La Libertad dijo un día a la Ley: «Tú me estorbas.»
La Ley respondió : «Yo te guardo.» Pitágoras.
Ayer se celebró en casi toda España el Día de la Constitución, fiesta nacional que, como es natural, produce numerosos actos, declaraciones –institucionales, partidarias o personales–, corrillos y anécdotas, etc. Fijémonos en una concreta: En un mitin de ERC, Gabriel Rufián, nacido en 1982, aseguró que la nuestra es una constitución realizada por fascistas y algún periodista veterano se preguntaba esta mañana «¿De dónde sale este “individuo”?» Hasta donde yo sé, este «individuo» sale de lo más profundo y peligroso de la corrupción intelectual que señorea España desde hace unos años y que es causa y efecto de las demás corrupciones: la económica, la institucional, la política… Este Rufián, y otros muchos «Rufianes» que participan en tertulias de radios y televisiones donde se muestran especialmente provocadores, salen del «procés» de independencia de Cataluña que se ha convertido en el primer problema de España, que se nutre de y condiciona los otros y que, si no se resuelve adecuadamente, lo seguirá haciendo, seguirá carcomiendo toda la vida nacional durante años y años.
Sociedad Civil Catalana, organización que viene luchando de forma abnegada e inteligente durante años por la defensa de los ciudadanos catalanes frente al acoso de la Generalitat para que renuncien a ser españoles o acepten ser ciudadanos de segunda categoría, ha celebrado con numerosos actos en Cataluña y, por supuesto también en Madrid, el Día de la Constitución, mostrando un vídeo donde se advierte, a los periodistas en concreto y la ciudadanía en general, de la corrupción lingüística mediante la cual los secesionistas han conseguido generalizar un lenguaje fundamentalmente falso y puesto al servicio de su causa: https://www.youtube.com/watch?v=s-ds5JfabpM. Como consecuencia de ello, la mayoría de los medios ha aceptado la Cataluña de los secesionistas, que en el mejor de los casos sería la mitad de la población, como toda Cataluña y ha presentado infinidad de actos y actitudes de los nacionalistas como batallas democráticas, legales, lo que no eran más que actos de un golpe de Estado (como dijo Alfonso Guerra) «a cámara lenta». Uno de los elementos de esta corrupción intelectual es que, para mucha gente, Cataluña aparece (por el arte de birlibirloque, que tan eficazmente manejan los secesionistas) como un territorio ocupado por un Estado invasor que oprime a una población diferente de la de la metrópoli y homogénea, es decir, una colonia. La cual, por tanto, puede y debe ejercer el derecho de autodeterminación, (como la organización de Naciones Unidas reconoce a las colonias).
Pero esa idea de la colonia oprimida con una población homogénea y diferente a la del Estado opresor (absolutamente falsa y peligrosamente antidemocrática) ha sido asumida, cínicamente, no solo por tipos como Rufián y toda la estructura que ha creado la Generalitat catalana a partir del pujolismo sino también por no pocos políticos de «Madrit». Unos y otros, pensando en sus personales ambiciones, en sus intereses de partido mucho antes que en los intereses de la población a la que dicen representar.
Por eso, algunos líderes y partidos políticos difunden su original idea de que, ¡por supuesto!, habría que aceptar un referéndum de autodeterminación aunque, ¡por supuesto!, pidiendo a los oprimidos de la «colonia» (a la que se la identifica como una nación diferente a la española) que se quedaran dentro del «Estado» (se sobreentiende, en un régimen especial que reconociera no pocos privilegios). Aunque para ello deba cambiarse la Constitución o se pueda jugar con interpretaciones más o menos torticeras de la vigente) y se rompa el principio fundamental de defender una nación de ciudadanos libres e iguales.
