Los «Cuentos de Tokio», una lección magistral sobre la decepción

images (2)Como toda obra maestra, Cuentos de Tokio (Tokyo monogatari, Yasujiro Ozu, 1953) permite, y necesita, múltiples lecturas: como las grandes narraciones escritas o representadas, las pinturas y esculturas más bellas e inteligentes, las músicas más sublimes, como los grandes poemas que han sido capaces de encerrar en unos pocos versos toda la grandeza (y toda la miseria) humana, esta película nos llama una y otra vez a contemplarla, a intentar comprenderla, a incorporarla a nuestra sensibilidad, a nuestro pensamiento y, en suma, a nuestra vida.
En una ocasión veremos sus 139 minutos de película (200.000 fotogramas perfectos), para hacer el mismo viaje (Desde Onomichi a Tokio) que hacen los ancianos Shukishi y Tomi Hirayama, para ver a sus hijos, quizá por última vez, con la intención de compartir sus vidas; para sentir junto a nosotros esos personajes tan reales, tan humanos y, al tiempo, tan arquetípicos, tan representativos de una época y de un lugar… y de todos los lugares y épocas que habita el hombre; para percibir bien sus lentos movimientos, sus expresiones comedidas, sus palabras amables… para acariciarlos, porque todos y cada uno de ellos son todos y cada uno de nosotros.
En otra ocasión necesitaremos fijarnos bien en la magnífica interpretación que, bajo la dirección del maestro y siguiendo el guión del propio Ozu y Kôgo Noda, realizan
Chishu Ryu (el padre), Chiyeko Higashiyama (la madre), Setsuko Hara (Noriko, la nuera bondadosa), So Yamamura (Koychi Hirayama, hijo muy ocupado), Haruko Sugimura (Shige Kaneko, hija pragmática), Kuniko Miyake (Fumiko, esposa de Koychi ) y Kyoko Kagawa (Kioko, la hija que vive en Onomichi)… y otros interpretes de parecido nivel que encarnan personajes secundarios pero no menos importantes.
Quizá queramos ver el filme otra vez porque sentimos la necesidad de analizar profundamente la historia que nos cuenta Ozu, de vivirla internamente como si fuera una crónica fiel de nuestra propia historia. Y, así, nos trasladamos a vivir al Japón de la postguerra y nos dejamos inundar por la suave pero profunda melancolía al comprobar el foso que hay entre padres e hijos, al tener que reconocer que tenemos diferentes itinerarios, diferentes intereses e ideales, diferentes ritmos vitales, diferentes pasados y futuros y, por todo ello, diferente presente: que hay, ¡ay!, una mutua decepción. Que no se puede forzar la convivencia y que, por mucho amor que se tenga, una generación tiene que aceptar que la otra se despegue, se aleje…
Sí, una mutua, universal, decepción. Decepcionamos a nuestros padres porque no tuvimos suficientemente en cuenta sus consejos, porque respondimos a su generosidad con nuestro egoísmo, porque no alcanzamos todas las cumbres que ellos habían soñado para nosotros, o porque, al alcanzarlas, nos hemos olvidado de ellos, los hemos dejado al margen de nuestras vidas… Y decepcionamos a nuestros hijos porque ellos, cuando niños, nos habían creído superiores, poderosos, invencibles y, luego, nos han visto flaquear, equivocarnos; a diferencia de cuando su territorio estaba dentro de nuestro territorio, ahora nos ven no como el caballo alado que podía llevarlos a dominar todos los mundos sino como el perro de hogar por el que tenemos ternura pero que, en tantas ocasiones, nos estorba y nos hace perder el tiempo.
Sí, nos decepcionamos mutuamente una y otra vez y unos y otros nos preguntamos si hemos dedicado el tiempo y la inteligencia necesarios a nuestros antepasados y a nuestros descendientes. Y quizá nos conformamos con la idea de que el hombre, nuestra especie, llega con su deseo y su imaginación a todos los confines del universo pero luego, por nuestra naturaleza, por todos los condicionamientos de nuestra vida en sociedad, nos arrastramos por la tierra, chocamos unos con otros, salimos como podemos de las mil circunstancias a las que nos enfrentamos cada día…
Sí,
una mutua, y dolorosa, decepción. Y, sin embargo, como nos enseña el maestro Ozu, por encima de esa decepción, puede, ¡debe! prevalecer el cariño, la ternura, el amor. Porque, salvo raras excepciones, nuestros padres son dignos de nuestro respeto y admiración, de nuestro amor. Porque sus errores siempre son menos importantes que el hecho de habernos dado la vida y haberse esforzado por prepararnos para desenvolvernos en una sociedad tantas veces hostil. ¡Y todavía pueden ayudarnos mucho en la vida! Su experiencia, su natural dominio de las pasiones, la sabiduría que da la edad, pueden compensar con creces su pérdida del vigor físico o intelectual. Nuestros padres mejor que nadie pueden enseñarnos, para cuando nos llegue la ocasión, cómo se recorren los último tramos de la vida y demostrarnos que esa etapa puede tener también una gran felicidad.
Porque a pesar de que podamos sentirnos poco valorados o atendidos por nuestros hijos, sabemos que en ellos está la prolongación de nuestra vida y nuestro mejor apoyo para encarar nuestra etapa de vejez e, incluso, de decrepitud. Por eso, aunque en muchas ocasiones no acabamos de comprender su comportamiento y sentimos su alejamiento con dolor… tenemos que reconocer que nuestros hijos están en circunstancias bien diferentes a la nuestra y no pueden coincidir plenamente (salvo que anulen su personalidad) con nuestros intereses y sentimientos; en todo caso, nunca debemos olvidar que ellos no pueden ser perfectos, como no lo fuimos nosotros, que tenemos que asumir que sus errores o limitaciones son, en una medida determinante, la consecuencia de los genes que les hemos transmitido y, sobre todo, de la educación que les hemos dado. En suma, por mucho que la decepción nos hiera, hemos de reconocer, por encima de todo, que ellos son la prolongación de nuestra vida, que, por muy decepcionados que nos encontremos, siempre debemos sentir la alegría de la paternidad como la sentimos en el momento sublime en que vimos su nacimiento, aunque ahora ya no podamos tomarlos en brazos y prometerles que conquistarán todos los mundos que soñamos para ellos. Sentir esa inmensa alegría…aunque tengamos que disfrutar de sus éxitos, participar de su vida, a cierta distancia y con la mayor discreción.
Sí, puede y debe prevalecer el cariño, la ternura, el amor. Tenemos tiempo e inteligencia suficientes para ocuparnos, un poco más y un poco mejor, de nuestros padres y de nuestros hijos y, al hacerlo, superar la decepción y la melancolía. Podemos imitar a Noriko, siempre amable y cariñosa, podemos acompañar a Shukishi y Tomi en su viaje de vuelta a Onomichi para, con ellos y con el maestro Ozu, demostrar una vez más que el amor es tan humano como la decepción y mucho más poderoso.

