Cien noviembres

2212472La Gran Revolución Socialista de Octubre se conmemora en noviembre (el día 7) porque una de las medidas del nuevo régimen salido del golpe de Estado que dieron los bolcheviques contra el gobierno de Kerensky fue adaptar el calendario juliano (oficial en Rusia) al calendario gregoriano (oficial en el resto de Europa) que iba 13 días por delante.


Han pasado, pues cien noviembres, desde aquella jornada del 25 de octubre-7 de noviembre en la que con la toma del Palacio de Invierno se inauguraba la era bolchevique. Una era que pretendía ser la superación de todas las miserias que había soportado el gran imperio ruso y, a partir de ahí, de todas las miserias que producía el capitalismo reinante en el mundo entero. Era posible acabar con la explotación (según los programas de los socialistas utópicos y luego fijada por Marx en su Crítica del Programa de Gotha): una primera fase, socialista, «A cada cual según su aportación» y una segunda, ya comunista, «De cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades.»
Sabemos que no fue así, que la «Gran Revolución», después de grandes conquistas y grandes tragedias, fracasó y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que creara Lenin y que fue un faro para millones y millones de trabajadores de todo el mundo, se derrumbó estrepitosamente a finales de la década de los ochenta del siglo pasado y aunque otros países continúan hablando de Comunismo (el más grande China) está cada vez más claro que no es viable una sociedad igualitaria sin explotación.
He hablado de grandes conquistas y grandes tragedias. Hace 10 años publique un libro con el título esclarecedor de Los monstruos de la modernidad. De la Revolución francesa a la Revolución nazi (1789 – 1939), de la profesora María Teresa González Cortés, en el que la revolución bolchevique es sometida a una crítica profunda. Creo que el libro está plenamente vigente y merece la pena leerlo.
Y hace 25 años una joven y brillante estudiante del Instituto Ramiro de Maeztu, que cursaba el Bachillerato internacional, presentó como ejercicio de clase una tesina sobre «Los últimos días de Lenin», donde se analizaba la epica bolchevique que presentaba al padre de la Unión Soviética luchando hasta el último momento por la Revolución y convencido de que se lograría (aunque también hay datos de que Lenin, en esos sus últimos días, había hecho algún tipo de autocrítica) como lo probaba el hecho de que en sus últimos momentos había pedido a su mujer que le leyera una vez más su cuento favorito: «Amor a la vida», de Jack London, donde un hombre que se ha quedado solo y herido frente a un lobo hambriento (el capitalismo) en un paraje inhóspito, consigue, tras muchas penalidades, derrotar al enemigo y arribar a sitio seguro. La estudiante se preguntaba si realmente Lenin debió leer otro cuento de London, «Encender una hoguera», donde también el protagonista es un hombre solo que se ha empeñado, contra todos los consejos, en atravesar una zona peligrosa y que se juega la supervivencia a la última cerilla que le queda.
Sí, el comunismo fracasó, porque no parece posible vencer, por mucho voluntarismo que se tenga y por muchas hazañas que se realicen, la naturaleza (en este caso la naturaleza humana) y establecer una sociedad sin clases. Por mucho que se esté dispuesto a verter toda la sangre, propia y ajena, que haga falta para vencer las resistencia (y en eso las tres revoluciones que analiza González Cortés coinciden: las tres fueron terribles e injustificables baños de sangre).t_200_200_16777215_293_Los_monstruos

Y sin embargo sería un grave error –siempre en mi opinión, claro– equiparar el nazismo con el comunismo. En la revolución nazi solo hay xenofobia, racismo y un proyecto siniestro para la humanidad entera, a la que se quiere someter a la idea de que una élite superior tiene el derecho de esclavizarla. Algunos de esos rasgos se reproducen en el comunismo, pero el comunismo, el marxismo-leninismo, el complejo y confuso bolchevismo, que va desde el comunismo primitivo al «socialismo científico», desde los primitivos utópicos a la crítica de Carlos Marx a la economía política o a las audaces teorías de Lenin (más tarde de Mao) sobre la toma del Poder utilizando el descontento de las clases más desposeídas, es más que eso: es una utopía que contiene (como todas las utopías) ideas que pueden ayudar a desarrollar valores, a despertar entusiasmos, a combatir injusticias. Una utopía en cuyo nombre se han cometido crímenes espantosos e imperdonables (aunque no olvidemos que crímenes espantosos se han cometido en todos los sistemas sociales conocidos hasta la fecha) pero una utopía que, como la de los revolucionarios franceses, nos recuerda que debemos seguir luchando por la libertad, la igualdad y la fraternidad. Sin crímenes pero sin resignación.

 

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