Muchos pensarían que esta política errática y estúpida de haber manejado todo el problema del separatismo catalán según las categorías que imponía este, de haber jugado la partida en el campo acotado y las reglas establecidas por el gobierno catalán y las organizaciones afines, de haber asumido la idea de que Cataluña es, en una otra medida, una colonia o, al menos, una nación diferente a la española, pertenece a la izquierda, pero si analizamos en detalle la política del Partido Popular (nuestra derecha más representativa) habremos de concluir que el propio Gobierno central, con Mariano Rajoy al frente y siguiendo la estela de anteriores presidentes, por estupidez o por complicidad con la corrupción, ha caído en esa trampa y se ha dedicado a alternar la renuncia a la autoridad del Estado en cuestiones vitales, (símbolos nacionales, educación, bilingüismo, etc.) con concesiones permanentes, especialmente la concesión de importantes sumas de dinero para impedir la quiebra absoluta de la Generalitat, que arrastra una deuda descomunal como consecuencia de una gestión sesgada hacia la financiación del «procés». Hay que reconocer que, después de muchos titubeos, el Gobierno nacional parece haber dado un giro a su estrategia y haber puesto mayor rigor y coherencia en sus posicionamientos… pero mientras eso no se traduzca en actos concretos de claro enfrentamiento con el secesionismo, mientras no se pase de las palabras a los hechos, mientras se limite a la apelación a los tribunales y considere que aplicar, con todas sus consecuencias, los artículos correspondientes de nuestra Constitución para esta situación, podría ser «una barbaridad» (Rajoy dixit), y todo parece indicar que nada de eso se hará antes de las Elecciones, mientras eso no suceda, tenemos todo el derecho a recelar y a reclamar por todos los medios una política más clara y contundente contra el separatismo.
De toda esta miseria política y social, intelectual, que tanto daño ha hecho a la población en general y muy especialmente a los que se han negado a seguir los delirios nacionalistas, nacen estos personajes como Rufián, como nacen los grupos mafiosos que han robado a mansalva del erario público, como nacen los medios de comunicación que han estado recibiendo cuantiosas subvenciones para mantener la agit-prop a favor del separatismo… como nace esa situación de zozobra, inquietud, miedo, etc., de una gran parte de la población catalana y española que no sabe si su Estado le garantizará la integridad territorial y la soberanía nacional a corto o medio plazo.
Pero seamos positivos, optimistas. Como afortunadamente, y a pesar de todo, vivimos en un régimen democrático, con todos los defectos que pueda tener y todos los vicios que se han ido apoderando de infinidad de instituciones, los ciudadanos pueden intervenir para afrontar los problemas políticos y sociales, aunque para ello hayan de pasar diversos filtros y protegerse de mentiras, asechanzas y manipulaciones. De forma que estas elecciones del 20 de diciembre pueden servir para que el problema más importante que tiene nuestro país en estos momentos, que es el secesionismo, se encauce por las vías de la legalidad, que se basa, por supuesto, en un Estado fuerte, capaz de hacer cumplir las leyes en todo el territorio nacional y, sobre todo, pueden conseguir que el lenguaje recupere su significado correcto, que se llame «al pan pan y al vino, vino», de tal forma que, como Cataluña no es un territorio dependiente sino parte indisoluble del territorio nacional, no puede independizarse sin atropellar al todo; como no es una franquicia o un electrodoméstico conectados a una central, no puede desconectarse, y como tiene el mayor autogobierno posible en las competencias que corresponden a las comunidades autónomas, no puede reclamar del Estado más competencias importantes ni más privilegios y no puede desacatar al Estado cuando este ejerce, legal y legítimamente, su Autoridad.
Por supuesto, todo ello con esta Constitución, que fue realizada no por fascistas sino por ciudadanos que ya eran o aprendían a ser demócratas y que, a pesar de serios errores como haber establecido una diferencia entre nacionalidades y regiones, acepta su modificación por los medios legales establecidos democráticamente. Modérense, por tanto, los repartidores de referendos y aténganse a la legalidad vigente; aprendan con Pitágoras que la Ley es la garantía de la Libertad y, en vez de buscar el voto fácil de secesionistas y revolucionarios de salón, o el voto del miedo, que cumple parecido papel, busquen el voto de los ciudadanos más conscientes, proponiendo soluciones reales a los problemas reales… Y si quieren encontrar fascistas, búsquenlos entre los que quieren trocear España y destruir siglos de historia, entre los que quieren «un sol poble», una sociedad uniformada, nacida del odio y la manipulación: ahí encontrarán muchos más fascistas que los que pudiera haber entre los que hicieron la Constitución y los que la aprobaron por una aplastante mayoría (por cierto, por una aplastante mayoría especialmente en Cataluña).