Cambiamos de año pero no cambian los grandes temas. Las grandes cuestiones que atraviesan, condicionan, nuestra sociedad globalizada, los problemas del mundo que tanto dolor causaron el año pasado (guerras, migraciones salvajes, destrucción de la naturaleza, grandes fosos entre grupos humanos, antagonismos entre culturas y civilizaciones…), permanecen y aunque cambien de apariencia o de intensidad, sin duda permanecerán este año… y los siguientes. Fijémonos en algunos.
Parece que seguirán avanzando los nacionalismos y los caudillismos (que se alimentan mutuamente y que tienen raíces y causas muy profundas), como demuestra el afianzamiento de Trump en Estados Unidos (325 millones de habitantes), el reciente triunfo de Bolsonaro en Brasil (200 millones de habitantes), la acumulación de poder en Rusia (145 millones de habitantes) por parte de Putin… por no citar el complejo caso de China, con sus casi 1.400 millones de habitantes obedientes al poder casi absoluto del Partido Comunista de ese país.
Otro asunto determinante en el mundo son las migraciones, cada vez más numerosas y complejas: miles, millones de personas se desplazan huyendo de la guerra o del hambre, buscando na vida mejor, y producen un incremento de un negocio que siempre ha existido pero que ahora parece cobrar mucha mayor importancia: la gente que se dedica a «gestionar» esos movimientos de masas y no solo las mafias que trafican criminalmente con ellos, sino también las élites políticas que en los países de origen manejan la emigración y en los países de acogida manejan la inmigración.
O el cambio climático, que ya nadie se atreve a negar y que, a pesar de los numerosos estudios y congresos que se dedican a ello, nadie parece poder pararlo.
Pero debemos centrarnos en España y en el principal problema que desde hace décadas y sobre todo en los últimos años condiciona el normal funcionamiento de la sociedad, aflora rencores y frustraciones y pone en peligro la propia soberanía e integridad nacionales. Esto, por supuesto, afecta a toda la ciudadanía y nos obliga a todos y cada uno a tomar posición.
En efecto, el acoso creciente al Estado por parte de algunas administraciones autonómicas y municipales, lo ha debilitado hasta tal punto que no se puede negar sin mala fe o grave ignorancia que el Estado es residual (excepto para allegar recurso económicos y servir de chivo expiatorio) en gran parte del territorio nacional (especialmente en Cataluña, pero también en Baleares, Valencia, País Vasco, Navarra…). Causa y efecto de ello es una clase política desmesurada, con creciente tendencia a los privilegios y las corruptelas y dentro de la cual ha fraguado un Gobierno sostenido por separatistas y populistas sin escrúpulos a los que (desde la toma de posesión tras la moción de censura de finales de mayo del año pasado) no solo no combate sino que ayuda, en una actitud que muchos califican de traición, siguiendo (y superando) en eso al anterior Gobierno, que tampoco quiso defender al Estado. Por supuesto que nuestra sociedad tiene otras muchas cuestiones –económicas, sociales, culturales, morales…– que nos afectan y nos reclaman atención. Pero solo se podrán resolver dentro de un Estado con poder y autoridad, respetado por todas las instituciones y por la ciudadanía, es decir, un Estado mucho más fuerte que el que tenemos ahora. Naturalmente, a esta situación no se ha llegado de golpe ni sin involucrar, por activa o por pasiva, a fuerzas políticas y económicas, instituciones de diversa índole, medios de comunicación, periodistas y docentes, funcionarios, muchas personas que por una razón u otra (intereses mezquinos, ignorancia, rencores, sectarismo…) han seguido la tendencia o, al menos, no se han enfrentado a ella.
Por supuesto que también ha habido, y cada día más, muchas personas de los sectores que he citado antes y de la ciudadanía en general, que se han comprometido, y siguen dispuestos a hacerlo, en la defensa de nuestro Estado, de nuestra Constitución, de nuestro régimen democrático.
Y por supuesto que también hay, y tenemos que enfrentarnos a, otros problemas graves pero ninguno tan grave como el peligro de destrucción del Estado y todos ellos solo resolubles dentro de un Estado respetable y respetado.
Muy lúcido. Los puntos sobre las íes.
Gracias por compartir.
Muchas gracias por comentar. Ciertamente, siempre ha sido necesario y conveniente pero, en los tiempos que vivimos, es imprescindible “llamar al pan, pan y al vino, vino”.