Carta a una vieja camarada

Querida amiga: el sábado 26 de los corrientes asistí al mitin de presentación del Movimiento Ciudadano en el moderno Teatro Goya, ubicado en el barrio madrileño de Puerta del Ángel. La zona, el ambiente, la expectación… me hicieron recordar, con cierta nostalgia, aquellos viejos tiempos en los que tú y yo coincidíamos, con otros jóvenes intrépidos a principios de los 60 del siglo pasado y en condiciones bien diferentes, en reuniones conspirativas, en manifestaciones ilegales, en detenciones, en juicios (recuerdo, como si fuera ayer, cómo busqué tu mano por detrás del acusado que estaba sentado entre nosotros para tener fuerzas para enfrentarme al juez de la dictadura). Teníamos entonces toda la fuerza de la juventud y podíamos arriesgarnos alegremente no sólo a sufrir el castigo de nuestros enemigos sino sobre todo, llevados de nuestra arrogancia, a meternos en cualquier error teórico o práctico, a caer incluso en ideologías tan reaccionarias como las que combatíamos (por muy críticos que fuéramos con el estalinismo, todavía lo veíamos con una fuerza revolucionaria y progresista; por mucho que hablásemos de democracia popular, todavía no habíamos advertido que ese tipo de democracia era la dictadura de un politburó; todavía no habíamos descubierto la cara siniestra del burocratismo que en los regímenes «socialistas» y también en los regímenes «democráticos», aunque con diferente forma, constituyen una gangrena para la sociedad). Nos podíamos equivocar pero nos sentíamos plenos de fuerza, de ilusiones y (todo hay que decirlo, en este caso en nuestro descargo) éramos honrados (aunque pudiéramos tener serias contradicciones en nuestra vida particular): creíamos en lo que hacíamos y hacíamos con grave riesgo lo que creíamos justo. Por eso en alguna medida también impulsamos la evolución del Régimen y su salida democrática y por eso pudimos sentirnos felices con la Transición y acudir bulliciosos a las fiestas «rojas y republicanas» de la Casa de Campo, colindante con el Barrio del Ángel… y por eso nos hemos podido sentir decepcionados con su última etapa donde la corrupción ha señoreado la vida política; el despilfarro, la vida social, y la demagogia y la trivialidad, la vida intelectual; donde el tribalismo ha alimentado y exacerbado unos nacionalismos que amenazan con deshacer el país, llevándolo hacia atrás, hacia el tiempo de las taifas.

Por todo ello y porque no quiero renunciar a mis ilusiones de libertad y progreso, de justicia e igualdad, me he mantenido atento a cualquier manifestación de regeneración, al surgimiento de cualquier fuerza política que pusiera en cuestión la situación degradada a la que hemos llegado en España. Por eso seguí de cerca la aparición de UPyD y por eso suscribí el Manifiesto que publicó hace dos semanas Ciudadanos y, como consecuencia de todo ello, acudí el sábado a su convocatoria.

Magnífico ambiente y palabras certeras. Más de 1.500 personas (de todas las edades y de diversa condición social) aplaudimos con entusiasmo las propuestas de un amable pero seguro, brillante pero modesto Albert Rivera que, llegado desde Barcelona, nos hablaba de pasar de la indignación a la acción, de promover una educación eficaz, no sectaria ni oportunista; de reducir la acción de los partidos a su justa medida, sin acaparar instituciones como la Justicia, los medios de comunicación, las cajas de ahorro, etc. Por eso asentimos cuando nos propuso participar todos en la «Conjura del Goya» y por eso nos sentimos llenos de fuerza cuando nos aseguró que esa regeneración de la vida social y política, que esa recuperación de la idea de España como una gran nación diversa pero unida, la conseguiríamos «por las buenas o por las urnas»…

Ya sabes: estas cosas rejuvenecen, revitalizan, te llenan de energía y de ganas de «hacer algo», aunque sea desde la «débil ancianidad»… Pero, ¡cuidado! Sabemos por experiencia que las palabras deslumbrantes pueden esconder intenciones confusas o capacidades débiles, que los partidos están sujetos a la ley no escrita pero tantas veces sufrida por la población de que «el poder pervierte», que personajes tan admirados por los jóvenes políticos como Kennedy u Obama (cuyo «estilo» podría estar influyendo en este movimiento) están sometidos a los «poderes fácticos», que adulteran o destruyen sus sueños juveniles. Evitemos, pues, caer ahora en el error de nuestra juventud de cegarnos con las palabras luminosas de los líderes y ofrecernos al estilo himmleriano («Creer, obedecer, combatir, eso es todo»); al contrario, sigamos una máxima bien diferente que, aunque la dijera Mao Zedong, me parece totalmente apropiada: «Osar pensar, osar hablar, osar obrar».

Acojamos pues con gratitud y alegría al Movimiento Ciudadano y suscribamos su manifiesto, pero mantengamos, desde la honradez que nos ha traído hasta aquí, una actitud crítica y vigilante que nos libre de sectarismos y sumisiones.

Con un gran abrazo.

 

 

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3 respuestas a Carta a una vieja camarada

  1. Amigo José Maria, me has hecho vivir con gran fuerza los momentos que describes, comparto tus ideales y admiro tus sentimientos y la forma de expresarlos….es como agua viva! Cuantos manantiales serian necesarios para limpiar tanta corrupción, violencia, dictadura encubierta….?
    Ojalá nuestros nietos disfruten de una España unida y libre.
    Un abrazo
    Ana

  2. Gracias, Ana. La verdad es que los jóvenes que quieran intervenir, honestamente, en política no lo tienen fácil pero los que hemos conocido otros tiempos, más duros pero más claros, tampoco. Sin embargo, no hay que desanimarse: todavía, ¡siempre!, se puede hacer algo.
    Un abrazo,
    JM

  3. Me encanta y me quedo con esta conclusión: más que rebeldía, actitud crítica, pero sin perder la ilusión. ¡Un abrazo, José María!

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