Camino a la escuela, Pascal Plisson, Francia, 2013. Película documental que obtuvo el premio César 2014. Pequeño Cine Estudio de Madrid, 5 de julio de 2015.
Jackson, 10 años, 15 kilómetros a la escuela, 2 horas de viaje por la sabana keniata, con su hermana pequeña, sorteando manadas de elefantes y otros peligros. Samuel, 11 años, 4 kilómetros de distancia a la escuela de una ciudad india, una hora y quince minutos de viaje en una destartalada silla de ruedas, arrastrada por sus dos hermanos pequeños, Gabriel y Emmanuel, por caminos inhóspitos. Zahira, 12 años, 22 kilómetros de distancia a la escuela: cuatro horas por la cordillera del Atlas, con dos amigas fraternales, y el último tramo haciendo autostop. Carlitos, 10 años, 15 kilómetros a caballo, con su hermana pequeña, por la inmensa Patagonia para llegar a la escuela.
Cuatro testimonios de cuatro partes bien diferentes del mundo agrupados inteligentemente por el director Pascal Plisson que obtuvo, merecidamente, el César en Francia (equivalente al Goya en España y al Oscar en Estados Unidos). Cuatro testimonios unidos por un mismo anhelo: el amor a la escuela, la necesidad de llegar, aunque sea por caminos peligrosos, extremadamente duros, a la cultura, al conocimiento. Un magnífico canto al coraje (los padres se arriesgan a mandar a los niños a la Escuela; los niños se enfrentan, con determinación y alegría, a todas las dificultades); a la solidaridad (alguien coge a las niñas en autostop, aunque otros se niegan; un mecánico arregla gratis la rueda de la silla de Samuel), al ansia de conocimiento, en definitiva, a las inmensas posibilidades de la especie humana. Un canto, también, al paisaje, a la belleza sublime de la corteza terrestre que en África, en Asia, en América, en todos sus continentes, tiene escrito el más hermoso poema que los dioses y los hombres pudieron soñar…
Jackson quiere ser piloto para ver las montañas desde arriba. Samuel quiere ser médico, porque como él conoce el dolor podrá luchar contra la enfermedad con conocimiento de causa; contando, además, con el decisivo apoyo de su madre que le ayuda a hacer los ejercicios de rehabilitación (que el niño realiza con gran esfuerzo pero progresando cada día). Zahira también será médico para curar a la gente y para influir en una sociedad que necesita mandar a los niños a la escuela aunque tengan que recorrer largos y áridos caminos. Carlitos, que sabe ordeñar perfectamente y explicar didácticamente las labores de ordeño, será veterinario y quiere ejercer en la misma tierra donde nació su familia; y su hermana Micaela quiere ser maestra para enseñar a otros niños lo aprendido. Un emocionado homenaje, pues, a la voluntad, a la capacidad humana de recibir la acción de la naturaleza y de los congéneres y devolver a una y otros mucho más de lo recibido.
Un canto, sobre todo, a la fraternidad, ese valor supremo que la burguesía emergente del XVIII quiso poner en lo más alto de la sociedad… pero que sólo se manifiesta plenamente allí donde un hermano se funde en intereses e ideales con el otro, aprendiendo así, y practicando, el valor supremo del hombre: la generosidad, la capacidad de amar a todo el género humano. Y, como resultado de ello, una crítica sutil pero firme de esos opulentos de vida regalada que si fueran capaces de reducir aunque solo fuera a la mitad su derroche, podrían acabar con la miseria en el mundo. Pero no lo harán: su codicia, su vanidad, su estupidez se lo impide… Claro que ellos se lo pierden: ellos no conocerán jamás la sensación maravillosa de Jackson arañando con sus propias manos la tierra hasta sacar el agua vivificadora (espléndido comienzo de la película) ni el orgullo que siente cuando recibe el encargo de izar la bandera nacional en la escuela; ellos no conocerán el placer de cambiar en el mercado de la ciudad la gallina que Zahira ha portado durante todo el viaje por una bolsa de alimentos (comercio justo mediante trueque); ellos jamás sentirán la alegría infantil de Micalea manejando el caballo («¡Que no se entere mamá!»); ellos, los opulentos estúpidos, que se benefician de un mundo profundamente injusto, con las riquezas naturales mal repartidas y el producto del trabajo robado en muchas ocasiones, son en el fondo unos desgraciados porque tienen coches y criados cuando necesitan desplazarse, los terapeutas mejor pagados cuando enferman, pero no conocerán el gozo de Samuel de sentirse profundamente amado y protegido y (final de la película) comenzar a caminar alegremente por la playa bañada por el agua de la esperanza, de la alegría, de la Vida.