Publicado en Crítica, Reflexiones | Etiquetado , , , | Deja un comentario

Cinco momentos con la Reina Sofía

JovenSi yo fuera monárquico, Señora
con cuanto honor, con cuanta gallardía,
con permiso del Rey, os llamaría
la de altos hombros, cimbreada aurora.
(Del soneto publicado por Rafael Alberti
en el diario El País, el 2 de julio de 1989.)

 1. Patio de la Universidad de Alcalá de Henares, después de la entrega del Cervantes, en los primeros años de la Transición. Don Juan Carlos rodeado de jóvenes muchachas, haciendo gala de su ya famosa campechanía; doña Sofía en un corrillo más serio, y yo en otro corrillo cercano. El Rey se dirige a la Reina en voz alta y le dice algo así como: «Sofíííaaaa, voy a por ti, voy a rescatarte»; la Reina, «altos hombros, cimbreada aurora», sonríe y mantiene toda su (también famosa) compostura mientras él, con su gran estatura, hace gestos como de ir a saltar por encima de las muchachas, que lo contemplan arrobadas. Escolio: Esta reina, quizá frágil y tierna por dentro, mantiene la actitud adecuada y ejerce cabalmente su profesión.
2. Feria del Libro de Madrid, a finales del siglo pasado. Doña Sofía se acerca a la caseta de Ediciones de la Torre y pregunta por libros de Filosofía. Le hablo del programa de Matthew Lipman, Filosofía para Niños, y adquiere, pagándolos, las principales obras del gran pedagogo. Escolio: ¡Buena lectora y amable cliente!
3. Premio Iberoamericano de Poesía que preside Su Majestad la Reina doña Sofía. En el «besamanos», mientras espero, me pongo a pensar en algo ajeno al acto y, totalmente distraído cuando llego ante ella, saludo con un inadecuado (poco «honor» y poca «gallardía») «¡Hola!»; ella sonríe y con el mismo tono pero sin perder su prestancia responde, amablemente, en el mismo tono: «¿Qué tal?», resolviendo de la mejor manera posible la situación. Naturalmente, sigo andando pero pensando en cómo disculparme por mi metedura de pata. (Nota: A mi madre le habría hecho gracia la anécdota y quizá hubiera presumido de que su hijo «republicano», igual que saludó una vez al Rey muy erguido, hubiera saludado con una familiaridad descarada a la Reina.) Mejor el silencio, mejor esperar una ocasión en que, en otro saludo similar, pueda demostrar que un «republicano» puede ser respetuoso con las instituciones democráticas. Habrá que esperar a enero de 2008, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en la que, como presidente del jurado del Premio Antonio de Sancha, cuya entrega van a presidir los Príncipes de Asturias, tengo que recibir y saludar a ambos, cumpliendo, correctamente, el protocolo. Comedido con el Príncipe pero especialmente cálido y respetuoso, reverencia incluida, con la Princesa. (Nota: A Doña Sofía, seguro, le habría gustado ver ese gesto.)
4. Proclamación de Felipe VI como nuevo Rey de España, después de la abdicación de su padre. Esperanzador discurso, con especial inteligencia en el elogio a su madre. Ella, en su papel como siempre, recibe los aplausos con expresión de gratitud pero sin perder su real compostura… sin embargo, en un determinado momento, se lleva los dedos a la boca y envía a su hijo un beso.
Interpretación personal de ese gesto: Como hija de rey, esposa de rey, hermana de rey (destronado) y madre de rey, sé que tengo una profesión complicada; por supuesto, profesión que me gusta y asumo con todas las consecuencias, y que me proporciona no pocos disgustos pero también muchas alegrías y beneficios: no puedo explicar mis aciertos o mis errores y, sobre todo, no puedo perder la compostura ni cuando tengo que cumplir un papel meramente accesorio con el Rey, ni cuando tengo que soportar las consecuencias de su testosterona borbónica. Pero como Madre de Rey, sé que he procurado una educación para mi hijo que tiene que ayudarlo a ejercer con eficiencia su profesión: ese es mi premio, ese es mi éxito: mi hijo tendrá más capacidad que mi padre, más suerte que mi hermano, más inteligencia que mi esposo.
5. A pesar de que la ceremonia de la proclamación ha sido deliberadamente sobria, algunos miles de personas se concentran en la Plaza de Oriente para recibir el saludo de la Familia Real, reducida (parece que por expreso deseo del nuevo rey) a sus padres y las hijas de Don Felipe y Doña Leticia: seis personas, de tres generaciones, en el balcón saludando alegremente (quizá pensando en los problemas que los esperan). Don Juan Carlos, que ha salido después de los nuevos reyes y sus hijas y que se retirará antes, aparece cansado, quizá abrumado. Entonces se produce el segundo gesto, suave y delicado pero cargado de significado, de doña Sofía: se desplaza de un extremo a otro del balcón y besa cariñosamente a su marido.
Interpretación personal de ese gesto: Se acabaron las jefaturas y las aventuras (cinéticas o71 años eróticas) que las acompañaron: somos dos ancianos que hemos cumplido, con mayor o menor éxito, nuestro cometido; por mi parte no hay rencor, solo ternura; una ternura que quizá yo no supe expresar a tu gusto o quizá tú no has sabido valorar suficientemente pero que, como has tenido que reconocer, te ha servido mucho para desempeñar con éxito tu papel… y así seguiremos por mi parte hasta que, como juramos, la muerte nos separe.

