La periodista y escritora Empar Moliner (Premio Josep Pla 2000 y Premio Lletra d’Or 2005) quemó anteayer públicamente, en una de las emisiones de TV3 de Barcelona, un ejemplar de la Constitución española, explicando que cualquier ciudadano que necesitara tener algún tipo de calefacción y no dispusiera de otro medio, cogiera cualquier libro y lo quemara. Me gustaría que un ataque tan directo y grosero a nuestra democracia fuera castigado con el máximo rigor: no se puede insultar a los símbolos nacionales y sus leyes sin atraer sobre sí el peso de la ley. Su gesto ha concitado una serie de protestas y, ante ellas, la propia TV3 (cuya trayectoria de odio a España y de dar cabida a cuantos, de la forma más sutil o de la forma más grosera, la combaten, se ha ganado un puesto de honor entre los enemigos declarados de la Nación y el Estado españoles) ha tenido que disculparse (por supuesto, «con la boca pequeña») y retirar las imágenes. Me gustaría, insisto, que una afrenta de este jaez no quedara impune. El cobarde relativismo que está dominando toda nuestra vida es el caldo de cultivo en el que todas las corrupciones florecen.
Es un crimen estúpido quemar libros. Lo han hecho todos los dictadores, como registra la Historia, desde Qin Shi Huang en China en el siglo III a.C. o Diocleciano en Alejandría, en el siglo III de nuestra era, hasta los yihadistas en estos últimos años, pasando por las hogueras terribles de los nazis (con todo tipo de libros de judíos o de izquierdistas) o las de los dictadores latinoamericanos (no olvidemos, tampoco, la quema de los valiosísimos manuscritos y códices mayas que el «evangelizador» español Diego de Landa hizo en Yucatán en 1562). El Quijote de Cervantes recoge una quema de libros en casa del ingenioso hidalgo, a cargo de la ignorante ama y el dogmático cura; Ray Bradbury escribió una hermosa novela, Farenheit 451, donde el protagonista, Montag, es un funcionario público encargado por el gobierno de quemar todos los libros del país…
Siempre con el mismo pretexto: se queman libros para purificar las almas. Pero las hogueras que se hacen con libros, con cualquier libro, son muy peligrosas: sólo sirven para atizar odios, para generar antagonismos, para ensuciar las almas; lo que se inicia con la quema de ejemplares acaba inexorablemente en pólvora, metralla y demás armas para los ejércitos. Por eso hay que enseñar a la gente que quemar libros, incluso libros que nos parezcan nefastos, es un crimen estúpido que produce las peores consecuencias. Aunque nos parezca que la cultura recogida en la Biblia (o cualquier otro libro sagrado, de cualquier religión) puede obstruir la búsqueda de una interpretación científica y racional de nuestra historia, sería un crimen estúpido quemarla porque, además de ser un libro especialmente querido por millones y millones de personas, contiene mucha información, que necesitamos para comprender y para comprendernos; como igualmente sería estúpido quemar cualquier libro de cualquier religión o ideología, porque todos ellos pueden contener información valiosa y porque todos ellos son resultado, y causa, de la capacidad humana de pensar y expresarse. Incluso un libro tan funesto como Mi lucha no debería ser nunca alimento del fuego. Lo que hay que hacer es enseñar a la gente a leer, a discernir entre la verdad y la mentira, a disfrutar conociendo lo expresado por otros y, sobre todo, a respetar al Libro como medio superior de comunicación del pensamiento humano. Y en todo caso, jamás prohibir o destruir los libros por muy malos que nos parezcan: si Don Quijote no hubiera tenido esos «malos» libros de caballerías no hubiera salido a «desfacer entuertos», a darnos a todos grandes lecciones, entre ellas, la gran lección de la libertad.
Por todo lo dicho hasta ahora, más aún que el ataque a nuestra Carta Magna y cuanto ella representa, me indigna el ataque al Libro y cuanto él significa. Y me preocupa que esta cuestión no despierte más reacciones; no he oído ni leído nada sobre esta afrenta al libro como tal y por ello me decido a denunciarla en mi blog… Y por ello me permito hacer un llamamiento a cuantos respetan y aman el libro para que protesten no tanto por el atropello que se realiza a nuestra Constitución cuanto por el desprecio que se manifiesta con ello al explicar que se puede quemar cualquier libro. Editores, libreros, bibliotecarios, profesores, periodistas, lectores en general y (especialmente para esta ocasión) escritores (de todas estas categorías hay muchas personas en Barcelona y aquí) deberían denunciar sin ambages la zafia actitud de Empar Moliner.
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Qué fuerte, no me había enterado de esto, desde luego me parece totalmente fuera de lugar. Gracias por compartirlo y por tu visión crítica, un abrazo, Jose María. Y hasta muy pronto, ¿no? Tengo una obrita que pasaros para cierta expo de celebración… 🙂
¡Sí, no faltes el lunes! Será una tarde inolvidable (y la noche… ni digamos).
Me gustaría, intentaré estar el lunes! Un abrazo
Querido José María:
¡Tan acertado como de costumbre!
Yo también me he enterado de la noticia a través de tu apunte en el blog. ¡Así parecen demostrar algunas y algunos su nivel cultural! Efectivamente: se empieza quemando libros y se acaba fulminando personas. Porque son precisamente las personas las que escriben libros, las que transmiten sus ideas, sus emociones, su saber… a través del libro. Y aquí la palabra LIBRO (ahora que nos acercamos al 23 de abril) es el término que recoge todas las fuentes de información y documentación que han hecho que la humanidad avance y siga avanzando.
Pero aquí está la magia de una sociedad democrática: que alguien se dedique a quemar libros y que otros podamos criticar abiertamente esas actitudes.
Tienes razón, José Antonio. Democracia y cultura van unidas y por eso también sufren juntas el odio de los reaccionarios. Y por eso, también, hay que aprovechar todas las ocasiones para reivindicar la cultura y, especialmente, el libro. Así que celebraremos con más entusiasmo que nunca este próximo Día del Libro. Un abrazo. José María.
Luis Terol escribe:
La quema de libros solo demuestra la falta de tolerancia de quien efectúa dicha acción y su aversión hacia la libertad de expresión. Claro que, a falta de argumentos, el fuego purificador es la forma de encubrir la incultura. Y si lo que se quema es de todos, y mayoriotariamente votado -como es la Constitución de 1978-, entonces ya no hay que hablar de falta de tolerancia, sino de comportamiento totalitario.
¡Cierto! El comportamiento totalitario, que se nos presenta bajo formas cínicas como el
«derecho a decidir» y otras lindezas, se ha apoderado plenamente del nacionalismo catalán… y como ven que el Estado renuncia a ejercer su autoridad actúan cada día con mayor arrogancia.
Queman libros los que tienen el cerebro, el corazón u otro órgano vital que prefiero no nombrar en cenizas.
Tienes toda la razón, amigo. Y, desgraciadamente, tendremos que seguir soportando a estos «cenicientos».