El viernes pasado, en las primeras horas de la madrugada, murió Fany (Epifanía Pérez Béjar, Hoyo de Pinares, Segovia, 4 de diciembre de 1938 – Barcelona, 29 de noviembre de 2024), mi amada compañera de juventud (en los intensos años sesenta del siglo pasado), mi amiga de toda la vida, tras una lucha, tan dura como serena, contra un cáncer que, cuando dio la cara, ya era invencible. Fany luchó contra la enfermedad y se preparó espiritualmente para la muerte con la misma entereza que se había enfrentado a otros muchos acontecimientos dramáticos de su vida.
Viajé a Barcelona para despedirnos unos días antes y pudimos rememorar juntos algunas de las circunstancias que compartimos. En todas estas décadas, desde que ella regresó a España de su exilio y se afincó en Barcelona (donde ejerció durante décadas su profesión de maestra) nos veíamos, solos o en compañía de su marido y otros amigos; también algún año en su casa de Estepona, donde pasaban las vacaciones.
Debo a Fany muchas de las cosas buenas de mi vida. Siento una inmensa gratitud porque siempre recibí su generosa comprensión de mis carencias y errores y su noble apoyo para mis sueños y aventuras desde que nos encontramos en los primeros sesenta del siglo pasado en la Escuela Social. Desde nuestra primera conversación (que recuerdo con claridad y especial emoción) ella me enseñó la ternura, la delicadeza. Fany fue la primera persona que me propuso leer a Miguel Hernández y festejar la Primavera (paradójicamente a ella se lo había enseñado una profesora de su colegio falangista); su ayuda fue decisiva para que me consolidara como un líder sindical, primero en el curso, luego en el centro y, al final, en la asamblea nacional de estudiantes de nuestra carrera. Ella me secundó y asumió todos los riesgos cuando me afilié (con tanto idealismo como torpeza) a uno de los grupúsculos antifranquistas, «a la izquierda de la izquierda», lo que nos llevó a la detención, juicio y condena (que ella logró evitar exiliándose en Francia) y produjo unas hermosas cartas clandestinas, que reflejan bien aquellas circunstancias, tanto personales como políticas…
En un momento determinado de nuestro último encuentro, Fany me recordó que le gustaba mucho el poema de Juan Ramón Jiménez «El viaje definitivo» (también es uno de mis favoritos) y, como no nos fiábamos de nuestra memoria, le pedí a mi hija que me lo enviara y se lo pude leer completo.
EL VIAJE DEFINITIVO
…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que se amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará nostáljico…
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.
También nos pareció oportuno que leyera el poema que le dediqué a mi amiga Julia Trujillo (que sufrió un infarto repentino y se murió en mis brazos) en agosto de 2013.
NO TODO SE TERMINA CON LA MUERTE
No todo se termina con la muerte.
(La muerte no es el Todo, lo Absoluto,
porque el Todo, lo Absoluto, no existe
o, al menos, no podemos conocerlo.)
La vida permanece en la memoria,
en el surco que abrimos,
en el árbol plantado,
en la carta afectuosa,
en el canto alegre de la madrugada,
en el amor de los que quedan a este lado.
No todo se termina con la muerte
porque la vida siempre triunfa sobre ella,
porque sabemos que mucho de nosotros sobrevive
en aquellos que compartieron nuestra senda.
Pero, sí, la muerte es un golpe decisivo,
un tajo inexorable, una frontera,
un abismo sin fondo
que se abre y nos engulle,
sin resolver la duda que arrastramos
desde que nos pusimos en pie
y nos atrevimos a mirar a las estrellas.
Aunque no se lo dije, tengo claro que los versos que hablan del surco, el árbol, la carta afectuosa, el canto alegre de la madrugada… están relacionados con recuerdos comunes (¡Ay, aquella madrugada que volvíamos, desde el barrio de Campamento, hacia su casa en la calle Caramuel y ella me cantaba «Recuerdo de Ypacaraí»!)
Hablamos también, como era lógico, de sus poemas en el blog que mantuvo durante más de dos décadas (https://palabrasnomadasdelviento.blogspot.com/search/label/Algo%20sobre%20mi)[i], pero no supe en ese momento elegir el adecuado, que debería haber sido el que ella publicó el primer día de 2022:
Frente a todos los fríos,
frente a todos los miedos,
la esperanza.
Si las heladas arrasan el jardín
volvamos a sembrar
y brotarán afectos, abrazos
y besos en flor.
Debí recordarlo y leérselo y haberle dicho que cuando las heladas arrasan, además del jardín, al jardinero (la jardinera), alguien debe continuar la cadena (el devenir) y volver a sembrar para que broten «afectos, abrazos / y besos en flor».
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[i] El blog se abre con estas preciosas palabras: «He abierto mi ventana y una bandada de palabras ha emprendido el vuelo buscando un lugar cálido donde vararse, donde tomar aliento para seguir el vuelo. Son palabras nómadas, sin patria; palabras que vuelan con el viento en el espacio sin fronteras de Internet. Cuando pasen por tu jardín, no les niegues los frutos de tu árbol ni el agua de tu fuente, pero no intentes atraparlas. Déjalas seguir volando…»