Se utiliza mucho la frase de Marx glosando a Hegel (en su libro muy citado pero poco leído El 18 brumario de Luis Bonaparte) sobre que los grandes hechos y personajes de la Historia se producen una vez como tragedia y otra como farsa… Tragedias y farsas son dualidades complejas y constantes en la historia humana (que no siempre se presenten tan clara y ordenadamente como podría parecer por la frase del fundador del materialismo histórico) y distinguirlas, y comprenderlas, es tarea también permanente.
Sobre la tragedia de los atentados yihadistas en Barcelona y Cambrils de la pasada semana, con 15 muertos (aparte de los 5 terroristas abatidos y los 2 terroristas reventados por su impericia en la preparación de bombas) y decenas de heridos, algunos muy graves, la farsa de una falsa respuesta unificada y coordinada de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado (incluyendo a la policía autonómica) y de una más falsa aún repulsa unánime y solidaria de la población. Porque no ha sido así, porque hay pruebas irrefutables de una mala coordinación (como han denunciado los sindicatos de la Policía Nacional y de la Guardia Civil); porque en cada comparecencia o acto las autoridades autonómicas han hecho, con más descaro o más disimulo, alarde de independencia y de ninguneo al Estado y al Gobierno central; porque un tipo tan siniestro pero tan representativo como Carod Rovira (que pactó clandestinamente con ETA, cuando era vicepresidente de la Generalitat, una tregua para Cataluña) ha podido afirmar en voz alta lo que los separatistas cuchichean hipócritamente entre ellos: que en la solución y comunicación al mundo de la tragedia del atentado «el Estado español no ha existido, no ha estado.»
Y, sobre todo, porque no es es verdad que la población se vaya a echar a la calle, hoy en Barcelona, con un espíritu unitario y unificador de todos los esfuerzos para luchar contra el terrorismo (como, por ejemplo, sí se hizo cuando el vil asesinato de Miguel Ángel Blanco o cuando se repudió el golpe de Estado de Tejero en 1981). No es por casualidad que la presencia del Jefe del Estado (al que decenas de miles de ciudadanos catalanes han pitado en actos multitudinarios y cuyo busto o retrato se quita ostensiblente de instituciones tan representativas como el Ayuntamiento de Barcelona) haya sido discutida y ninguneada. Es muy significativo que la Casa Real haya tenido que emitir una nota aclaratoria para desmentir las acusaciones de la propia Generalitat de que habían publicado, sin autorización, fotos de los Reyes visitando a los niños heridos… Con esto no quiero decir que la gran manifestación de esta tarde no tenga muchos elementos positivos, los cuales prevalecerán si las autoridades cumplen con su papel y, sobre todo, si la población más capacitada logra marginar a los fanáticos y extremistas.
Se preguntaba Lorenzo Abadía (Vox), hace seis días en Twitter, si esta tragedia beneficiará o perjudicará al separatismo y se respondía que lo va a perjudicar… pero yo le repliqué «Depende de si el Gobierno ejerce plenamente y sin miedo sus funciones… porque sin duda los separatistas arrimarán el ascua a su sardina.» Pero hasta ahora, el Gobierno parece que sigue acomplejado y pusilánime. Hace de tripas corazón y maniobra con la mayor habilidad posible para no caer en las provocaciones constantes de las desleales autoridades catalanes en todos estos días, va contrarrestando los desplantes y desprecios como puede… pero no «ejerce plenamente y sin miedo sus funciones».
De forma que, en conclusión, esta tragedia y esta farsa no deben ocultarnos la gran tragedia que hay detrás de ellas: la utilización, por parte de las instituciones desleales catalanes, de cualquier acontecimiento –positivo o luctuoso, deportivo o cultural…– para afianzar el separatismo y debilitar al Estado, la manipulación criminal para enfrentar a una parte de la población contra la otra en interés espurio de una burocracia corrompida, el desafío permanente a la Ley y a la Constitución y la promoción internacional de este desafío… Pero sobre todo, la gran tragedia de que el Estado –minado desde dentro, con una parte considerable del Congreso de los Diputados y del Senado objetivamente cómplice del separatismo y (causa y efecto de todo ello) un Gobierno acomplejado y pusilánime– no es capaz de tomar la iniciativa y pospone una y otra vez el golpe de autoridad pendiente (cada día más necesario y cada día más difícil y costoso) la restauración de la legalidad constitucional en toda Cataluña, la liquidación del golpe de Estado que se produce allí (aunque sea «a cámara lenta»), la protección de esa más de la mitad de la población acosada, desconcertada y desesperanzada.