(Para Asun y Manolo, que me dejaron presenciar una de las más
bellas escenas de amor que forman mi colección. Para E.S.,
que, como Bérengère, adora a su abuela.)
Como toda ideología, como toda religión, el judaísmo tiene innumerables puntos de refutación, numerosas afirmaciones que, antes que fe, demandan una actitud de reflexión y debate. Pero como toda religión consistente, el judaísmo nos ofrece relatos, alegorías y simbolismos plenos de belleza y de sugerencias. Por ejemplo, el relato del Génesis sobre Adán y Eva, aparte de su encanto literario, nos ofrece valiosas sugerencias sobre los problemas en la relación hombre/mujer, problemas que, más allá de todos los contextos y con múltiples particularidades, se plantean permanentemente a nuestro alrededor… y en nuestra propia individualidad.
Ese dios solitario y habitante de la Nada que en un momento de explosión interior necesitó crearse todo un mundo para poder contemplarlo y dentro de ese mundo, en su zona más hermosa, decidió colocar a un semejante para que lo señoreara, ese dios se percató inmediatamente de que ese ser «creado a su imagen y semejanza», no podría soportar la soledad («No es bueno que el hombre esté solo»), no podría ser feliz, y llegó a la sabia conclusión de que estaba obligado a darle una compañera. Bellísimo relato (a pesar de su sesgo machista; no olvidemos que el Génesis, como todos los libros judaicos, reflejan cabalmente el rígido patriarcado hebreo) que se completa cuando esas dos criaturas renuncian a la comodidad de la vida fácil en el Edén y, dejándose arrastrar por su mutua atracción, por su pasión, inician la hermosa aventura de vivir en libertad, bajo todas las tormentas, pero juntos.
De forma que nuestro mundo, nuestra civilización empieza realmente en la sexta jornada del Dios de los judíos, cuando, después de crear todas las especies, crea una una pareja de animales con una especial característica: la capacidad de enamorarse, de sentir una pasión, pero, sobre todo, de poder reflexionar sobre ella, rememorarla hacia atrás y proyectarla hacia adelante («hasta que la muerte nos separe»), de reflejar esa pasión con todas las artes y estudiarla con todos los saberes… sin que pueda dar por terminada esa tarea «por los siglos de los siglos». En efecto, creo que la imagen de Adán y Eva con el privilegio de disfrutar de todos los dones del Paraíso pero con el peligro de que si caen en la pasión pueden perderlos es una inteligente alegoría de nuestra condición humana. Por ello, cuando yo quise escribir una obra (que inicialmente era un cuento, luego un libro y, finalmente, se convirtió en una tetratología) sobre esa necesidad de encuentro, de fusión, entre el hombre y la mujer, sobre la eterna lucha contra la soledad, lo titulé «Adán y Eva, como siempre». Nada original, por otra parte, porque desde que el mundo es mundo artistas y científicos tratan de comprender a esa maravillosa primera pareja del mito judeo-cristiano… y a todas y cada de las parejas habidas y por haber. Así también, en clave de comedia, la película El pastel de boda (Pièce montée)i.
Parece cierto que en el cine (que reúne varias artes en sí mismo y que ha sido considerado justamente como el arte del siglo XX) no se puede alcanzar la profundidad que puede proporcionar la literatura por lo que me he propuesto leer la obra de Blandine Le Callet (su primera novela) que da origen al guión de la película, pero el filme resulta una comedia fresca, hilarante en muchos momentos y pleno de proposiciones sobre lo que quería decir al principio de este escrito.
Denys Granier-Deferre nos muestra las historias entrelazadas de una pareja de jóvenes que tienen que luchar contra los convencionalismos y las trivialidades de sus respectivos ambientes y familias y de una pareja de ancianos que no pudieron vencer esos convencionalismos y trivialidades. Dos historias, como tantas: «Adán» y «Eva» buscándose, encontrándose, perdiéndose, sintiendo por momentos el gozo y el dolor; arrojados del Paraíso que les prometía todos los placeres menos el amor a cambio de sumisión, frágiles e inseguros, sintiendo que, sin el otro, cada individuo está incompleto y vulnerable y que aunque hay muchas fuerzas centrípetas que facilitan su unión, son a veces más poderosas las centrífugas que lo dificultan.
Buena oportunidad para ver y aprovechar esta historiaii, estas historias de hombres y mujeres, cuando hay un debate complejo (y a veces muy confuso) sobre orientaciones sexuales, ideología de género, avisos e indicios de conspiraciones para dominar el mundo (Grupo Bilderberg, Comisión Trilateral, Illuminatti…) En todo caso, por encima de debates y posibles conspiraciones, es claro que hay tendencias en nuestra sociedad para promocionar roles y sentimientos muy individualistas y por ello no parece ocioso (con todos los respetos a todas las condiciones y orientaciones sexuales) valorar la condicción de hombre y mujer y su querencia de buscarse y unirse, su deseo de perpetuarse en su descendencia, su derecho a jurarse amor hasta que la muerte los separe… aunque su relación comience, como en la película, con un ridículo pastel caído por los suelos, un montón de personas hostiles y una terrible inseguridad de los propios enamorados.
i Denys Granier-Deferre, Francia 2010, con guion de Granier-Deferre y Jérôme Soubeyrand (Novela: Blandine Le Callet)
Muy interesante digresión. Habrá que leer también a Le Callet dado que, en el amor, nunca está todo dicho.
Cierto, y parece que la escritora tiene mucho que decir. La edición española está en Ediciones Maeva.
Seguiré tu consejo. En el amor, ya se sabe, nunca está todo dicho, ni escrito, ni mucho menos vivido. Gracias.
¡Por supuesto! Y justamente la película de Garnier-Deferre (sin duda siguiendo a la novelista) lo demuestra.