Publicado en Recuerdos, Reflexiones | Etiquetado , , , | 5 comentarios

Marcela

¡Persevera, Marcela, persevera! Mantén tu dignidad frente al marido maltratador, las miserias de los progenitores analfabetos (15 hijos, 5 de ellos muertos), el desarraigo de la emigración (desde Rumanía a España), el maltrato estructural de una sociedad que (aparentemente) promete el paraíso para quienes traspasen las fronteras pero que (realmente) no puede ni siquiera garantizar la supervivencia, mucho menos la educación, la integración social… la dignidad humana. Persevera, Marcela, persevera, vive de tu trabajo, aprende a reclamar ayuda, cuida de tus tres hijos y de tu nueva pareja, cuida tu cuerpo y tu espíritu… y jamás, jamás, pierdas tu optimismo natural, tu bondad natural, tu mirada franca, tu expresión, tu voluntad de vivir de tu trabajo, tu coraje. Persevera para que los que, desde posiciones menos duras, sentimos la presión de una sociedad injusta y el peligro siempre latente de ir a peor, podamos ver en tu ejemplo de resistencia y superación una ayuda. Ayúdanos, Marcela, para que podamos ayudarte, apartando poco a poco la basura que nos rodea a todos y llenando nuestros polígonos industriales, nuestras barriadas mal urbanizadas, nuestras calles hostiles, nuestros corazones, de primavera.

Publicado en Nombres propios | Etiquetado , , , , | 8 comentarios

«¡El autor, el autor!»

(Para LM, de familia de grandes autores)

lopedevegaDesde los orígenes del teatro, en los luminosos tiempos de la Grecia clásica, cuando la representación gustaba al «respetable público» (o cuando querían abuchearlo), se oía «¡El autor, el autor!». Porque, por encima del trabajo, a veces magistral, de intérpretes, director, escenógrafos, tramoyistas, etc., e independientemente de la calidad de la sala donde la obra se representa… es decir, más allá de cuantos intervienen en la acción teatral a partir de la obra original, al final, quedan frente a frente los dos grandes artífices de toda creación: el autor y el público; el autor que, después de percibir la realidad, la analiza, la piensa y la refleja de forma artística, y el público, que no sólo recibe la obra sino que la juzga, la sostiene y, por ello, la mantiene viva. Como ocurre con el libro, como ocurre con todas las artes, es el binomio creador y público (espectador, lector, etc.) el que hace posible la obra artística. Y por ello no es aceptable que, por parecer más «modernos» o por querer enfatizar el marco donde se presenta la obra o el trabajo de interpretación, dirección, etc., el autor quede oscurecido o casi ignorado.

Todo esto viene a cuento de que en los Teatros del Canal (Sala Verde) se representan estos días (del 20 de feb
rero al 16 de marzo) las obras de Lope de Vega
El perro del hortelano y El castigo sin venganza. Centrándonos en la primera, buena puesta en escena de la compañía Fundación Siglo de Oro (RAKATá), con ajustada dirección de Laurence Boswell y Rafael Díez-Labín y correctas interpretaciones de Elena González (la fría y egoísta Diana, condesa de Belflor), Fernando Gil (sustituyendo, por enfermedad, a Rodrigo Arribas en el papel del inmaduro y oportunista Teodoro, secretario de Diana), Alejandra Mayo (Marcela, doncella de la condesa, que representa los valores –con sus luces y sombras– de la gente de abajo) y Alejandro Saá (quizá el mejor de los cuatro anoche, en Tristán, uno de los típicos «graciosos de Lope», pleno de sabiduría y picardía populares), secundados por Jesús Fuente (Otavio/Conde Ludovico), Julio Hidalgo (Marqués Ricardo), Daniel Acebes (Conde Federico), Alicia Garau (Dorotea), Andrés Bernal (Celio), Silvia Nieva (Anarda), Pablo Cabrera ( Leónido/Furio/Camilo) y Diego Santos (Favio).

Todo un espectáculo digno de verse… pero aunque, por supuesto, el nombre de Lope de Vega figura en los carteles y en los programas, se hace de forma tan «discreta» que es muy posible que los espectadores no habituales del teatro y de la literatura, recuerden la sala y los interpretes mucho más que el autor o, en el mejor de los casos, lo consideren uno más de la larga lista de los que intervienen, dentro o fuera del escenario, en la obra. Pero, insisto: el autor no es uno más, el autor es el primero y fundamental; solo él y su aliado imprescindible, el público, son superiores y permanentes: los demás, son necesarios colaboradores con un altísimo mérito… pero siempre inferior al del autor. No me parece de recibo, pues, que en la nota del programa firmada por Laurence Boswell, llena de autoelogios, no se cite ni una vez a Lope de Vega.

