¡Ay!
Quizá la «gran explosión» no fue sino un suspiro, profundo y germinal, de un dios solitario que, perdido en la inmensidad de la nada, sintió el anhelo de hacer algo y comenzó así su gran aventura, cuyo último tramo, por ahora, sería la gran aventura del hombre, que se inicia en ese Inmenso Edén al que había sido destinado y que no pudo conservar. Tal vez por ello, las personas, desde que salimos del vientre materno, rememoramos, con nuestros quejidos, aquel Paraíso que un día nos perteneciera.
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