso con que llegó el tren. Bajó del vagón a toda prisa y cuando pasaba junto a la máquina, la locomotora lanzo un potente resoplido de vapor. Entonces el maestro gritó a la máquina: “¡esos cojones en Despeñaperros!”. José María: “esos c….. con los islámicos”.
        Un abrazo.

  5. isabel dijo:

    entre y tu carta me gustó….ya lo hablaremos en persona.
    un beso grande y que Dios te bendiga¡¡¡

  6. Gonzalo dijo:

    Antes de nada quisiera decir que yo solo voy a intentar dar mi opinión. Digo intentar, porque considero que para nada domino el lenguaje de las palabras como el señor Pérez Mengual y la señora o señorita (no lo sé) domadora de elefantes; y de sobra se que ni de lejos como José María. Pienso que esto que voy a decir os puede parecer osado:
    ¿Qué más da si existe Dios o no? ¿Sentis que algo (una fuerza sobrenatural o un ser superior) os priva de actuar conforme quereis? ¿haceis todo lo que creeis que debeis hacer para hacer de esta vida [no se si otra existe pero esta si, aunque de un sueño se trate algo es], de este mundo algo mejor? Responderos¿cuando os levantais que haceis? ¿por qué?¿os sentis bien con ello?
    Pienso que cada uno debe disfrutar de su libertad cuanto pueda en la medida que no invada la de otro. Y esto nada tiene que ver con religiones, sectas, políticas,…. YO SOLO VEO QUE LA GENTE NO PARA DE DAR MUCHAS VUELTAS A LO MISMO A ALGO QUE NO IMPORTA MUCHO.
    ESTO ES LO QUE YO CREO QUE SE: TODOS SALIMOS DESNUDOS DE UN COÑO.

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