El País publicó ayer un «adelanto en exclusiva de las memorias del expresidente» Mariano Rajoy: Una España mejor.
El periódico destaca en titulares dos ideas-fuerza del expresidente que parecen razonables a primera vista pero que, en mi opinión, son sendos pretextos para ocultar su gran fracaso: «La labor de gobernar no es fácil, es laboriosa y a menudo ingrata, pero un gobernante responsable no debe renunciar nunca a ella» y «La corrupción en el PP ha sido nuestro talón de Aquiles».
Sobre la primera (sin fijarnos en las redundancias) no hay más remedio que suscribirla y agradecer a los gobernantes (si no han robado ni, sobre todo, si no han traicionado el juramente que hicieron solemnemente al tomar el cargo) ese ejercicio laborioso y a menudo ingrato, independientemente de que ese gobernante nos parezca más o menos eficiente, más o menos mediocre, más o menos simpático… Y conviene puntualizar que una de las mayores dificultades que entraña esa «labor laboriosa» es saber cuándo y cómo tiene uno que retirarse del cargo.
Pero es que lo que hizo Rajoy fue, justamente, renunciar a gobernar. Cuando, en las Elecciones de 1911 los españoles le dieron una mayoría absoluta de 186 diputados, la segunda mayor de toda la Transición, aceptó la parte no económica del legado que había recibido del anterior presidente (mucha más dañina que la económica) y no abordó ninguno de los grandes problemas en la Justicia, en los medios de comunicación, en la proporción de la representación territorial y ni siquiera se atrevió a revisar a fondo la Ley de Memoria Histórica, que es una «enmienda a la totalidad» de la Transición.
Gravísimos errores que la ciudadanía advirtió reduciendo drásticamente la confianza en el PP sin, por ello, dársela al PSOE (que tenía una nueva dirigencia tan errática y oportunista como la anterior). Era la oportunidad para haber dimitido dignamente los respectivos jefes de cada partido… pero como ambos habían sometido a un tratamiento de autoritarismo y sumisión a sus respectivos partidos, Rajoy y su oponente siguieron en sus cargos y hubo que repetir elecciones para formar un gobierno tan débil que, en poco tiempo, sería defenestrado mediante una moción de censura esperpéntica.
Pero antes de esa moción de censura se había producido una auténtica rebelión, un intento de golpe de Estado a manos de los separatistas catalanes, apoyados por los separatistas vascos y diversas fuerzas populistas. Una situación que exigía enfrentarse al problema sin titubeos. Nada de esperar acontecimientos a ver qué pasa, nada de palabras ambiguas y acciones endebles, nada de «amagar y no dar», nada de paños calientes, nada de «diálogo» bilateral y equidistante: una respuesta rotunda, con toda la fuerza del Estado… Lejos de ello, la actitud de Rajoy fue falaz (se mintió a la ciudadanía antes, durante y después del golpe), imprudente y miserable (se improvisó la respuesta al golpe y se desatendió la logística de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado) y, en consecuencia, objetivamente favorable a las fuerzas separatistas que, lejos de desistir de su intento de secesión, reagruparon fuerzas y afinaron su táctica y su estrategia.
Peter F. Drucker, considerado el mayor filósofo de la administración del siglo XX, en palabras dirigidas a empresarios y ejecutivos de grandes corporaciones, pero válidas para cualquiera que tiene responsabilidades de colectivos y sobre todo para líderes políticos (en gran medida un partido político es una empresa), advirtió de que lo que define a un buen dirigente en primer lugar no es una buena gestión de los asuntos cotidianos, sino la capacidad para tomar la mejor decisión ante grandes problemas o grandes oportunidades. Para desarrollar la gestión están los segundos niveles pero para conducir una organización tan compleja y difícil como una empresa y no digamos para conducir una gran nación, es necesario identificar bien los problemas y las oportunidades y enfrentarse a ellos con clarividencia, determinación y coraje, sin cobardía. En la crisis del verano y el otoño de 2017 se perdió la gran oportunidad de haber parado para mucho tiempo al separatismo.
Por eso estoy completamente en desacuerdo con que el talón de Aquiles del PP haya sido la corrupción. Por supuesto que ha habido una terrible corrupción, no solo económica, en el Partido Popular pero no ha sido de menor importancia la que ha sufrido el otro gran partido de España (véase la reciente sentencia de los ERE y lo que queda pendiente). El talón de Aquiles del PP es una política errática y oportunista, sin principios y un líder que, después de armar un partido a su medida, separando a cualquier figura que pudiera mostrar una actitud crítica, no ha sido capaz de enfrentarse a los grandes problemas.
Habrá que leer las memorias políticas de Rajoy pero si, como parece desprenderse de la información del El País, no contienen una profunda autocrítica, Mariano Rajoy Brey debería ser considerado como un presidente nefasto para España, sin que pueda disculparle el que su predecesor y su sucesor en el cargo, sean perfectamente homologables con él.
Hace 10 años Rodríguez Zapatero, en relación con el separatismo catalán, le aseguró a un periodista que hoy España sería más fuerte y Cataluña estaría más integrada: está claro que, por ingenuidad o mala fe, el entonces presidente del Gobierno se equivocó totalmente. Hoy Rajoy nos habla de una España mejor que la que él recogió de su antecesor. A mí también esto me parece claro: ingenuidad o mala fe, y ambas cosas son muy peligrosas en un presidente de Gobierno.