Aprovechemos el centenario del hundimiento del trasatlántico más famoso del mundo para recordar y reflexionar. Fijémonos, entre la rica simbología del gigante abatido y que tanto juego ha dado a ensayistas, literatos y cineastas, en, sólo, dos o tres aspectos: la famosa orquesta que siguió interpretando su selecto repertorio hasta que la entrada del agua en la sala lo impidió (aunque es posible que haya una cierta exageración en el relato de este heroico y romántico comportamiento), los múltiples errores de dirección y comunicación que se cometieron y lo que llamaré el gran ejemplo del Titanic.
Ciertamente parece que los errores en la navegación del barco y en la comunicación al pasaje y la tripulación una vez que se tomó la decisión de organizar el salvamento fueron terribles y se pueden proponer mil y un debates sobre sus causas, cómo se hubieran podido evitar, etc. Pero de esa forma estaremos hurtando la verdadera cuestión a nuestra inteligencia: el hecho mismo de haber fletado un barco de esas caraterísticas.
Porque, por encima de todos los errores cometidos aquella fatídica noche y por encima de las caricaturas que se puedan hacer de unos músicos empuñando hasta el último momento sus instrumentos artísticos y muriendo con ellos, lo que debemos aprender (querida OG y otros queridos amigos que habéis utilizado la imagen de la orquesta para despreciar las actitudes de resistencia), lo que tenemos que aprender del Titanic es lo terrible que resulta la combinación de la codicia de los grandes negocios con la estulticia del vulgo que pretende mimetizar a los opulentos. Entre ambos alimentan el despilfarro, el desprecio por la Naturaleza, una economía y una organización sociales que pone toda la rica capacidad humana, científica, industrial, comercial y artística al servicio de una travesía que en el mejor de los casos será una farsa, y en el peor, una tragedia. Y éste, en mi mi modestísima opinión, es el gran ejemplo, la gran enseñanza del Titanic… Y si cien años después lo rememoramos para fijarnos en los aspectos que alimentan la «prensa rosa o amarilla» o para ridiculizar a unos músicos y nos olvidamos de la cuestión fundamental, el modelo de sociedad que estamos manteniendo, es decir, si seguimos empeñados en fletar el Titanic, muchos Titanic, nos estrellaremos contra el iceberg de la realidad y nos hundiremos… Y entonces quizá tengamos que agradecer a los pobres músicos que sigan tocando hasta el último momento para que, al menos, resulte un funeral con sentimiento.
La raza humana está condenada a tropezar una y otra vez en la misma piedra (iceberg). Desgraciadamente, el hombre no aprende de sus errores. Abrazos.
Gracias, amigo Rafael. Tienes toda la razón… aunque hay que seguir intentando superar esa contumacia de nuestra especie, Por cierto, la exposición de fotografías sobre el Titanic que pones en tu web me parece excelente: es muy de agradecer tu labor.
Un abrazo,
José María
La Torre de Babel se ha mantenido —y me temo que mientras el hombre sea hombre, así será— pero mutando su apariencia: Titanic, World Trade Center, etc.