Elecciones 2019 (III)

El «procés» y el «síndrome de la rana hervida»

Wikipedia nos informa de que el «procés» empezó en el 2012, pero quizá se pudiera hablar de un «pre-procés» que tiene sus raíces en la derrota de los austracistas en el 1714 y las grandes posibilidades de «negoci» que ello abría (quizá por eso el catalanismo, moderado o no, celebra aquella fecha como la más importante de su historia, porque ahí se inicia el gran negocio del victimismo). Victimismo que ha servido de cínico instrumento para presionar permanentemente al Estado.
Y ya en nuestros días, quizá fuera más acertado decir que el proceso actual comienza cuando Pujol asume el poder, a finales de marzo de 1980. Tarradellas, hombre inteligente y honrado, ya lo anunció en su entrevista con el periodista Julio Merino el 19 de enero de ese año: «Conociendo al personaje, yo lo tengo claro. Luchará y pactará hasta con el diablo para ser president, porque ahí espera tener su mejor escudo. Mire, amigo mío, este hombre en cuanto estalle el escándalo de su banco [Banca Catalana] se liará la estelada a su cuerpo y se hará víctima del centralismo de Madrid… Ya lo estoy viendo: “Catalans, España nos roba… No nos dan ni la mitad de lo que nosotros les damos y además pisotean nuestra lengua… Catalans, ¡Visca Catalunya!”. Sí, esa será su política en cuanto llegue a la Presidencia, el victimismo y el nacionalismo a ultranza. ¡Dios, así empezó Companys! Y luego, un año después, cuando la profecía se había cumplido, La Vanguardia publica una carta, bien razonada, del expresidente, donde la acusación sobre la felonía de Pujol es explícita: «En conjunto, puede creerlo, todo me produce tristeza y una honda inquietud de cara al futuro. Aunque no me extraña demasiado lo que ahora está ocurriendo, era previsible, porque durante estos últimos diez meses todo ha sido bien orquestado para llegar a la ruptura de la política de unidad, de paz y de hermandad aceptada por todos los ciudadanos de Cataluña. El resultado es que, desgraciadamente, hoy podemos afirmar que, debido a determinadas propagandas tendenciosas y al espíritu engañador que también late en ellas, volvemos a encontrarnos en una situación que me hace recordar otras actitudes deplorables del pasado.»
(http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1981/04/16/pagina-10/32926422/pdf.html
En ese contexto de victimismo permanente (donde los Pujoles han desplazado siempre a los Tarradellas) el separatismo catalán ha aplicado, con oscilante eficacia, el «síndrome de la rana hervida»2. Metemos a la rana en una cazuela con agua templada (0,02 grados celsius= 32,036 grados fahrenheit) ) y vamos subiendo la temperatura a la que la víctima se va acoplando. Hay que hacerlo con cuidado, porque si se sube la temperatura abruptamente el animal se defiende y rechaza el tratamiento… y hay que volver al principio, tras la obligada pausa: así, por ejemplo, en 1842 (sublevación contra la Regencia de Espartero) o en 1934 (proclamación del Estat Català).
Cuando Pujol se apropia de la Generalitat se crean, concienzudamente, las condiciones (inmersión lingüística, menosprecio a la bandera española, «Cataluña es una nación», etc.) para poner de nuevo la cazuela y meter a la víctima (la población española) en ella. De forma que cuando en el 2006, con el nuevo Estatuto (amañado entre Maragall y Zapatero y luego utilizado por Montilla contra el Constitucional) puede atizarse el fuego y subir considerablemente la temperatura del agua. Así hasta septiembre y octubre de 1917, donde los nuevos líderes del «procés» (los que vemos y los que no vemos), aunque no cuentan ni siquiera con la mitad de la población de Cataluña para declarar unilateralmente la independencia, creen llegado el momento de intentar, una vez más y esta con muchas posibilidades de éxito, que el agua hierva y que la rana no sea capaz de defenderse. «Leyes de desconexión» (impuestas de forma totalitaria en el Parlamento de Cataluña), referéndum ilegal (que se había ensayado en noviembre de 2014) y declaración unilateral de la república catalana…
Craso error. España se pone en marcha otra vez y salta de la cazuela: heroica acción de la Policía Nacional y la Guardia Civil el 1-O (a pesar de las órdenes entorpecedoras que reciben del Gobierno de España y la hostilidad violenta de los separatistas), discurso inapelable del Jefe del Estado, el 3 de octubre, exigiendo la vuelta a la legalidad, manifestación gigantesca en Barcelona el 8-O… El gobierno de Mariano Rajoy (con el apoyo de PSOE y Ciudadanos) no tiene más remedio que aplicar el art. 155 de la Constitución… La rebelión ha sido frustrada.
¿Seguro que ha sido frustrada? Porque la intervención de la autonomía por el Gobierno Central se limita a suspender temporalmente el Parlamento regional, las consejerías de la Generalidad y las respectivas presidencias pero deja intacto todo el aparato de agit-prop (Òmnium Cultural y Asamblea Nacional Catalana y, sobre todo, TV3, la televisión que venía dedicando el 90% de su programación a organizar y promocionar el golpe) y, sobre todo, establece unas elecciones a dos meses vista que, en ese contexto, tienen que resultar un reforzamiento del separatismo.
¿Traición (por soborno o chantaje), cobardía para enfrentarse a una verdadera intervención de la autonomía, pura estupidez? Lo cierto es que la cazuela permanece intacta y el mango lo tiene el secesionismo.
¿Qué hacer? Hay claramente dos estrategias enfrentadas: a) la de seguir contemporizando, buscando arreglos mediante el «diálogo», al menos hasta que, cómo dijo hace unos días el Secretario General de PSC, el porcentaje de partidarios de la independencia llegue al 65% de la población y no haya más remedio que buscar una solución pactada sobre la secesión; b) defensa firme de la Constitución para acabar radicalmente con el experimento: no hay cazuela, no hay agua templada en proceso de ebullición y no hay rehén que meter en la cazuela.
Hasta ahora parece que prevalece la primera estrategia pero el día 28, si acertamos en las urnas, se puede imponer la segunda.

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1 Se produce aquí una aplicación grotesca de la famosa parábola del hijo pródigo: amenazo con irme de casa para dilapidar la herencia paterna y obtengo grandes beneficios en perjuicio del hermano que se ha quedado a defender e incrementar el patrimonio.
2 Véase el vídeo al final de este artículo.

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