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Comparto la intensidad emocional que generan las vidas de estos pequeños héroes: ¡su coraje, el amor al conocimiento, la generosidad compartida, la vitalidad ante la adversidad!…historias que narran el desafío de VIVIR con pleno sentido y toda su crudeza.
Un acierto tu artículo, José María: Jackson, Zahira, Carlitos y Samuel disfrutarían enormemente de tu colección Alba y Mayo.
E.S.
Por estas personas solo mi cariño eterno…felicitaciones por tu letras amigo..
Cristal
Mi felicitacion por esa descripcion maravillosa. Por una vez estaras conmigo que es cada ser el que evoluciona segun sus deseos y emociones, cuando uno quiere, uno puede !
Admirable esas vidas luchando por adquirir conocimiento.Esto deja bien claro la injusticia de esa burguesia que no agradece nada y cree que merece todo ! No es injusto el mundo, somos los humanos……
Un abrazo
No es lo que nosotros etiquetamos por opulencia e irreverencia hacia la humanidad lo que afecta la mente del ser, que vive, o más bien desea vivir, al matgen de la pobresa. Ellos son los verdaderos seres que viven con el miedo a flor de piel, son los verdaderos cobardes que jamás podrán enfrentar a los mounstruos de la enfermedad y de la escasez de todas las cosas materiales que le rodean. Confundidos por su opulencia no tienen una verdadera visión de la vida.
¡Gracias, Elisa! Tienes toda la razón en que los niños de esta película apreciarían nuestra colección de grandes poetas para pequeños/grandes lectores… Y mejor nos iría a todos si hubiera más poesía y menos codicia en nuestra sociedad.
Gracias, Cristal. Espero que sigas leyéndome y participando en mi blog…
Gracias, Ana. Y sí, coincido contigo en que la acción del individuo es muy importante para la liberación de cada uno y de todos… Claro que la individualidad humana solo puede desarrollarse dentro de la sociedad.
Gracias, Guadalupe. Es cierto lo que dices: tiene mucho más miedo un «opulento estúpido» que esos héroes del documental de Plisson, que se enfrentan con optimismo a las dificultades de la vida.
Abrazos, amigas, y, por favor, seguid leyéndome y ayudándome a escribir.
José María
Estupenda crítica, José María. Estoy de acuerdo en la importancia de la influencia entre hermanos: en el caso del mío y yo, nos influenciamos mutuamente en la música (él) y la literatura (yo). Los hermanos, a veces, parecen distanciarse, pero hay un algo profundo que los une, y que acaba saliendo a la luz en los momentos más necesarios. En situaciones menos opulentas, como las de la película que comentas, es en las que más se aprecia el verdadero sentido de la fraternidad. Se necesitan unos a otros…
Muy cierto lo que dices de los hermanos, Marina. Yo amo profundamente a los míos. De mi hermana recibí una de las primeras grandes lecciones de mi vida (que espero contar algún día) y mi hermano tiene en un lugar destacado de su casa un regalo que le hice hace más de treinta años al volver de mi primer viaje a Argentina: una de las sextinas del Martín Fierro grabada en cuero: «Los hermanos sean unidos / Porque esa es la ley primera – / Tengan unión verdadera / En cualquier tiempo que sea – / Porque si entre ellos pelean / Los devoran los de ajuera.»
Nosotros también hemos tenido, y supongo que tendremos todavía, escolares que deben caminar mucho para asistir a sus clases. Es el caso de mi madre, que ahora tendría 110 años y pasó su infancia en un pequeño caserío entre Arcos de Jalón y Montuenga; Lo narro en dos sonetos de mi poemario “Crónica del asedio” 1983:
RETABLO
I
Madre, cuando eras niña, tú solías
andar desde la casa de la abuela
por más de media hora hasta la escuela
donde primeras letras aprendías.
El caserío donde tú vivías
dejabas en oscura duermevela
y con abarcas de gastada suela
el camino a Montuenga recorrías.
Retrasabas adrede tu llegada
para morder sin que se dieran cuenta
el pan que tras la puerta de la entrada
guardaban en los huecos tus amigos
y así calmabas tú, pequeña hambrienta,
tu estómago en ayunas, sin testigos.
II
Fuiste poco a la escuela, no sabías
apenas escribir, pero escapaste
a la rural miseria y te marchaste
a Madrid para el resto de tus días.
A un jubilado general servías,
el año aquel en que te enamoraste
de mi padre -¡tan joven!- y empezaste
a soñar que con él te casarías.
Cuando se fue a Marruecos de soldado,
lo que en sus cartas más te encarecía
es que no contestaras por dictado.
Y el amor te enseño caligrafía,
pues copiando las letras del amado,
tu mano las palabras componía
Emocionante información y excelentes sonetos. ¡Muchas gracias por enriquecer mi crónica! Un abrazo. José María.