Madrid, Auditorio Nacional, 22 de septiembre de 2014. Excelente inauguración de la temporada de la ORCAM que, contra viento y marea (recortes, IVA, gran oferta de todo tipo de espectáculos…), eleva cada año su calidad; tanto de repertorio como de interpretación. En esta ocasión nada mejor, en la situación que vive Europa, nuestro entorno más cercano, que regalarnos el extraordinario Réquiem de Guerra de Benjamin Briten (1913-1976) una obra tan enlazada con toda la tradición de los réquiem como revolucionaria y actual. Más de ochenta profesores (con un 30% de profesoras) reforzados con miembros de la Joven Orquesta y el Coro Titular (cuyo director es Pedro Teixeira) complementado con los (50) pequeños cantores de la JORCAM (preparados por sus, sin duda, eficientes directora Ana González y profesora de canto Celia Alfredo, ayudados pon la pianista Laura Scarbó y los monitores María Cristina Alonso y Arturo Torres). Excelentes voces, y perfectamente complementadas, las de los solistas Ekaterina Metlova, soprano; Agustín Prunell-Friend, tenor, y José Antonio López, barítono. Excelente el coro titular y maravillosos los pequeños cantores, con sus blancas túnicas y sus voces puras. Excelentes todos los intérpretes. Todos ellos bajo la inmejorable dirección del maestro Víctor Pablo Pérez.
Previo al concierto, la orquesta nos sorprende con una gran iniciativa para esta temporada: una persona relevante, en esta ocasión Iñaki Gabilondo, nos explica la oportunidad y significado de las obras («El doble grito de este concierto», según las oportunas notas al programa de Jorge Fernández Guerra) que vamos a escuchar: Canto a las víctimas inocentes, de Zulema de la Cruz, sobre un poema de Antonio Maura, y el War Requiem de Briten, que fue compuesto para la consagración, en 1962, de la reconstruida catedral de Coventry (destruida en 1940 a causa de la guerra). La obra de Zulema y Maura, estreno absoluto, constituye, sin duda, un excelente introito al Réquiem.
Vosotros,
que no sabéis de guerras
y cuyo oficio es vivir.
[…]
Vosotros,
las víctimas inocentes.
Vosotros
niños,
que jugando encontráis la bomba.
A vosotros os lloramos,
víctimas inocentes
en el corazón de la Historia.
[…]
Por cierto, la bella música del Canto a las víctimas inocentes tiene dos inteligentes referencias a sendas canciones populares (populares, aunque el vulgo pueda atribuir la primera a Luz Casal y la segunda a Pau Casals) españolas: la gallega «Negra sombra» y la catalana «Cant dels ocells».
Y, ahora, el imponente Réquiem de Guerra con un principio sobrecogedor, con las campanas fúnebres y la voz queda del coro: «Señor, concédeles el descanso eterno / y que la luz perpetua los ilumine.»… Y los poemas de Wilfred Owen (1893-1918) insertados en la Misa pro defuntis: el soldado inglés comienza preguntando «¿Qué campanas doblan / por aquellos que mueren como ganado?» Para concluir:
No en las manos de los niños, sino en sus ojos,
brillará el sagrado resplandor del adiós.
La palidez de las frentes de las niñas serán su sudario;
sus flores, la ternura
de los pensamientos silenciosos,
y cada anochecer, un postigo
que se cierra.
El soldado alemán rememora:
Cantaban clarines,
entristeciendo el aire vespertino
y respondían clarines
y afligía oírlos.
Y ambos unen sus voces para constatar lúgubremente:
Hemos caminado amistosamente
hacia la muerte;
nos sentamos y comimos con ella,
fría y amarga.
Hora y media de impresionante música, ora suave y con voces bien individualizadas, ora en atronadores tuttis para reflejar la honda queja, el grito desgarrado de la humanidad doliente… y terribles versos que, más allá de dogmas y ritos, nos hacen pensar en la necesidad humana de atender a lo individual pero también a lo universal, de encontrar unos valores que nos permitan convivir a todos…
Evitemos que este mundo recule y se retire
en vanas ciudadelas sin murallas.
Hasta llegar a un conmovedor final, con el coro pidiendo el descanso eterno, el Paraíso, para los muertos (el soldado alemán invocando el sueño, «durmamos ahora») y un prolongando y pianísimo, un sublime «Resquiescant in pace. Amen.»… Ese intenso deseo de paz que la humanidad viene manifestando durante milenios, sin haberlo conseguido.
Hablamos de la tragedia de Europa… ¿también de la solución? Es posible: este continente, esta nuestra civilización, ha pasado por épocas terribles pero las ha ido superando.
Sin duda, también ésta. Aunque, desde luego, no será la Europa de los opulentos, de los especuladores, de los traficantes del odio, de los «managers» de los aventureros, de los que centrifugan el continente… en suma, no será de los decrépitos de donde venga la solución para un nuevo siglo que supere el anterior: serán los inteligentes, los sensibles, los honestos, los laboriosos, ¡los juveniles!, los que con sus voces limpias y generosas nos irán marcando el camino.

generaciones en un proyecto nacional con hermosos horizontes. Nuestros jóvenes han nacido en uno de los lugares del mundo donde se puede ser más longevo y más feliz (a pesar de que hay muchas injusticias que combatir) y tienen la gran oportunidad de consolidar todo lo que hicieron de bien las anteriores generaciones y asegurar para el futuro (a pesar de errores y carencias) un país democrático, próspero, alegre.
En 2015 se cumplirá el 200 aniversario del nacimiento de Antonio Machado Núñez, hijo de un respetable comerciante gaditano (don Antonio Machado Rodríguez), médico, catedrático, nauralista, político… que inaugura una saga de grandes intelectuales conocidos en el mundo entero. Su hijo, Antonio Machado Álvarez, reconocido folclorista (catedrático de Folclore en la Institución Libre de Enseñanza de Madrid, que desarrolló en España la filosofía krausista) cuyas obras, casi siempre firmadas con el pseudónimo de Demófilo, figuran hoy en las mejores bibliotecas. De sus cinco hijos, los dos más conocidos son Antonio y Manuel, aunque José y Francisco también dejaron obras escritas o pictóricas. Leonor es hija de Francisco y ahijada de Antonio; su nombre fue elegido en homenaje a la esposa prematuramente malograda del poeta.
Trufa intentaba comprender. Presentía algo grave porque su ama (Julia Trujillo) no la escuchaba ni la miraba o hablaba como otras veces. Tampoco entendía por qué, súbitamente, entraban unos hombres extraños en su casa y yo, siguiendo sus instrucciones, la encerraba en un cuarto apartado. Luego, tampoco entendió por qué toda la casa se quedaba en silencio ni, mucho menos, por qué otra persona extraña la metía en un coche que no le era familiar y la volvía a dejar sola, durante unas pocas horas pero que a ella se le hacían eternas, en una casa que nunca había visto. Y después, cuando yo fui a «rescatarla», tras el alborozado recibimiento que siempre me hacía, me miraba, intentando comprender: pero con su elemental cerebro y su lenguaje cuasi binario, sólo podía hacer una pregunta elemental: «¿qué?».