Y estas cuestiones, creo, tienen hoy, quizá, más vigencia que nunca, cuando intereses «tecnológicos», empresariales o políticos, empujan en la dirección de volver a los tiempos en que los autores (salvo una minoría privilegiada) tenían que vender su obra (y a veces con ello, su alma) a los comerciantes del arte, o contemplar cómo su creación era manipulada o adulterada por los poderosos gestores y traficantes de la Cultura; cuando el creador de la música sublime, el drama o la comedia genial, el cuadro innovador o el libro profundo y sabio, podía vivir de la forma más precaria (pasar hambre incluso) mientras que los que se aprovechaban de su obra medraban.

Y por eso hay que seguir rindiendo tributo a Lope por estas obras que hoy podemos ver en los Teatros del Canal. Escritas hace cuatro siglos, ambas tienen plena vigencia: las situaciones que presentan y los personajes que las desarrollan (sin necesidad de actualizar vestuario, ni proyecciones complementarias en pantalla) son nuestras situaciones. Ciñéndonos a la comedia, podemos ver ahí la siempre difícil comunicación entre hombres y mujeres y entre distintas posiciones sociales y culturales, por mucho que hayamos alcanzado un grado de igualdad considerable; los juegos del amor, los celos, los engaños, las pugnas entre pretendientes, los intereses aflorando entre los sentimientos (y viceversa)… todo ello hace que (independientemente del valor histórico de la sociedad que refleja) nos podamos codear o identificar con los Teodoros (sus mediocridades y sus falsas anagnórisis) y Tristanes (sus trucos y picardías); con las Dianas (sus mezquindades) y Marcelas (su ingenua pasión), y con todos los personajes lopianos. El perro del hortelano tiene, pues dos protagonistas principales: el autor y su público; todos los demás, por muy brillantes que sean o parezcan, son secundarios.descarga

Sigamos pues, gritando «¡El autor, el autor!» cuando de teatro (de cine, de pintura, de arquitectura, de escultura… ¡de literatura!) se trate. Con los autores vivos, sacándolos a escena para recibir el aplauso más importante y con los muertos, guardándolos en nuestro corazón con gratitud. Y con todos ellos, manifestando nuestro reconocimiento y escribiendo su nombre en programas, críticas y referencias con las letras más destacadas, para que nadie, ni comerciantes ni gestores poderosos, pueda medrar a su costa.

Publicado en Crónicas, Reflexiones | Etiquetado , , , | 4 comentarios

Aprender a Pensar

2016-11-21_1350Viernes 25 de enero de 2013, programa El Marcapáginas en Gestiona Radio. Respondo al amable requerimiento de su director, David Felipe Arranz, para que explique la nueva época de nuestra revista Aprender a Pensar. Partiendo de la idea general de que nuestra sociedad atraviesa por una grave crisis (económica, social, moral, intelectual…) que hace necesario más que nunca seguir el consejo de don Antonio Machado («lo que importa es aprender a pensar, a utilizar nuestros propios sesos para el uso al que están por naturaleza destinados»), hemos decidido emprender una nueva etapa en la revista, con periodicidad trimestral,  que se presentará en formato pdf, con 24 páginas bien maquetadas para que se pueda imprimir, a color o en blanco y negro.
La revista pretende que reflexionemos sobre temas de Sociedad, Arte y Cultura, Ciencia y Metafísica (en el sentido de más allá de lo físico), y que lo hagamos tanto desde posiciones adversas como afortunadas, tanto en solitario como en colectividad y tanto si nos encontramos en una edad temprana o tardía; pensar teniendo en cuenta a los otros, buscando la verdad con ellos, incluso atreviéndonos a ponernos en el lugar del otro; pensar para sentir, comprender, actuar, corregir… Hemos conseguido iniciar este proyecto con un equipo de personas que coinciden con estos principios, tanto en España como en otros lugares del mundo; por ejemplo, tenemos corresponsales en Berlín, Estambul, Ginebra, Hong Kong, Lima, Eindhoven (Holanda), México DF, Sao Paulo… y colaboradores que se distinguen por su gran formación científica pero amantes de las Humanidades o por su gran formación humanística pero amantes de la Ciencia.
Y nos hemos atrevido a navegar contracorriente en dos aspectos fundamentales para toda publicación que se distribuya por la red; en primer lugar, rechazamos el principio de «Todo gratis en la Red» (porque al final alguien paga los costos y alguien se beneficia del tráfico electrónico) y establecemos un precio por la suscripción (que irá personalizada) aunque asequible (5 euros por la suscripción anual) y que además no irá para cubrir los gastos de edición, distribución, gestión, etc. sino que será destinado a la fiesta anual que se realizará, a finales de año, con todos los corresponsales, colaboradores y suscriptores que puedan acudir. Por otra parte y teniendo en cuenta que Internet permite el abuso del hipermedia (capacidad de saltar de un texto a otro y de utilizar texto, vídeo, audio, etc.) hemos decidido reducir estas posibilidades a lo que entendemos su justo término y facilitar una lectura sosegada, concentrada y, en definitiva, profunda. Para reforzar esta idea expuse ante los queridos amigos de la tertulia de El Marcapáginas el ejemplo de que si cuando entramos en un museo, una biblioteca, una catedral o «la casa de la persona amada», se nos ofrecen decenas, miles de ventanas abiertas a otros espacios, de forma brillante, vertiginosa, y adictiva, al final acabamos por no aprovechar prácticamente nada ese museo, esa biblioteca, etc. Buscamos el pensamiento profundo, serio y, para ello, proponemos una lectura  concentrada, profunda, reflexiva, etc.
Comenzamos esta nueva aventura con mucha ilusión, sabiendo que no es fácil pero convencidos de que, por poco que hagamos, aportaremos nuestro granito de arena a ese montón que nos ayudará a todos cuantos participemos en Aprender a Pensar, como nos dice nuestro maestro, «a ser nosotros mismos, para poner el sello de nuestra alma en nuestra obra».

