Como todas las grandes obras de la humanidad, como todas las artes con las que el hombre ha intentado entender, definir, aprehender el mundo, la Poesía viene de los orígenes de la humanidad y acompañará al ser humano hasta el fin de la especie. Sí, la belleza condensada, la palabra hecha metáfora, hecha música (ritmo y rima), viene del principio y nos acompañará hasta el final. Por eso, la Poesía, a pesar de que siempre parece estar en crisis, no muere ni morirá jamás mientras viva el hombre.
Pero este caminar juntos, entrelazados, de la Poesía y el Hombre como especie, también lo es con el hombre como individuo. Desde su nacimiento, incluso antes, en el vientre materno, el individuo está acompañado de ese hermoso lenguaje binario de los latidos del corazón que luego se traduce en el ritmo de la poesía popular, de las métricas más sencillas (y tantas veces más hermosas). El feto percibe el pulso del corazón materno y después con ese mismo ritmo escuchará las nanas y los cantos de la madre y el padre, las retahílas… y, más tarde lo utilizará en juegos y canciones de corro; aprendiendo así a aprehender la compleja pero bella realidad en la que vive.
Por eso la Poesía merece nuestro máximo respeto y nuestro más entusiasma homenaje. A la Poesía a y los poetas que la buscan y la encuentran, que viven en ella y para ella… A los poetas y a cuantos, desde una posición secundaria pero imprescindible, le dan forma a la obra poética y la difunden. Por eso nos reunimos ayer, en la acogedora Casa del Lector, un grupo de personas, convocadas por Amelia Romero y coordinadas por Marina Casado, para rendir nuestro homenaje a la emblemática colección El Bardo, que fundaran José Batlló y Amelia Romero, en sus «más de 50 años» de vida. Prácticamente todos los grandes poetas contemporáneos de España han publicado en El Bardo, desde Vicente Aleixandre hasta Concha Zardoya (algunos de ellos como Ana María Moix, Carlos Álvarez, Antonio Carvajal o Manuel Vázquez Montalbán, por primera vez). Y la colección sigue buscando, y encontrando, nuevos poetas, aumentado así su rico elenco.
El acto de Madrid, modesto pero entrañable, era continuación de las jornadas que se habían celebrado en la Universidad de Barcelona, el pasado año, al celebrarse el cincuentenario de la colección. Y resultó además un homenaje emocionado a Carlos Sahagún, que falleció a finales de agosto pasado y cuya viuda nos acompañó en el acto, y a Carlos Bousoño, fallecido hace unos días, como nos recordó el excelente poeta Javier Lostalé, que también recitó un bello poema de Antonio Carvajal. Marina, para el recital, quiso rodearse de un grupo de jóvenes poetas (véase el pie de foto) que prestaron su voz a poemas de, además de los tres anteriormente citados, Ana María Moix, Pere Ginferrer, Carlos Bousoño, Vicente Aleixandre, Félix Grande, Ángel González, Félix de Azúa, Gabriel Celaya (recordé vívidamente anoche la bella mirada del poeta, cuando conversábamos sobre Gabriel Celaya para niños, que editamos hace ya bastantes años), Miguel Labordeta y Gloria Fuertes.
Y después del acto, todos los que habíamos intervenido, nos fuimos a continuar la fiesta, a tomar unas cervezas y seguir recitando los propios poemas de los declamadores: las voces jóvenes e ilusionadas del grupo que reúne Marina, se hacían oír por entre el murmullo del local donde estábamos, recordándonos que, como dije al principio, la Poesía nos acompaña desde la cuna a la tumba (¡y antes y después de esas dos estaciones de tránsito!) en el duelo y en la fiesta, en la intimidad y en el bullicio.
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