UPyD propone y pide un pacto conmigo («Nuestro pacto es contigo.») y yo lo acepto. Naturalmente, no de forma incondicional ni para siempre. Por ello he retuiteado el tuit promocional de ellos con un comentario mío: «Si vosotros persistís mientras ellos se mezquinan, si nosotros comprendemos y osamos hablar y actuar, todos ganamos.»
Mi relación con UPyD viene de lejos. Asistí al mitin fundacional (el 29 de septiembre de 2007) y a pesar del escepticismo que dan los años y la experiencia me convenció el brillante discurso de Vargas Llosa (que explicó que, aunque había decidido hace años apartarse de cualquier militancia política, el proyecto de UPyD lo había decidido a volver a intentarlo). La excelente presentación de Albert Boadella y el inteligente discurso de Fernando Savater eran atractivas invitaciones al compromiso político y, para terminar, Rosa Díez, política profesional pero que había sido capaz de romper con su partido de siempre (PSOE), argumentó sólidamente la viabilidad del proyecto… Me ofrecí a colaborar, aporté una pequeña cantidad mensual durante un tiempo y asistí a una reunión de simpatizantes en mi barrio… Pero como empecé advirtiendo de que tenía más preguntas que disposición a cumplir encargos no volvieron a invitarme a hablar. A pesar de ello, cuando tuve ocasión voté por UPyD, sin dejar de criticar lo que me parecían serios problemas del partido. Al final, dejé de colaborar y hasta tuve preparada una carta para Rosa Díez, advirtiéndole de los riesgos de la política de su partido bajo su dirección, aunque no llegué a enviarla porque tenía indicios de que no la iba a considerar. También voté a las listas de UPyD para la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid en 2011 y, como me pareció que ambos equipos (dirigidos por Luis de Velasco en la Comunidad y por David Ortega en el Ayuntamiento), habían hecho una buena labor, volví a darles mi voto en 2015 como muestra de agradecimiento por su trabajo (es sabido que el resultado electoral fue totalmente adverso).
Mientras tanto, Ciudadanos, partido catalán que se había enfrentado al separatismo con gran coraje y meritoria eficacia, había dado el salto a la política nacional y vi con mucha esperanza las conversaciones de ambos partidos para llegar a una fusión… que, como se sabe, terminó en absoluto fracaso. Yo había asistido a lo que Rivera etiquetó como «la conjura del Goya» (por el nombre del teatro donde dio su primer mitin multitudinario en Madrid, el 26-10-2013) y había hecho una crónica en forma de carta a una vieja camarada donde alababa el buen talante del nuevo líder «cuando nos aseguró que esa regeneración de la vida social y política, que esa recuperación de la idea de España como una gran nación diversa pero unida, la conseguiríamos “por las buenas o por las urnas”…» aunque, por supuesto advertía de la necesidad de mantener frente al fenómeno de Ciudadanos «una actitud crítica y vigilante que nos libre de sectarismos y sumisiones.»
En las elecciones del 20 de diciembre, todas las encuestas negaban cualquier posibilidad a la lista encabezada por Andrés Herzog (que había sustituido a la dimitida Rosa Díez), pero la campaña de los tres partidos «constitucionalistas» que tenían asegurados escaños en Madrid me había decepcionado profundamente. El Partido Popular había confirmado que es una derecha cada vez más torpe y marrullera, sin ninguna capacidad para autocriticarse por sus gravísimos problemas de corrupción y con insuficiente determinación de defender al Estado y los derechos de los ciudadanos; el PSOE, con un líder todavía más arribista e incompetente que Zapatero y sin principios claros, era incapaz de abordar el mayor problema que tiene España (el separatismo devenido golpista), tampoco se autocriticaba por sus casos de corrupción y basaba toda su campaña en aislar al PP y coquetear con todos las demás fuerzas políticas. En cuanto a Ciudadanos, que tanta fuerza había acumulado en Cataluña y tanta ilusión despertado en el resto de España (quizá lastrado por sus acuerdos un tanto confusos y contradictorios en Andalucía con el PSOE y en Madrid con el PP y seguramente por el déficit de cuadros, consecuencia de un crecimiento demasiado rápido) desarrolló una campaña difusa, con más eslóganes que argumentos y un insuficiente afianzamiento de los principios que le habían hecho nacer y fortalecerse.
¿Qué votar en estas circunstancias? ¿Qué hacer? Por supuesto, quien siga mi blog, sabe que nunca me planteé la posibilidad de apoyar a Podemos. Si tengo ocasión, haré en su día una crítica más argumentada pero sirva a los efectos de esté artículo la afirmación de que desde el primer momento consideré que eran pura demagogia, amplificada, sospechosamente, por grandes grupos de comunicación, y cuanto más los estudio más me reafirmo en la idea de que la casta que dirige el partido (apoyándose en una base mezcla de funcionarios y clases medias frustrados, jóvenes ilusos y gentes del común embobados por la verborrea de Pablo Iglesias) reúne lo peor del comunismo y lo peor de la socialdemocracia. Tengo además la suerte de que desde hace más de 50 años he convivido con y sufrido a líderes muy parecidos a Iglesias, Errejón, Monedero, Garzón, etc… Sé, por propia experiencia, que los jóvenes pueden aprender y corregir graves errores… pero, para ello, se necesita tener más inteligencia y honradez y menos ambición y arrogancia que tienen los citados.
