El inglés ¿sin esfuerzo? («La cantante calva»)

descargaTeatro Español, 18 de mayo de 2017. Gracias a mi amigo Eugenio Rodríguez pude asistir a la representación de La cantante calva, de Eugène Ionescoi y, para mayor deleite, al «Encuentro con el público» inmediatamente después de la función (muy bien coordinado por Rosa María Mateo y con toda la compañía sentada informalmente al borde del escenario, explicando su participación, respondiendo con vivacidad a las preguntas del numeroso público y demostrado con todo ello que el teatro sigue siendo un arte supremo e insustituible). Una gran velada: obra excelente, con excelente adaptación y dirección, y seis magníficos intérpretes sobre el escenario.


Eugène Ionesco
(Slatina, Rumanía, 1909 – París, 1994), comenzó a escribir, en 1948, su primera obra de teatro, que en principio se iba a llamar «La hora inglesa», como una especie de reflexión crítica sobre su experiencia como estudiante de inglés en París, con el método Asimil («El inglés sin esfuerzo»): «El aprendizaje del inglés no conduce necesariamente a la dramaturgia. Al contrario, me convertí en un autor teatral porque no logré aprender inglés.»ii No pretendía, asegura, hacer una crítica de la sociedad inglesa en concreto sino de algo mucho más universal: «Se trataba, sobre todo, de una suerte de pequeña burguesía universal, puesto que el pequeño burgués es el hombre de las ideas recibidas, de los eslóganes, el conformista de todas partes: dicho conformismo es revelado, desde luego, por su lenguaje automático. El texto de La cantante calva o del manual para aprender inglés (o ruso o portugués), compuesto de expresiones hechas, de los clisés más gastados, me revelaba, por eso mismo, los automatismos del lenguaje, del comportamiento de la gente, “el hablar para no decir nada”, el hablar porque no hay nada personal que decir, una ausencia de vida interior, la mecánica de lo cotidiano, el hombre inmerso en su medio social sin diferenciarse de él. Los Smith, los Martin no saben ya hablar porque ya no saben pensar, no saben ya pensar porque ya no saben conmoverse, ya no tienen pasiones, no saben ya ser, pueden “transformarse” en cualquier persona, en cualquier cosa, pues al no ser ya no son sino los otros, el mundo de lo impersonal, son intercambiables: se puede poner a Martin en lugar de Smith y viceversa, que no nos daremos cuenta.»iii ¡Cierto! Y quizá por ello su obra, que además tiene el honor de haber sido la primera del llamado «teatro del absurdo» (aunque este nombre no le gustaba mucho a Ionesco ni al otro gran representante de este tipo de dramaturgia, Samuel Bekett), se ha mantenido, desde su estreno en 1950, entre las más representadas del teatro contemporáneo.
Lo merece.
La Cantante calva, nos hace reír pero, también y sobre todo, nos obliga a pensar. Ionesto escribía en el corazón de una Europa que acababa de salir de su segunda guerra mundial, que había multiplicado el horror de la primera: millones de muertos, ciudades arrasadas y, sobre todo, un continente que no sabía cómo superar los estragos de los totalitarismos, los odios profundos, las venganzas destructivas…

Pero dos o tres generaciones posteriores, Europa, el mundo entero, se enfrenta a amenazas muy graves y terribles catástrofes y también necesita del humor y de la reflexión. Como dice Luis Luque en el programa, «De ahí la urgencia de despertar a la cantante, que su no-canción vuelva a recordarnos el galimatías social en el que nos encontramos, este caos que nos deja tan perplejos y tan desorientados.» (El énfasis es mío.)
Así que nos viene muy bien que el señor y la señora Smith, el señor y la señora Martin, el capitán de bomberos y la sirvienta Mary, nos pongan delante de nosotros sendos espejos, un espejo gigante donde podemos ver a nuestra sociedad, a cada uno de nosotros, con sus miserias, que podamos ver los estragos que hace un lenguaje de etiquetas (¿de «tuits»?) entrelazado con un pensamiento hueco y alimentándose mutuamente… Que podamos presenciar todo esto (en esta ocasión con el privilegio añadido de ver, a nuestro lado y charlando como buenos amigos, a los seres que hemos visto antes como personajes) cómodamente y podamos reírnos de todo y de todos… pero que, al tiempo, nos veamos obligados a pensar, a reflexionar y, con ello, que hagamos un esfuerzo, un sincero y necesario esfuerzo, para que nunca senos pueda identificar con las criaturas del teatro del absurdo, para que lo absurdo, el nonsense, el esperpento, sea el elemento hilarante del chiste pero jamás la esencia de nuestra convivencia.

Pentación

 

i Traducción y versión, Natalia Menéndez; dirección, Luis Luque; ayudante de dirección, Álvaro Lizarrondo. Intérpretes: Adriana Ozores, Joaquín Climent, Fernando Tejero, Carmen Ruiz, Javier Pereira, Helena Lanza. Música original, Luis Miguel Cobo. Diseño de escenografía, Mónica Boromello; diseño de iluminación y video, Felipe Ramos; diseño de vestuario, Almudena Rodríguez Huertas; diseño de peluquería y maquillaje, Lola Gómez. Productor, Jesús Cimarro. Una coproducción de Pentación Espectáculos y Teatro Español.

ii «La tragedia del lenguaje» en Notas y contranotas. Estudios sobre el teatro. Editorial Losada, S. A., Buenos Aires, Argentina, 1965, traducción de Eduardo Paz Leston. (Tomo la referencia de http://www.lamaquinadeltiempo.com/algode/ionesco01.htm)

iii Ibídem.

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