Publicado en Crónicas | Etiquetado , , , | 14 comentarios

Sentido y sentimiento de España

22 de enero de 2014, 20:00 h. Parroquia de San Manuel y San Benito (Salón de Actos), Madrid. Me interesaba esta conferencia del profesor don Fernando García de Cortázar, historiador premiado y reconocido, con más de sesenta libros publicados, algunos de tanto éxito como su Breve historia de España. De formación jesuita y gran erudición, comprometido públicamente con una idea de España que sostiene desde su cátedra en la Universidad de Deusto y al frente de la Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad, el profesor García de Cortázar habló ante un salón repleto (hubo que habilitar asientos supletorios) de personas con apariencia de pertenecer a las clases medias que, en esta grave situación que vivimos, miran a sus representantes naturales, laicos o religiosos, para encontrar respuestas a sus angustias.
García de Cortázar, en brillante exposición, apela a la razón (sentido) pero también a la pasión (sentimiento) para explicar nuestra relación con España. Al razonar sobre nuestra realidad nacional encuentra en la historia, por supuesto, miles de argumentos para defender la unidad y un sistema de libertades que con tanto esfuerzo nos hemos dado. Pero llama sobre todo al sentimiento, a amar a nuestra patria con la literatura y con la geografía; valiéndose de su gran erudición, cita diversos paisajes («los paisajes que hermosean España») de norte a sur y de este a oeste («nuestra hermosa y áspera España») y recuerda las palabras inteligentes de Lope, Góngora, Quevedo o Cervantes, de nuestro maravilloso siglo de oro, pero también de gentes que se esforzaron en comprender a España en el siglo que acabamos de dejar atrás como Blas de Otero («Arrebatadamente te persigo»), María Zambrano, Ángela Figuera, etc.
España de diversas raíces: romanas, árabes, judías… todas ellas habiendo dejado una rica literatura y ejemplos sobrados de luchas pero también de convivencias. En este mosaico se mezclan El Greco y Alberti, Lope y Cernuda, Ramon Llull y Galdós, Azaña y Celaya… Historia milenaria la de esta península con sus sitios prehistóricos (Atapuerca, Altamira) pero, también, con sus ciudades abiertas a la modernidad  (Salamanca, Barcelona, etc.). «España múltiple y diversa», «pasado hecho de razas y culturas diversas». Una lengua cuya universalidad inicia Nebrija, unos doctores de la Iglesia que marcan caminos: San Juan de la Cruz, Teresa de Ahumada, San Isidoro de Sevilla (España como «madre de príncipes y pueblos»). Nombres diversos que confluyen en una misma realidad: Sefharad, Al-Ándalus, España. Por eso, García de Cortázar repite con el Ricote de Cervantes: «es dulce el amor a la patria».
Esta patria, esta nación que se proyectó hacia América, a donde llevó sus miserias (codicia, etc.) pero también su civilización (universidad, etc.) como supieron ver  el Inca Garcilaso o Neruda desde lugares y tiempos diferentes. España de la contrarreforma pero donde siempre pugnaron por reafirmarse las libertades individuales (Juan de Mariana) y donde el «verismo justiciero» en la pintura puso a reyes y validos en su sitio (Carlos V a caballo o La familia de Carlos IV). España, con una lengua que llega a los últimos rincones del mundo, no tanto (sostiene el profesor García de Cortázar) por imperialismo militar o clerical cuanto por la conquista de las inteligencias. Cervantes y el Quijote, como prueba del humanismo renacentista español, capaz de contemplar con ternura e ironía el declive de un tiempo, de un imperio y de un modo de entender la aristocracia. Y una búsqueda permanente de la Libertad  «¡Oh libertad preciosa, / no comparada al oro / ni al bien mayor de la espaciosa tierra!» (Lope de Vega).
Santiago como mito, como leyenda, como idea, como icono, como bandera, como gran constructor de España, mucho más que Pelayo. España como nación indiscutible (en clara réplica a Zapatero: «la nación no se discute»); ninguna nación moderna se desgarra con una discusión permanente entre sus distintos territorios, como está pasando en nuestro país.
A la pregunta de si la actual situación nos llevará otra vez a posiciones de fuerza, como tantas veces en el pasado, una respuesta dialogante: no hay que exagerar el cainismo, otras naciones lo tienen mucho más fuerte; se trata de hacer pedagogía, de contraponer razones a las sinrazones y, sobre todo, (y este es el motivo de la conferencia) defender e impulsar el sentimiento de amor a España…
Por eso el poema de Ángela Figuera, que, para concluir su conferencia, el profesor lee con sinceridad y emoción hasta quebrársele la voz: «Con los ojos cerrados, / con los puños cerrados, con la boca / cerrada, España, canto tu belleza. / Y con la pluma ardiendo y con la pluma / loca de amor rabioso canto y firmo. // Belleza sobre ti y en tus entrañas / de miel y de granito, y en tu cielo, / y en tus encadenadas cordilleras / y en tus encadenados hombres, canto. // De siglo en siglo en olas y torrentes / de barro ibero, en sucesivas olas / de tierras y metales agregados, / de frutos madurados poco a poco / bajo tu fiero sol, me vienes, madre. / Me viene tu belleza tierna y dura, / tu corazón rodando enamorado / hasta embestirme, hasta llenarme toda, / hasta romperme el miedo y la corteza. […] »

