Banderas y viñetas

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Ayer publicó El País la viñeta que reproduzco al principio de este texto. El Roto, como sabemos cuantos vemos sus viñetas en el periódico o leemos sus libros (miles de personas, sin duda), es capaz de plantear, con un dibujo sencillo y una frase asertiva (o interrogativa), un problema importante y una solución razonable. Varias personas con autoridad han indicado con justicia que muchas de las viñetas del Roto son auténticos editoriales de prensa y por eso circulan en redes sociales y se citan en diversos medios con sincera admiración.


Sin embargo, su viñeta de hoy me ha parecido especialmente confusa, errónea. El periodista Carmelo Jordá, de Libertad Digital, la ha colgado en Twittwer con el siguiente comenario: «El Roto explica lo malas que son las banderas que salen al balcón y hacen avergonzarse a la concordia, pero sólo dibuja las banderas legales que representan a todos, no la Estelada que es la que de verdad divide a los catalanes en buenos y malos. Hay que ser un auténtico miserable.» Aunque me parece grosero el califactivo, me duele reconocer que tiene una gran parte de razón y por ello he respondido en el mismo medio con el siguiente comentario: «Más que miserable, grave error, creo, de El Roto, que tantos aciertos ha tenido. Pero un error que hay que rechazar y neutralizar. La “izquierda boba” es causa y efecto de una excesiva cantidad de intelectuales, docentes, periodistas… sometidos a estereotipos y prejuicios.» Por la brevedad obligada en Twitter no he podido extenderme más. Lo hago ahora aquí.
Para empezar, no es necesario explicar mucho que nadie acierta siempre y en todo: no iba a ser El Roto una excepción y lo cierto es que no es la primera ocasión en que, según mi modesta opinión, se deja arrastrar a la equidistancia que tanto daño ha hecho en la grave crisis que vive Cataluña… y, como consecuencia de ello, en toda España. Lo que tenemos que intentar todos es comprender por qué el «procés» ha conseguido manipular y engañar a tanta gente y cómo tantos intelectuales, universitarios, docentes, periodistas… no se atreven a chocar de frente con el separatismo –que es el mayor problema, la mayor corrupción que tiene nuestro país ahora– y buscan y rebuscan fórmulas de apaciguamiente, de «diálogo», de «encajes», que no consiguen otra cosa que enmarañar la cuestión, «marear la perdiz».
En ese terrible caldo de cultivo, un Gobierno flojo y acosado por la corrupción, con el concurso de un PSOE zigzagueante y el apoyo débil de Ciudadanos (4.º partido por diputados en el Congreso), después de error tras error, se decide a aplicar el artículo 155 de la Constitución… pero de forma tan limitada que los separatistas, que han venido perpetrando todo tipo de fechorías contra la democracia e incluso un intento de golpe de Estado, se pueden presentar cómodamente y con casi todos los recursos a su disposición a una elecciones autonómicas (pero que muchas fuerzas intentarán que sean plebiscitarias)… y ganarlas.
Triste situación. Pero hay que decir que –¡afortunadamente!– no todo el mundo está por el camino del apaciguamiento, del «diálogo», de los «encajes»… En concreto, hay tres fuerzas que confluyen en una política clara y eficaz contra el separatismo. El Jefe del Estado que, con su valiente discurso del 3 de octubre, puso las cosas en su sitio; la parte de la ciudadanía que, harta de provocaciones y acosos, en Cataluña y en toda España, salió a manifestarse por miles, por cientos de miles con consignas claras y con profusión de banderas constitucionales (que como, no debería ignorar ni El Roto ni nadie, ondean para contrarrestar las insconstitucionales, la estelada con la que se ha sembrado el odio entre catalanes y contra los españoles), demostró que, como tuve ocasión de formular hace tiempo, «somos más, tenemos más fuerza y mejores razones», y la parte más pragmática del empresariado catalán, y con un peso decisivo en la economía de la región, que se ha «deslocalizado» de Cataluña y situado en otras partes de España.
Esa confluencia y sinergia de las tres fuerzas (que, por supuesto, no nacen en esta fechas sino hace tiempo pero que es ahora cuando emergen con energía y decisión) constituyen la mejor solución que, si el Gobierno sabe aprovechar, podrá neutralizar la política separatista. La mejor solución y la mejor forma de llegar a la concordia que tanto preocupa al Roto (y a otros muchos ingenuos) es desactivar el proceso independentista, castigar la sedición promovida desde la Generalidad de Cataluña y crear las condiciones objetivas para que nadie intente imponer sus intereses por vías no democráticas y, sobre todo, nadie pueda manipular en la calle, en las instituciones, en los medios de comunicación, a la gente ¡y a los niños y jóvenes!: para que nadie pueda sembrar el odio impunemente, para que nadie pueda sentir miedo de su vecino por declararse español. La otra concordia, la de retirar las banderas como si se hubiera acabado el campeonato mundial de fútbol, la de establecer equidistancias entre la Ley y la rebelión, no lleva más que a enmascarar el problema y hacerlo más profundo y de peor solución.
Quizá habría que concluir, parafraseando al Roto: «Cuando las viñetas caen en la superficialidad, se hace imprescindible una literatura crítica y documentada.»

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