En el Tribunal
Cuando, en 1966, me enfrenté al Tribunal de Orden Público, tenía sobre todo el propósito, de acuerdo con mis camaradas y los abogado defensores (abogados que sustituyeron a toda prisa a Gregorio Peces Barba y su equipo, que habían renunciado a la defensa por discrepancias políticas), de aprovechar cualquier respuesta para denunciar a la Dictadura y divulgar mis ideales de justicia, libertad, democracia…
Ideales confusos y contradictorios, como tenía la izquierda en aquellas circunstancias, pero ideales sinceros, al menos en mi caso. Salí satisfecho y animado a seguir combatiendo al Régimen y cumplí la condena impuesta sin renunciar a esos ideales que me habían llevado a aquella situación (aunque manteniendo, y reforzando, la actitud autocrítica con la que había iniciado mi militancia dos o tres años antes).
Bien diferente a aquel juicio el que se ha celebrado recientemente en el Tribunal Supremo (de 12 de febrero a 12 de junio de este año de 2019) contra los dirigentes catalanes de la intentona de expulsar al Estado de Cataluña y apropiarse el territorio para sí, en contra de los derechos de al menos la mitad de la población catalana y de los de toda la ciudadanía española, conculcando todas las leyes vigentes y provocando una situación que no tuvo muertos porque las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado cuidaron sobre todo de evitar la tragedia… y porque todos tuvieron mucha suerte de que ninguna de las muchas chispas producidas provocaran el fuego.
Bien diferente porque este tribunal es plenamente democrático, porque los acusados han gozado de todas las garantía procesales y, además, del privilegio de haber podido divulgar sus mensajes políticos; porque el juicio ha sido ejemplarmente público (todo el mundo ha podido ver por televisión todas las jornadas del proceso), porque los siete magistrados del Tribunal, magistralmente presidido por el juez Manuel Marchena (aquí merece la pena la redundancia), han sido exquisitamente garantistas; porque la Fiscalía General del Estado y la acusación particular (Vox) han presentado pruebas y testimonios sólidos y abundantes (lástima de esa balbuceante abogada del Estado, empeñada en reducir la gravedad del delito, después de sustituir al abogado del Estado que se negó valientemente a hacerlo); porque la mayoría de los medios han informado, y opinado, hasta la saciedad del evento y, sobre todo, porque los reos que estaban encarcelados, 9 de los 12 procesados (que, lógicamente, no pudieron obtener la libertad provisional porque era más que evidente que podían fugarse y porque no dejaron en ningún momento de alardear de que persistirían en su actitud golpista en la primera ocasión que tuvieran) disfrutaban de una condiciones en su reclusión que no podían ser mejoradas salvo dejándoles la puerta abierta.
En la opinión pública
Por todo lo anterior estoy convencido de que, independientemente de los aspectos jurídicos, todo el mundo ha podido comprobar que los encausados son mala gente, cínicos mentirosos, mezquinos y rufianes (botiguers); sin moral ni escrúpulos de cualquier tipo, capaces de cualquier cosa para mantener el negocio del victimismo independentista; que su ostentoso amor por Cataluña y su gente no es más que la querencia por el botín conseguido hasta ahora (el «procés» ha sido desde el principio un gran negocio, un negocio criminal, con miles de millones a repartir entre los «procesistas» a costa de al menos la mitad de los catalanes y de todo el resto de españoles) y el que esperaban seguir consiguiendo; que su victimismo y su codicia han degenerado en un odio tribal a España (y a todos los ciudadanos que se sienten españoles, incluidos los catalanes) porque no consiguen que todas las instituciones del Estado se sometan a sus objetivos… Y todo eso hecho con grosera chulería, que ha sido lo más inaguantable de todo el «procés».
Por todo ello el veredicto de la ciudadanía no debería ser otro (y mi veredicto no puede ser otro) que el desprecio por los miles de beneficiarios del «procés» y la compasión por los cientos de miles de embaucados… pero, sobre todo, de admiración y solidaridad con los cientos de miles (quizá millones) de ciudadanos que han resistido, y resisten, estoicamente el acoso separatista… y, como consecuencia de todo lo anterior, un veredicto de rechazo absoluto a los políticos, de izquierda o derecha, que, por cobardía o algún interés bastardo, han estado, y siguen estando en muchos casos, colaborando, por activa o por pasiva, con el «procés».
Ya veo que no te aburres de ti mismo, de seguir tan vacío y repetitivo con ideas secas y rancias. El ego es infinito, está claro.
Gracias por participar, Constanza; me alegra verte por aquí, después de tanto tiempo.
Sobre el ego, te aseguro que intento no caer en él, en la soberbia y el supremacismo, que tanto nos ha perjudicado a la izquierda honrada. Sobre las ideas secas y rancias… si no te explicas un poco más, no se me ocurre nada que decir. Y sobre lo del aburrimiento, sigo pensando que este régimen político, esta sociedad que hemos conformado entre todos, esta democracia, merece la pena que les dediquemos nuestros mejores esfuerzos y que nos enfrentemos a quienes quieren destruirlos (si bien es cierto que, mientras los destruyen o no, se aprovechan todo lo que pueden de ellos).
No son para nada comparables aquellos años del 1966 de tu lucha, en los que los derechos humanos y la clarividencia de los hechos tienen que ver con la actualidad política española del 2019.
Admiro tu estudio comparativo y estoy totalmente de acuerdo con tu análisis y aún admiro más cómo lo haces, sin rencores, con adaptación a la realidad política española.
Gracias, José María, por hacernos participes de tus conocimientos y análisis.
Gracias a ti, María Antonia, por tus estimulantes palabras. Tienes mucha razón en destacar que es bueno no sentir rencor: he conocido a personas valiosas que se degradaban al no superar la derrota y sustituir la necesaria autocrítica por el rencor y el victimismo.
Mi apreciado José María, no puedo dejar de estar de acuerdo contigo. Todo es posible dentro de la ley, aunque para conseguirlo haya que cambiarla. El que la conculca no es otra cosa que un simple y vulgar delincuente y eso es lo que son (presuntamente de momento) los tan pomposamente llamados ‘presos del procés’.
Un fuerte y cordial abrazo.
Muchas gracias, Manuel por tu comentario. Es muy justo que señalemos como meros delincuentes a quienes, inventando banderas e identidades, montan negocios sucios, que nos ocasionan graves quebrantos.
Abrazos y libros.
Gracias, José María. Y una cosa más. Alguien me dijo una vez: “Solo hay dos tipos de nacionalistas: los que la ‘han liao parda’ y los que no han podido”.
Un saludo.