Publicado en Crónicas | 7 comentarios

Premio Antonio de Sancha

12 de noviembre de 2013, 20:00 h. Real Casa de Correos en la Puerta del Sol, sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid. Entrega del Premio Antonio de Sancha en su XVII edición, en esta ocasión a Mario Vargas Llosa. Su nombre se suma a una lista de personalidades que con su actividad profesional y su compromiso personal se distinguieron por la defensa del libro: el ministro de Cultura francés Jack Lang, el presidente de Uruguay José María Sanguinetti, el director de la Unesco Federico Mayor Zaragoza, el ministro de Justicia y luego Defensor del Pueblo Enrique Múgica Herzog, el humorista Antonio Fraguas Forges, la actriz Nuria Espert, el escritor libanés Amin Maalouf, la periodista y activista por los derechos humanos norteamericana Barbara Probst Solomon, el Secretario General de la Organización de Estados Iberoamericanos Enrique V. Iglesias, el empresario Jesús de Polanco, el científico Juan Luis Arsuaga, el rector Gregorio Peces-Barba, el político colombiano Sergio Fajardo, el periodista y crítico literario Bernard Pivot, el editor Germán Sánchez Ruipérez (a título póstumo).

Discursos protocolarios pero llenos de referencias literarias, en los que se constata que tanto la presidente de la Asociación de Editores de Madrid como el ministro de Educación Cultura y Deporte, como el presidente de la Comunidad han leído con atención a Mario Vargas Llosa. Amalia Martín, secretaria de la Asociación, como siempre, eficaz y comedida.

Estoy en buena compañía: Alicia Muñoz, Teresa y Mercedes Alonso, Mercedes Aguirre y Alicia Esteban, Marina Casado y Leonor Machado (¡gracias, Leonor: es un privilegio compartir contigo, en estos actos, el interés cultural y el afecto humano!). Todos satisfechos con los discursos y el cóctel posterior. El edificio (bella proporción de piedra, ladrillo, hierro y cristal), tan agradable después de la reforma y nuevo destino (¡Qué tiempos aquellos de la DGS!)… Pero, sobre todo, la asistencia era para escuchar la inigualable oratoria del escritor.

Vargas Llosa, además de escribir como los mejores, de comportarse como los buenos intelectuales (comprometido con los valores y crítico con la realidad) está reconocido como uno de los grandes oradores de habla española: siempre recordaré la laudatio que hizo sobre Nélida Piñón en la UIMP (12 minutos, sin papeles por supuesto, de verbo preciso, riquísimo, fulgurante); es un placer releer una y otra vez su discurso de aceptación del Nobel bajo el título de «Elogio de la lectura y la ficción»… Se trataba por tanto de escuchar atentamente el discurso del premiado que, como es habitual en él, no era solo de agradecimiento por el premio, de elogio del jurado, etc., sino que podía y debía contener ideas importantes para el libro… y así fue: Vargas Llosa hizo una precisión inteligente y oportuna sobre la superioridad del libro en papel (el libro de hojas como a mí me gusta llamarlo) sobre cualquier otro soporte conocido. Naturalmente, no se trata de despreciar el libro electrónico (para el que la presidente de la Asociación había reclamado el mismo trato fiscal) porque todas las nuevas tecnologías, bien utilizadas, nos sirven para conocer y disfrutar. Pero el autor de La ciudad y los perros, de Conversación en la catedral, de Pantaleón y las visitadoras y tantos libros excelentes enfatizó que la lectura del libro tradicional es más profunda y valiosa que la que se realiza sobre cualquier otro soporte… ¡Gracias don Mario! Con motivo del XXXV aniversario de Ediciones de la Torre manifesté que el futuro del libro dependía del criterio y la determinación de sus dos protagonistas, de sus dos «propietarios»: el escritor y el lector. Ellos dirán qué libros deben permanecer en su forma suprema y cuáles pueden vivir en formato electrónico; qué libros deben ser incluidos como auténticos tesoros en la biblioteca pública o la privada. Y en este debate, la hermosa voz de Vargas Llosa, en su doble condición de excelente creador y lector apasionado y aplicado desde los cinco años, representa, sin duda, una autoridad indiscutible. 

Publicado en Crónicas | Etiquetado , , , | 4 comentarios

Los últimos días de Lenin

En 1993 una joven estudiante de Bachillerato internacional entregó como ejercicio de clase un texto bien documentado y argumentado bajo el título de «Los últimos días de Lenin».

En ese texto, y apoyándose en una bibliografía selecta y bien estudiada, se explicaba que Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, líder indiscutible de la revolución soviética (y que, después de sufrir un atentado y dos infartos y quizá una grave enfermedad venérea, pasó los últimos años de su vida en grave estado) había pedido, en sus últimos momentos, a su mujer, Nadezhda Constantinovna Krupskaya, «Nadya», que le leyera, una vez más, un cuento de Jack London, muy admirado por el revolucionario ruso, titulado «Amor a la vida».

La estudiante se preguntaba si no hubiera sido más lógico que, en vez de ese cuento, el moribundo (que conservó hasta el último momento su lucidez y sus ansias revolucionarias, su intento de controlar el partido bolchevique y su decisión de dejar a su muerte los principios de la Revolución Soviética seguros) hubiera pedido la lectura de otro cuento, también de London, que plantea justamente la tesis contraria del primero.

En «Amor a la vida» un buscador de oro en las duras tierras del norte de Canadá, que ha sido abandonado por su camarada, herido y enfermo, hambriento, se dirige a un barco que, en puerto seguro, puede recogerlo, atravesando un terreno inhóspito y peligroso… pero va seguido por un lobo, también moribundo, dispuesto a comerse al hombre cuando éste desfallezca. Hombre y bestia están exhaustos, y London deja bien claro desde el principio que puede ganar uno u otro. Pero al final el hombre, a pesar de contar con pocas fuerzas, como está decidió a vencer, acaba matando al lobo moribundo y bebe su sangre para sobrevivir. Así llega al barco: hambriento y herido pero triunfador.