Se entiendo todo lo anterior siempre según mi criterio, que incluye la necesidad de tener en cuenta que gobernar es dificilísimo, que el Poder no está a cargo de héroes sino de personas corrientes, que es normal que se cometan errores de distinta entidad y que las ambiciones políticas son respetables mientras no sobrepasen ciertas rayas…
Había que decidirse. Tuve en cuenta la siempre inteligente (aunque tantas veces vehemente) opinión del profesor Gustavo Bueno, que pocos días antes de las Elecciones dijo públicamente que votaría a Rajoy porque era al único que veía capaz de enfrentarse al separatismo catalán. Pero, al final, volví a dar mi voto a UPyD, apoyándome en el criterio de que el «voto útil» es aquel que no te deja frustrado sea cual sea el resultado de las urnas. Podría salir o no UPyD pero era cierto que había intentado hacer lo que decían, que no se les conocía casos de corrupción y que los errores cometidos en los últimos años (muy especialmente el de no haber sabido gestionar la relación con Ciudadanos) aunque los ponía en una difícil situación no tenía por qué condenarlos al ostracismo y la desaparición.
El resultado es bien conocido: UPyD tuvo una cantidad tan exigua de votos que no solo no obtuvo escaños sino que todo parecía indicar que se hundía y desaparecía. Herzog dimitió y hasta donde yo sé (puesto que soy un mero espectador y no demasiado atento a los entresijos de la política de UPyD), hubo una serie de reuniones donde mucha gente del partido y concretamente alguna amiga personal, vaticinó que ahí se acababa toda la aventura del partido que había nacido ocho años antes para regenerar la vida política española.
Había, por tanto, que volver la atención a los partidos «constitucionalistas» que habían obtenido escaños: entre los tres, más de 250. Con los primeros resultados que dieron los medios de comunicación el 20 de diciembre a partir de las encuestas «israelitas», que son muy fiables, publiqué un tuit que decía: «Idea para estadistas (y periodistas honestos): dimiten @marianorajoy y @sanchezcastejon (fracaso personal) y se forma la “gran coalición”.» Evidentemente, ni estadistas ni periodistas me hicieron el mínimo caso porque los cuatro partidos se pusieron a negociar pública y privadamente arreglos o bien utópicos o bien absurdos. El 21 de marzo de este año publiqué una entrada en mi blog en la que defendía con argumentos la «gran coalición» y criticaba la actuación de Rajoy, Sánchez y Rivera en el largo proceso de negociaciones para buscar gobierno.
Llegados aquí nos encontramos con unas nuevas elecciones, unas encuestas muy parecidas a las anteriores (y con los mismos líderes) y por tanto, para mantener la idea de que la solución más razonable es la gran coalición parecería obligado favorecer con el voto un entendimiento entre PP, PSOE y Ciudadanos (que no se podrá dar sin grandes forcejeos), por lo que parecería necesario votar a la fuerza de las tres que nos parezca que deben condicionar desde su ideología el acuerdo. Pero además del acuerdo, que no dejará de ser una chapuza, un mal menor, hay que pensar que necesitamos gente que lo critique dentro y fuera del parlamento; por tanto, he llegado a la conclusión de que merece la pena intentar que haya al menos una voz fuera de la gran coalición, que sea realmente crítica: honrada, porque diga lo que hace y haga lo que dice y eficaz porque por muy minoritaria que sea es bueno que al menos un diputado denuncie la corrupción, el golpismo y en líneas generales la gran chapuza nacional en la que se ha convertido la política española.
Creo que algo así piensan los responsables de UPyD y creo que algo así promueven con su llamamiento a un pacto con el ciudadano normal y corriente, en este caso, conmigo. No hace falta decir que no estoy entusiasmado, que no voy a corear ningún eslogan que no me parezca correcto y que no voy a hacer más propaganda de mi voto que responder a quien me pida argumentos y no emociones. Pero he llegado a la conclusión de que merece la pena intentarlo una vez más y ayudar a gente como Gorka Maneiro, Maite Pagazaurtundúa o Fernando Savater: hasta donde yo sé de ellos, tienen una biografía honrada y eficaz y no van a dejarse corromper fácilmente. Y, por otra parte, parece que este último intento suyo sólo será el último por ahora, porque seguirán peleando, donde puedan y como puedan, contra el separatismo y la corrupción, los dos grandes problemas que amenazan con la destrucción de nuestro Estado, el empobrecimiento moral y material de nuestra nación y el desprecio de los derechos fundamentales de nuestra ciudadanía.
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Gracias, Inmaculada. Creo que todos podemos hacer algo por clarificar la situación a la que nos han llevado la estulticia y la ambición.