Mejor, una bofetada

El día 3 de octubre de 2012 el diario ABC publicó un artículo de Carlos Colomer bajo el título «Cataluña: “Me voy de casa”» que ha circulado posteriormente por las redes sociales (yo lo he recibido, por partida doble, de dos personas amigas de muy distinta ideología). El periodista, después de informar de que mucha gente en España estaría dispuesta, para acabar con la pesadilla del separatismos catalán, a votar por la secesión en un referéndum a nivel nacional, cuenta la anécdota de que su hija adolescente lo amenaza de vez en cuando, cuando se pone rebelde, con irse de casa y explica que varias veces ha estado tentado de abrirle le puerta e invitarla a que lo haga para que la niña se enfrente a las consecuencias de su rabieta.

El texto de Colomer me recuerda lo que me contó en Soria, hace bastante años, un adversario político y sin embargo amigo sobre la bofetada que dio a su hija de unos 14 años cuando, tras una interminable y tensa discusión entre padre y adolescente (que culminaba una etapa de especial rebeldía en la niña), amenazó con tirarse por el balcón y se dirigió a él. El padre la siguió con cuidado pero sin apresurarse y cuando la niña, como era lógico, se paró en el balcón, él le dio un sonoro bofetón. La niña, que jamás había recibido un castigo corporal, que había sido educada en la tendencia de la escuela soviética que evitaba cualquier violencia, etc., se quedó totalmente perpleja durante unos segundos pero luego se abrazó a su padre llorando y le pidió perdón. Está claro que no lloraba por la bofetada sino porque, súbitamente, había comprendido lo estúpido de su comportamiento. Según me contaba mi amigo, aquella fue la primera vez que abofeteó a su hija (y hasta donde yo sé, también la última) y a partir de entonces la adolescencia de la niña fue mucho mejor. Además, la otra hermana, tuvo una adolescencia mucho más tranquila y la armonía familiar, tan delicada siempre, se fortaleció. Por cierto, pocos años después pude conocer a sus dos hijas, ya mujeres espléndidas, de gran personalidad y llenas de amor por su familia. Ninguna de las dos tenía la menor señal, física (¡claro!) ni psicológica de aquella bofetada.

Ya sabemos que las comparaciones pueden ser odiosas pero si, volviendo al texto de Colomer, todo fuera tan fácil como hacer un referéndum (para lo que habría que modificar o manipular la Constitución) y decirles a los separatistas: «Ahí tenéis la puerta: podéis marcharos cuando queráis.» para que sufrieran las consecuencias de su actitud y pudieran recapacitar, quizá mereciera la pena hacer el experimento… pero todos sabemos (o deberíamos saber) que los procesos de esta índole no son así de sencillos y que los grandes movimientos de masas (como demuestra sobradamente la historia de nuestro país) producen oportunismos y aventuras de todo tipo, corrimientos de muchas personas hacia los extremos, enfrentamientos alimentados por los mercaderes del odio, ajustes de cuentas… mucha, mucha violencia, muchas desgracias, que causan serias heridas y que cuesta luego generaciones restañar. Así que, susto por susto, mejor una bofetada. En todo caso, no se nos olvide que de lo que se trata es de evitar que la adolescente nerviosa (o la gente angustiada por la crisis y hábilmente manipulada por los traficantes del rencor y los charlatanes de feria, vendedores de pócimas milagrosas) se tire por el balcón.

No hay que tener un miedo religioso a la violencia. Por supuesto, como todo lo que está en la naturaleza (el instinto de supervivencia o el de conquista es parte de la naturaleza) y en la sociedad (llevamos miles de años de civilización y todavía no hemos encontrado la forma de erradicarla) hay que tener cuidado con la violencia: administrarla con gran prudencia, recurriendo a ella sólo cuando es imprescindible, etc… Pero no hay que ser cínico: aquí y ahora hay violencia por todas partes y nadie ha encontrado la fórmula para prescindir de la fuerza en muchos casos en los que hay que resolver los problemas que conlleva la sociedad. Se trata, por tanto, no de negar de forma romántica o, peor, cínica, la violencia en cualquier circunstancia sino de cargarse de razones antes de ejercerla, de agotar todas las vías que puedan evitarla, de regular su uso con extremo cuidado y sin espíritu de venganza (buenas leyes sobre el ejercicio del Poder) o ira (buenos controles para evitar abusos)… pero saber que en algún momento habrá de afrontarse ese problema. Cuando la gente decide traer hijos al mundo o ejercer la autoridad debe saber que, en circunstancias excepcionales tiene que sostener su rol mediante la fuerza… Y, en ultima instancia, siempre será mejor haberse equivocado en la ocasión o la medida que dejar que la persona (o la entidad) dependiente de nosotros se tire por el balcón.

Siguiendo con la analogía, sabemos que los adolescentes tienen un problema de entidad, una gran duda existencial sobre el camino que deben tomar en la vida, una rebeldía difusa que se reconduce a veces en un rechazo de sus mayores y de sus propios hermanos… Y sabemos que una gran medicina que necesitan es el amor, la atención preferente, todo eso… Pero eso entraña que pueden presentarse ocasiones en que tengamos que ejercer la disciplina, el castigo: no hay que tener miedo a esto, no hay que ser pusilánime. Y hay que estudiar muy bien sus reacciones para saber qué medida oponer a su rebeldía: porque aunque lo normal es que la niña (la de Colomer o la de mi amigo, cualquier adolescente) no se atreva a «vivir su vida», en un mundo hostil y y manipulado, para el que no está convenientemente preparada, también puede ocurrir que, ofuscada y envalentonada, se arroje balcón abajo. En todo caso (sigamos utilizando las anécdotas) para «dar una bofetada en el balcón» no se necesita alterar la legalidad vigente y para abrir la puerta e invitar a la rebelde a marcharse, sí. Se me podrá argüir que la bofetada puede ser denunciada ante un juez… pero estoy seguro de que cualquier justo aceptará como legítimo que ante una adolescente que amenaza con tirarse por el balcón, el padre debe reprenderla incluso mediante un oportuno bofetón o que, digámoslo directa y claramente, ante la situación de que una parte de una nación consolidada durante siglos pretenda una secesión manipulada, ilegal, suicida… y de gravísimas consecuencias para todos, cualquier juez justo, insisto, considerará plenamente legítimo que esa parte secesionista se encuentre con una total prohibición de hacerlo, incluyendo para ello si fuera necesario, la fuerza.

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2 respuestas a Mejor, una bofetada

  1. Mi querido José María, Gracias por seguir escribiendo…pero…..te recuerdo que estas en periodo de descanso.
    Muy bien razonados las dos comparaciones ( que no son odiosas, sí comprensibles ) En este caso de la bofetada resultó perfecto, el padre le dio y la adolescente reaccionó ante el poder del padre, no has pensado que pudo retomar y con más virulencia su decisión? después vendrían los llantos, y una familia rota….aún con la total autoridad de un padre.

    En el “otro caso” que nos ocupa …..no se lo que puede pasar, no son adolescentes …creo que muy manipulados por el poder, engañados por el poder, diría yo ! y ante ésto, quien tiene una solución justa, eficaz, equilibrada…? Teniendo en cuenta el gran egoísmo de los que nos mandan..

    Mi reconocimiento sincero por no parar de pensar y desear la paz de nuestra España!

    Un abrazo

    Ana

  2. Carmen dijo:

    ¿De verdad opinas que es lícito emplear LA FUERZA,con los que no piensan o actúan como tú?
    Ese es el principio de toda dictadura y el sustento de todo fascismo.

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