En «Encender una hoguera», de tema parecido, otro explorador está empeñado en llegar al destino que se ha marcado atravesando, en pleno invierno, un terreno también inhóspito y lleno de peligros. De nada sirven las advertencias de los expertos que le aconsejan retrasar el viaje y buscar apoyo humano y recursos materiales. El hombre se siente héroe capaz de todo y decide ponerse en camino. Seguro de que alcanzará su meta. Pero no es así: en medio de su itinerario una tormenta le obliga a parar su marcha y amenaza con matarlo: sólo puede salvarse encendiendo una hoguera para lo cual ha de reunir hojarasca seca y alguna rama, cosa muy difícil de obtener en una montaña cubierta por la nieve y con la tormenta arreciando, pero el hombre, que también está decidido a triunfar como el anterior personaje del escritor norteamericano, acumula todas sus energías y las dedica a encender una hoguera: en ello va gastando sus cerillas y sus fuerzas hasta conseguir prender la escasa hojarasca que ha conseguido para luego alimentar el fuego salvador con alguna rama. Pero cuando ya ha consumido su último cerilla, un golpe de viento esparce la hoguera y el fuego se apaga… El hombre, habiendo comprendido que ha sido vencido por la Naturaleza, se dispone a morir.

En los días en que agonizaba Lenin no era extraño poner como bandera el primer cuento de London, a pesar de que la guerra civil (y antes la europea) había diezmado el ejército soviético y mermado decisivamente los recursos económicos del país; a pesar de que los soviets había perdido su naturaleza democrática inicial, de que se había producido la terrible represión sobre el levantamiento popular de Kronstadt; a pesar de que el partido bolchevique había tenido que recurrir a la «nueva política económica» (que chocaba frontalmente con los postulados económicos comunistas) y, sobre todo, a pesar de que no se veía claro quién podía sustituir al gran padre de la revolución, con luchas intestinas en el partido cuyo encono y ferocidad hacían prever crímenes mayores; a pesar de todo ello, todavía era posible ser optimista y pensar que el aventurero llegaría al puerto marcado.

Pero en los años en que esta estudiante analizaba la historia de la Unión Soviética estaba ya bastante claro el fracaso de la revolución: el régimen soviético y la propia URSS se deshacían, no por el acoso exterior sino por su debilidad interna. El sueño de Lenin y de todos sus seguidores se había acabado. El aventurero que había asegurado que podía atravesar con sus solas fuerzas un terreno inhóspito, extremadamente duro y en la peor época había fracasado. Por mucho que su aventura dejase un ejemplo de voluntad, determinación, capacidad de resistencia, etc. lo cierto es que, tal como habían previsto las personas con experiencia, su mayor ejemplo era que no sirve sólo la voluntad para realizar un proyecto por muy bello que este parezca.

A pesar de todo ello, ahora que la URSS es mera historia, no es inútil recordar que lo que se alcanzó, hace hoy 96 años justos, con el triunfo de la revolución bolchevique, nació de una necesidad de la humanidad de luchar contra la injusticia y promovió en el mundo entero ideales de liberación. Naturalmente, como todas las utopías, esa revolución marcaba metas inalcanzables en aquella situación histórica, como el héroe del segundo cuento, pero ello no debe llevarnos a despreciar a estas personas que las pusieron en marcha, incluso aunque lo hicieran movidos tanto por su egocentrismo como por su altruismo, porque, como nos demuestra la Historia, la humanidad ha ido avanzando de fracaso en fracaso, a veces guiados por soñadores, mesías o simples aventureros, en busca de una sociedad más libre y más próspera.

Lamentablemente el trabajo de la estudiante, que obtuvo la mayor calificación, permanece inédito pero no vendría mal que cuantos se interesen por este tema central en la historia de Europa y del mundo, cual es el nacimiento y la muerte de la Unión Soviética, reflexionen sobre la tesis que allí se exponía y dediquen algún tiempo a analizar el importante tema del leninismo.

Publicado en Reflexiones | Etiquetado , , , , | 1 comentario

Carta a una vieja camarada

Querida amiga: el sábado 26 de los corrientes asistí al mitin de presentación del Movimiento Ciudadano en el moderno Teatro Goya, ubicado en el barrio madrileño de Puerta del Ángel. La zona, el ambiente, la expectación… me hicieron recordar, con cierta nostalgia, aquellos viejos tiempos en los que tú y yo coincidíamos, con otros jóvenes intrépidos a principios de los 60 del siglo pasado y en condiciones bien diferentes, en reuniones conspirativas, en manifestaciones ilegales, en detenciones, en juicios (recuerdo, como si fuera ayer, cómo busqué tu mano por detrás del acusado que estaba sentado entre nosotros para tener fuerzas para enfrentarme al juez de la dictadura). Teníamos entonces toda la fuerza de la juventud y podíamos arriesgarnos alegremente no sólo a sufrir el castigo de nuestros enemigos sino sobre todo, llevados de nuestra arrogancia, a meternos en cualquier error teórico o práctico, a caer incluso en ideologías tan reaccionarias como las que combatíamos (por muy críticos que fuéramos con el estalinismo, todavía lo veíamos con una fuerza revolucionaria y progresista; por mucho que hablásemos de democracia popular, todavía no habíamos advertido que ese tipo de democracia era la dictadura de un politburó; todavía no habíamos descubierto la cara siniestra del burocratismo que en los regímenes «socialistas» y también en los regímenes «democráticos», aunque con diferente forma, constituyen una gangrena para la sociedad). Nos podíamos equivocar pero nos sentíamos plenos de fuerza, de ilusiones y (todo hay que decirlo, en este caso en nuestro descargo) éramos honrados (aunque pudiéramos tener serias contradicciones en nuestra vida particular): creíamos en lo que hacíamos y hacíamos con grave riesgo lo que creíamos justo. Por eso en alguna medida también impulsamos la evolución del Régimen y su salida democrática y por eso pudimos sentirnos felices con la Transición y acudir bulliciosos a las fiestas «rojas y republicanas» de la Casa de Campo, colindante con el Barrio del Ángel… y por eso nos hemos podido sentir decepcionados con su última etapa donde la corrupción ha señoreado la vida política; el despilfarro, la vida social, y la demagogia y la trivialidad, la vida intelectual; donde el tribalismo ha alimentado y exacerbado unos nacionalismos que amenazan con deshacer el país, llevándolo hacia atrás, hacia el tiempo de las taifas.

