Como casi siempre, la «carta del director» de Pedro J. Ramírez en El Español de hoy (http://www.elespanol.com/opinion/carta-del-director/20170902/243925607_20.html) –con una dura crítica al «procés» y a cuantos, por activa o por pasiva, lo ha facilitado– es muy interesante. Pero me ha parecido que tiene una conclusión final totalmente equivocada.
Y, ciñéndome al corsé impuesto por los 140 caracteres de Twitter, le he respondido así: «Total desacuerdo con el final de su, hasta ahí, excelente artículo. ¡No puede suprimirse la coma!: “Y resultando que no, debe condenársele.”»
La conclusión que ha motivado mi reacción dice así: «Sólo una reforma constitucional que haga compatible el reconocimiento de la identidad de Cataluña con la garantía reglada de la lealtad de sus instituciones al orden del que emanan, podrá salvarnos de la catástrofe.»
Sin duda, Pedro J. no necesita que le dé datos sobre la cita pero Los intereses creados son hoy ignorados por la mayoría de la gente y merece la pena –aprovechando que aquí el espacio lo marco yo– explicar mi referencia.
Jacinto Benavente, Madrid, 1866/1954, Premio Nobel 1922, con más de 200 obras de teatro, algunas de ellas de las mejores de todo el teatro mundial, como La malquerida o la que aquí nos ocupa (o su continuación: La ciudad alegre y confiada), de vida azarosa e intensa (por ejemplo, fue académico y diputado, defensor de la URSS y de nuestra República y luego, tras un purgatorio, icono del franquismo) y de una inteligencia excepcional para retratar la sociedad que le tocó vivir… y la esencia de todas las sociedades civilizadas. En Los intereses creados un doctor oportunista y astuto encuentra la forma de exculpar a Leandro mediante la argucia de suprimir una coma de la sentencia. Leandro, un aventurero bien ayudado por su fiel criado Crispín, ha conseguido tejer una red de corrupción a su alrededor para desarrollar sus negocios de tal suerte que cuando la Justicia intenta llevarlo al lugar que corresponde a los delincuentes, hay tantas personas involucradas en la red corrupta, tantos intereses creados, que la injusticia tiene más apoyos que la justicia. Pero alguien tiene que retorcer la ley y de ahí esa argucia de suprimir una coma para cambiar el sentido de la sentencia: de condenado a absuelto. Leandro sale airoso y fortalecido de la aventura. La ingeniosa solución ha sido muy repetida para cuestiones de Lengua y de Derecho… y de política.
Por supuesto, la obra (qué leí en mi juventud y he releído alguna otra vez) es mucho más rica de que lo que podría deducirse de la anécdota de la coma pero yo me he circunscrito a ella para mi crítica a la propuesta del director de El Español… que no es en absoluto aislada sino que está muy apoyada, de forma clara y hasta desvergonzada, o de forma cínica (más desvergonzada aún) por importantes fuerzas políticas.
En efecto, si «suprimimos la coma» para que resulte que no hay que condenar al delincuente; si en el caso de la secesión en Cataluña, se les concede a los secesionistas una reforma constitucional que les permita salir airosos de su aventura y fortalecidos para seguir utilizando el victimismo y la corrupción para su negocio –y es absurdo argumentar que a cambio de ello se garantizaría su lealtad; los golpistas, los que viven del odio a España no pueden tener lealtad salvo si es simulada y para seguir acumulando fuerzas contra nuestro país y nuestro Estado–. Si se posibilita una «solución» de este tipo se habrá cometido un error histórico que afectará a las futuras generaciones en mayor medida aún que el error que se ha venido cometiendo desde hace décadas de haber permitido –de facto y en parte de iure– una cuasi independencia, una presencia meramente residual (Maragall dixit) del Estado en una de las regiones más importantes de España.
La solución, pues, debe venir no por una reforma constitucional que contente (insisto solo sería temporalmente) a los que luchan contra el orden democrático que nos hemos dado entre todos y para todos –sacrificando una vez más a la población que se siente plenamente española en Cataluña, cada día más acosada y maltratada– sino castigándolos con toda la fuerza del Estado. La paráfrasis del texto benaventiano, con su coma bien colocada, quedaría así: «El gobierno autonómico catalán tenía el deber ineludible de respetar la Constitución española y las leyes derivadas de ella, las sentencias de los tribunales y su propio Estatuto… Y resultando que NO lo ha hecho así, debe condenársele.»