Decía, aquí, hace dos años:
«El Jefe del Estado, que, por razones de su muy peculiar función, se dirige pocas veces a la Nación entera, tiene mañana un discurso difícil, un “Mensaje de Navidad” nada protocolario. Después de su muy arriesgado y excelente discurso del 3 de octubre de este año, que interactuó consecuentemente con las movilizaciones de la ciudadanía más consciente, denunciando la deslealtad de las autoridades secesionistas de Cataluña, no tendrá más remedio que arriesgarse a definir de alguna manera –con palabras medidas pero no elusivas– cómo ha evolucionado y qué perspectivas tiene la situación que él denunció, con tanto acierto como coraje, hace ochenta días.»
¿Ha cambiado fundamentalmente la situación que se daba entonces? Y, si ha cambiado, ¿entendemos por qué y hacia dónde ha cambiado?
Difíciles son todos los días para quien ejerce la importante función de Jefe del Estado en una monarquía parlamentaria, aunque (o quizá sobre todo por ello) no tenga poder ejecutivo y su responsabilidad se limite a sancionar leyes y nombramientos, a ser el símbolo y más alto representante del Estado, a ejercer como árbitro y moderador del funcionamiento regular de las instituciones… Difíciles sobre todo en días como el de hoy, donde su «Mensaje de Navidad» ha de ser forzosamente amable y protocolario pero no puede evitar la referencia a los graves acontecimientos que se han producido en este año ni puede hablar del futuro inmediato omitiendo por completo la grave amenaza de secesión que mantienen las fuerzas separatistas. Teniendo en cuenta, además, que esas fuerzas separatistas están negociando en plano de igualdad con el candidato que más escaños obtuvo en las pasadas elecciones y, que por ello, ha sido designado por el Rey para intentar los apoyos necesarios para la investidura y había cuenta de que la información que hay sobre esa negociación es cuanto menos confusa y, muy probablemente, falaz.
Nos enseñó Peter F. Drucker (Viena, 1909 – Claremont, EE UU, 2005) que el buen líder, es decir, el que dirige o representa una institución o una empresa (y mucho más cuando la «empresa» es nada menos que toda una nación, aunque esa dirección tenga las limitaciones que he recordado más arriba), no es el que hace una buena gestión día a día sino el que sabe identificar cuando y cómo hay que afrontar una amenaza o una oportunidad, es decir, el que en una encrucijada distingue qué caminos conducen al fracaso y cuál es el que lleva al objetivo.
Si, como todo parece indicar, nos encontramos ahora en una de esas encrucijadas, el Jefe del Estado, aunque lo haga en el lenguaje más matizado posible, no puede eludir señalar, en una ocasión como la de hoy, el camino que conduce a la catástrofe y el que nos permite liberarnos de ella. Midiendo cada verbo y cada sustantivo, cada artículo o pronombre… todas y cada una de las palabras… y todos y cada uno de los gestos que las acompañan, pero sin eufemismos hipócritas ni omisiones escandalosas.
Difícil tarea y, quizá, poco agradecida. Diga lo que diga y calle lo que calle el Rey, y lo exprese como lo exprese, los más extremistas del bloque de Poder nacido de la moción de censura de hace año y medio (separatistas y podemitas), lo calificarán cuanto menos de insuficiente y cuanto más de reprobable, y los «moderados» (el PS de Pedro Sánchez) lo minimizarán y devaluarán cuanto les sea posible. Tampoco hay que esperar demasiado de lo que hagan las otras fuerzas políticas, incapaces durante todo este año medio de haber articulado una Oposición sólida.
¿Y la gente del común, la ciudadanía? Es evidente que aquí no hay un bloque homogéneo y con una actividad política como ocupación y preocupación principal, y, por tanto el discurso de esta noche del Rey no puede reclamar toda su atención pero sin duda hay muchas personas, aquí y ahora –personas arriba o abajo, a la derecha o a la izquierda, que se preguntan cómo saldremos de la actual situación– que tienen claro (o al menos intuyen) que, en las actuales circunstancias y hasta hoy, la monarquía parlamentaria,
su actual titular Felipe VI, ha sido una de las instituciones que resisten el ataque brutal y descarado de los separatistas y la labor soterrada pero potente de las fuerzas centrífugas y destructivas, y necesita el apoyo de los ciudadanos decentes.
Por mi parte, yo quiero ser un ciudadano decente.
Bueno; en resumen ha dicho; “yo sigo”; eso me recordó a Felipito Tacatun.