Por todo ello y porque no quiero renunciar a mis ilusiones de libertad y progreso, de justicia e igualdad, me he mantenido atento a cualquier manifestación de regeneración, al surgimiento de cualquier fuerza política que pusiera en cuestión la situación degradada a la que hemos llegado en España. Por eso seguí de cerca la aparición de UPyD y por eso suscribí el Manifiesto que publicó hace dos semanas Ciudadanos y, como consecuencia de todo ello, acudí el sábado a su convocatoria.

Magnífico ambiente y palabras certeras. Más de 1.500 personas (de todas las edades y de diversa condición social) aplaudimos con entusiasmo las propuestas de un amable pero seguro, brillante pero modesto Albert Rivera que, llegado desde Barcelona, nos hablaba de pasar de la indignación a la acción, de promover una educación eficaz, no sectaria ni oportunista; de reducir la acción de los partidos a su justa medida, sin acaparar instituciones como la Justicia, los medios de comunicación, las cajas de ahorro, etc. Por eso asentimos cuando nos propuso participar todos en la «Conjura del Goya» y por eso nos sentimos llenos de fuerza cuando nos aseguró que esa regeneración de la vida social y política, que esa recuperación de la idea de España como una gran nación diversa pero unida, la conseguiríamos «por las buenas o por las urnas»…

Ya sabes: estas cosas rejuvenecen, revitalizan, te llenan de energía y de ganas de «hacer algo», aunque sea desde la «débil ancianidad»… Pero, ¡cuidado! Sabemos por experiencia que las palabras deslumbrantes pueden esconder intenciones confusas o capacidades débiles, que los partidos están sujetos a la ley no escrita pero tantas veces sufrida por la población de que «el poder pervierte», que personajes tan admirados por los jóvenes políticos como Kennedy u Obama (cuyo «estilo» podría estar influyendo en este movimiento) están sometidos a los «poderes fácticos», que adulteran o destruyen sus sueños juveniles. Evitemos, pues, caer ahora en el error de nuestra juventud de cegarnos con las palabras luminosas de los líderes y ofrecernos al estilo himmleriano («Creer, obedecer, combatir, eso es todo»); al contrario, sigamos una máxima bien diferente que, aunque la dijera Mao Zedong, me parece totalmente apropiada: «Osar pensar, osar hablar, osar obrar».

Acojamos pues con gratitud y alegría al Movimiento Ciudadano y suscribamos su manifiesto, pero mantengamos, desde la honradez que nos ha traído hasta aquí, una actitud crítica y vigilante que nos libre de sectarismos y sumisiones.

Con un gran abrazo.

 

 

Publicado en Cartas, Crónicas, Reflexiones | Etiquetado , , | 3 comentarios

70. La mirada cuántica

fondodahlia1.jpg(Para MC, en su hermoso aniversario.)

Nunca he pertenecido a esa inmensa mayoría de hombres del primer mundo y varias generaciones que se han sentido fascinados por la belleza de Marilyn Monroe. Sin embargo (y aunque sé que, como todo mito, hay que analizarlo con mucho cuidado), cada vez me interesa más su personalidad y su biografía. Por eso he visto con mucha atención el documental Marilyn Monroe a su pesar, que dirigió Patrick Jeudy en 2002, donde se muestra cómo la mirada del gran fotógrafo Milton Green tuvo gran importancia en la vida y la obra de la estrella. Green supo buscar detrás de las curvas y la fotogenia deslumbrantes de Norma Jeane elementos y valores ocultos a una mirada vulgar; buscó el interior, el alma de la persona, en un intento de aprehender y comprender como forma de apropiarse de la Belleza sin consumirla. Puro arte, amor puro. Pero aún así, como ya sabemos, al mirar, por mucho respeto con que lo hagamos, influimos en lo mirado, lo modificamos… ¿Definimos esto como «la mirada cuántica»?

Quizá los dioses mitológicos, aburridos en su Olimpo (y a pesar de la afirmación del sabio Epicuro de que ellos no se ocupan de los hombres) comenzaron por mirar a los humanos y, fascinados por su belleza, acabaron mezclándose con nosotros, influyéndonos, modificándonos. Quizá el dios bíblico, que podía abarcar con su mirada todo el cosmos, sintió la necesidad de fijar su mirada en un hombre y una mujer que, bajo un hermoso árbol, se sentían impelidos al abrazo y, al mirarlos, les enseñó la vergüenza, el temor, un sentido trágico de la vida.

Quizá el hombre normal, que no tiene el genio del artista ni la fuerza del dios, tenga una mirada menos poderosa, más torpe… Pero, sin duda, siente también esa fascinación ante la Belleza, ese deseo intenso de acariciar con su mirada, ese anhelo de encontrar el interior, el alma de la persona contemplada y, como hacen el artista con la piedra, el lienzo, la película o el texto y el dios con su capacidad creadora, quisiera fijar en su mente la imagen que lo deslumbró. Y quizá, al hacerlo, modifica, por muy levemente que sea, a la persona que provocó su admiración. 

Publicado en Emociones, Reflexiones | Etiquetado , , , , | 2 comentarios