Tu ne quaesieris, scire nefas, quem mihi, quem tibi finem di dederint, Leuconoe, nec Babylonios temptaris numeros. ut melius, quidquid erit, pati. seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam, quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare Tyrrhenum: sapias, vina liques et spatio brevi spem longam reseces. dum loquimur, fugerit invida aetas: carpe diem quam minimum credula postero.
Horacio, Odas, I, 11. |
No indagues, Leucónoe (no es lícito saberlo), qué fin reservan los dioses a tu vida y la mía, ni combines los números mágicos. Mejor será que te resignes a los decretos del hado, sea que Júpiter te conceda vivir muchos años, sea éste el último en que ves romperse las olas del Tirreno contra los escollos opuestos a su furor. Sé prudente, bebe buen vino y reduce las largas esperanzas al espacio breve de la existencia. Mientras hablamos, huye la hora envidiosa. Aprovecha el día de hoy, y no confíes demasiado en el siguiente.
(trad. de Germán Salinas) |
Gracias por tus buenos deseos: es hermoso vivir el momento… Pero no debemos seguir a Horacio al pie de la letra, como no debemos seguir a ningún clásico, a ningún maestro, más allá de lo que nuestra necesidad, nuestra razón, nuestra capacidad nos dicten. Por eso, viviré el momento contigo, apuraré el vino amable que me ofreces, gozaré de tu sonrisa y tus caricias pero me niego a reducir «las largas esperanzas al espacio breve de la existencia.» Porque aunque me siento deslumbrado por la belleza de la oda, no seré como una Leucónoe obediente, como quería el Poeta, sino que, rebelde, dejaré que mi memoria, cuando lo necesite, galope hacia el pasado y recorra, una vez más, las praderas inmensas y los pequeños y amables jardines por los que transité durante décadas; volveré al esfuerzo sostenido para devenir en hombre maduro y responsable, al abrazo joven y al vientre abultado de mi compañera cuando creaba vida; volveré al cañón en la sien y el miedo combatido con la voluntad de oponerse al tirano, volveré a los paseos por la pequeña ciudad galanteando a las doncellas, a la primera entrada en la Universidad, al primer salario de niño, a la cuasi muerte en el tope en el tranvía, a la búsqueda del alimento en las basuras, al amor infantil y prohibido, al descubrimiento del cosmos en el espasmo prodigioso de la acacia, al primer recuerdo cierto (arrodillado rezando para combatir a la muerte que quería llevarse a la madre), al primer instante de la luz, al sueño fetal y al abrazo fecundo de mis progenitores… Carpe diem, carpe diem, pero sin renunciar al pasado, hasta más allá de la propia existencia, hablando con el tatarabuelo que tuvo parecidas zozobras que las mías, buscando incluso al primer hombre que se irguió orgulloso para poder mirar a las estrellas. Aprovecharé el día de hoy, como aconsejaba el latino, pero sin renunciar a caminar hacia los horizontes, a pensar en el mañana inmediato o más lejano, que tendrá nuevos afanes; sin renunciar a intentar una vez más (aunque parezca inútil) comprender todos los números, dominar todas las cantidades y con ello el propio universo. Quiero saber «qué fin reservan los dioses» a mi vida y a la vida de los otros, para oponerme valientemente a sus designios y caprichos. Carpe diem, carpe diem, pero sin renunciar a pensar en la fecha en que ya los pies no me respondan, la vista se nuble y yo sea, sobre todo, un conjunto de achaques y dolencias. Imaginando a los que hoy son niños (y que veré crecer apenas unos años) cuando lleguen a mi edad y el mundo sea otro y el mismo, y otros hombres y mujeres se debatan con parecidas angustias a las nuestras, buscando lo mejor de nuestra especie, pero también horrorizados por la nefasta acción del odio y la estulticia, también deslumbrados por la gran tecnología. Más allá, incluso, de ese dulce momento en que atreviese la puerta que conduce a la noche eterna buscando otra luz, bien diferente. Sí, carpe diem más allá del último suspiro, cuando cumpla mi función bajo la tierra. Viviré intensamente el día, el instante, pero sin dejar de indagar (porque es lo más lícito que puede hacer el hombre), sin resignarme, sin someterme a «a los decretos del hado», sin dejar de hojear y ojear las maravillosas páginas pretéritas y sabiendo que aun quedan por escribir las mejores páginas del libro de la vida, del libro de la historia del hombre… Claro que, a pesar de todo esto que digo, por supuesto que deseo vivir contigo, intensamente, este momento, sabiendo que «mientras hablamos, huye la hora envidiosa» y sintiendo que un instante puede contener el Tiempo entero, que un abrazo puede ser el yin y el yang de todo el Universo.